Opinión

Minuto 91: Argentina logra el Mundial más denostado

El combinado de Messi conquista con toda justicia Qatar 2022, una cita repleta de puntos oscuros en un país que no respeta los más elementales derechos humanos

Messi toca la Copa del Mundo antes de que se le hiciera entrega del trofeo.

Messi toca la Copa del Mundo antes de que se le hiciera entrega del trofeo. / Efe

Ricard Cabot

Ricard Cabot

El insufrible latiguillo de que a Leo Messi le falta la Copa del Mundo para ser considerado el mejor futbolista de la historia ha llegado a su fin. El debate, si es que lo había, ha quedado finiquitado. El ‘10’ argentino lideró a su selección a la conquista de su tercer Mundial, con dos goles y otra actuación sublime ante una Francia que nunca se rindió, comandada por un genial Mbappé, autor de las tres dianas de su equipo. Fue, posiblemente, la mejor final de todos los tiempos, aunque los que vieron la de Inglaterra 66 entre la selección anfitriona y Alemania también hablan de que fue una maravilla. En cualquier caso, Messi, con 35 años -un mérito añadido- ha puesto la guinda a una carrera inigualable y se ha puesto, como poco, a la altura de Diego Armando Maradona. Por trayectoria, por títulos, por ejemplaridad, por rendimiento y regularidad, supera al fallecido futbolista. Y es que, como dijo en su día Jorge Valdano, en una más de sus frases lapidarias, «Messi es Maradona cada domingo». Pues eso.

La descomunal final

no consigue, sin embargo, que se olvide de que el Mundial se ha celebrado en un país indigno para acoger cualquier tipo de acontecimiento, y menos una cita de esta dimensión. Qatar tiene demasiados puntos oscuros, empezando por la falta de respeto a los derechos humanos. Las mujeres no pueden decidir por sí solas, obligadas a llevar velo y estar siempre acompañadas por un varón, y la homosexualidad está prohibida. Las declaraciones del entrenador del Barcelona, Xavi Hernández, y las del expresidente de la entidad azulgrana, Sandro Rosell, defendiendo el emirato qatarí, son de vergüenza ajena.

Uno de los más tristes personajes

de este Mundial ha sido el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, que un día después de declararse gay, qatarí, árabe y africano prohibía que los futbolistas lucieran el brazalete LGTBI, en un ejercicio de incoherencia para los anales. Lo que afortunadamente no pudo impedir fue el mutis de los jugadores de Irán en su primer partido cuando sonaba el himno de su país, en protesta por el asesinato de Mahsa Amini por llevar mal colocado el velo. Sin duda, el gran gesto del Mundial. Y el más valiente. La misma gallardía que exhibió un futbolista iraní por participar en las manifestaciones por los derechos de las mujeres tras el crimen de Amini y que está pendiente de ser ejecutado por las autoridades de su país. Su delito: cometer el delito de Moharebeh, haber incurrido en enemistad con Dios. Ningún futbolista del Mundial ha abierto la boca.

Una de las pocas notas positivas, fútbol al margen,

ha sido la presencia por primera vez en un Mundial de una mujer dirigiendo un partido. Ya era hora. Tal honor corresponde a la francesa Stephanie Frappart, que dirigió, y muy bien, el Alemania-Costa Rica. Se ha abierto la lata, lo que debe suponer el inicio de una nueva normalidad.

El ConectaBalear

reaccionó rápido y expulsó a un aficionado por insultos xenófobos a un jugador del Melilla el pasado sábado. Se da la circunstancia de que Joan Colom Miró es primo del entrenador del conjunto de Manacor, Lluís Enric Molada Miró. Y es reincidente. Personajes de esta calaña sobran en los escenarios deportivos. 

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