Me llama la abstención

El otro día vi el debate. Sí, podría haberme ido a bañar desnudo a la playa (con el calor que hace), a bailar boleros a Valldemossa, Deià o Sóller (como un guiri de los años 60), o simplemente a sopar a la fresca como se hace en estas latitudes desde mucho antes de que Cecilio Metelo nos romanizara y dejáramos de bajar la cena de los árboles a “tir de fona”. Sí, vi el debate y varias (muchas) cosas me llamaron la abstención.

Lo primero y cómo muy bien sintetizó Évole en uno de sus tuits, “Esperar la final de Champions y que el partido parezca de Regional”. Fango, fango y más fango. El formato, en la era de la inmediatez de las RRSS, ya es de por sí obsoleto, no ha variado un ápice desde que JFK se merendara a Nixon a inicios de los 60, los moderadores parecían árbitros de la ACB y estaban más (únicamente) preocupados por la duración de las intervenciones que por el contenido y calidad de las mismas. Y Lady “estos son los datos, suyas las conclusiones” y Miss (Mrs. Más adelante le tocará a su partenaire) Fact Check permitió que se vertieran en directo más mentiras e imprecisiones (deliberadas) que en una partida de mentiroso a los dados o en un mitin de Trump. Eché de menos a un Don Cicuta (Valentín Tormos hubiera disfrutado con este papel) que desmintiera o validara los datos que la verborrea de ambos contendientes vomitó como si no hubiera un mañana (y los datos no se pudieran contrastar). No parece tan difícil prever cuáles van a ser las armas arrojadizas que se van a lanzar sin piedad los candidatos y disponer de documentación objetiva y contrastada que sobreponer en las pantallas cuando los contendientes se pasan de frenada (inflación, paro, deuda, crecimiento del empleo, IPC, quién votó a favor o en contra de determinada alternativa…). Van más preparados los estudiantes de Cuenca a la EBAU que Pastor y Vallés a moderar (cronometrar) un debate.

Y qué decir del hiperbólico Ferreras (fino, fino Florentino) y sus “apasionante”, “único e irrepetible”, “el debate más importante de los últimos 30 años” tratando de dar vidilla a un cadáver con menos signos vitales que una momia etrusca recién desenterrada. Y ni siquiera, nadie nos obsequió con un breve momento de gloria como la niña (del exorcista) de Rajoy o su ya legendario “Ruiz y Miserable”. Basura, basura y más basura. Solo ganaron los que no estuvieron (perdimos todos los demás) y para equivocarse, erraron incluso de cadena. Hubiera sido mejor celebrarlo en Telebrinco, moderado por Paz Padilla y con las sesudas intervenciones de algún Matamoros (no literal como desearía VOX), Belén Esteban y Kiko Hernández. Suerte que estaba Orriols en la Sexta para poner algo de cordura y María Llapart algo de ternura (o era al revés).

También me llamó mucho la abstención, la entrada triunfal de los candidatos en sus respectivas sedes, como si hubieran ganado las elecciones, la Champions o la presidencia de su comunidad de vecinos. Sabemos que la política es cuestión de gestos, pero cuando dan vergüenza ajena y rozan lo patético es cuando hay que decir basta y “nunca mais”. Me recordó (muy mucho) a un combate de boxeo de los de antaño, en el que dos púgiles completamente groguis una vez consumidos los 12 (15) asaltos de rigor levantaban el brazo al unísono, autoproclamándose vencedores y muy probablemente tratando de influir en los jueces (y público). Cuando a todas luces habían disputado un combate nulo.

Visto lo visto yo enviaría a Pastor a contar ovejas, a Vallés a San Cugat y a Ferreras a las recepciones del embajador. No es de recibo criticar siempre a los demás y no hacer una reflexión profunda sobre los errores propios y expiarlos llegado el caso.

Todo esto y muchas cosas más me han llamado la abstención, pero como soy un sentimental y un blandengue (como anticipó el Fary con buen criterio), el 23 de julio iré a votar. No sé si a Bríos o a Satanás. Pero iré.

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