La sentencia del juzgado de lo penal 5 de Palma revela, con la crudeza propia de los hechos probados, la pesadilla que vivió una joven en el hotel donde trabajaba. En el acoso sexual laboral pasa como sucedía hasta hace pocos años en la mayoría de los supuestos de maltrato doméstico: el miedo y desamparo de las víctimas, la cobardía de los testigos y la relativa impunidad de los agresores, normalmente situados en un plano superior a las agredidas, abortan la posibilidad de las denuncias.

La mujer protagonista de esta lamentable historia ha tenido mucho valor para denunciar a su jefe, una persona impresentable.

La condena a la sociedad propietaria del hotel por no haber impedido la actuación del acosador es lo más llamativo de la sentencia y refleja una triste realidad. Muchas empresas sólo supervisan la calidad del producto final y la cuenta de beneficios. Les importan un rábano las relaciones humanas dentro del lugar de trabajo; buscan jefes y encargados "eficaces" y no se paran ni un minuto a pensar cómo tratan los mandos intermedios a sus subordinados.

El Estatuto de los Trabajadores obliga a las empresas a habilitar mecanismos internos para prevenir este tipo de abusos en los centros de trabajo. En esta ocasión la empresa hotelera no cumplió la normativa y dejó que una situación terrible se enquistará durante meses.