Punto de garra, de ganas, de rabia, conseguido con una inigualable vergüenza torera por unos profesionales que ayer demostraron serlo con mayúsculas. Puntazo del Mallorca ante el Sevilla, un empate que, esta vez sí, sabe a victoria por la forma épica en que se logró, con todas las contrariedades del mundo y, porqué no, también con toda la suerte inimaginable.

En noventa minutos se vieron ayer todas las grandezas y miserias que rodean al fútbol. En primer lugar, la lesión de Tuzzio a los nueve minutos. El mejor central de la plantilla rojilla se tuvo que retirar para dar paso a Potenza, que en la segunda parte se convertiría en uno de los héroes del partido. Después, un gol de bandera de Víctor, marcado de forma acrobática -habrá que verlo por la tele ya que, y a riesgo de exagerar, recuerda en algo al que le marcó Cruyff en la década de los 70 a Reina, portero del Atlético de Madrid y padre del actual guardameta del Liverpool-. Mucho mérito del gol hay que atribuirlo a Tuni, que dejó con un palmo de narices a su marcador Alves y firmó un centro de extremo como los de antes, medido, templado, ideal para ser rematado por un delantero como Víctor. La conexión mallorquina funcionó por una vez.

El Mallorca se las prometía muy felices. Al igual que el día del Celta, era imposible sacar más haciendo menos, por lo menos en ataque. Pero el partido dio un giro de 180 grados en sólo tres minutos, los siguientes al gol del delantero de Algaida. Primero con la expulsión, por doble amarilla, de Navarro por una dura entrada a Sales. Aunque fue muy protestado, el árbitro estuvo bien en su decisión. El barcelonista, con mucha experiencia ya pese a contar sólo con 23 años, pecó de inocente. El catalán ha de saber que no se puede entrar como él lo hizo con una tarjeta en el zurrón. Era el minuto 36 y todo un mundo por delante. En el 37 llegó el gol del Sevilla, obra de Kepa, que de cabeza se adelantó a la defensa. El Mallorca se preparaba para vivir una agonía. Cúper, ayer acertadísimo en los cambios, cubrió la banda izquierda con Maciel, sacrificando a un desacertado Yordi. Se llegó al descanso con empate. La consigna era aguantar, una tarea titánica ante un equipo como el Sevilla, con jugadores de la categoría de Saviola, Kanouté o Adriano.

Malgastó salvas por un tubo el Sevilla en la segunda parte, en un acoso a lo Séptimo de Caballería. No puede decirse que jugara mal. Pero tendrá que reprocharse por desplegar un dominio tan nítido pero tan inofensivo. Desde la expulsión de Navarro, todo olió a peligro en Son Moix. Peligro para el Mallorca, por supuesto. No importaba la naturaleza de los ataques, ni su estética, ni su profundidad. Encerraban riesgo en todos los casos. Y si no eran abortados por Prats -muy bien ayer-, Potenza se erigía en el líder de la defensa, despejando todos los balones que llegaban por sus inmediaciones de la manera que fuera. Y por si fallaban estos dos, a los rojillos les quedaba un último cartucho, el juez de línea que marcaba el ataque sevillista. Estuvo atinadísimo siempre, excepto en anular un gol a Kanouté a cinco minutos del final por fuera de juego, posicional, de un compañero. En cualquier caso, un minuto antes el árbitro no vio, o no quiso ver, un clarísimo agarrón de Aitor Ocio a Gutiérrez. Lo uno por lo otro.

Kanouté, ex del Tottenham, de 1,92 de altura, se tendría que llevar el premio al infortunio. Dos veces estrelló el balón en el palo, con Prats batido (minutos 23 y 72), al que se uniría el que dio Jordi en el 32. Tres postes que jugaron a favor del Mallorca.

Resistir

Cúper apostó definitivamente por el empate dando entrada a Borja en lugar de Víctor. La consigna era resistir, al precio que fuera. El madridista fue una pieza importante en el centro del campo, con Arango como único punta. Fue entonces cuando el venezolano se las vio con su viejo enemigo, Javi Navarro, que fue abroncado por un sector del público, que hasta se acordó de su madre en un gesto reprobable.

El Mallorca llegó a los últimos minutos convencido de tener cerca el ansiado punto. Lo había ido conquistando metro a metro, a golpe de oficio y posesión, viajando de menos a más. El Sevilla no se encontraba a sí mismo. Dominaba y dominaba, pero los balones siempre acababan en las manos de un Prats que dio seguridad a sus compañeros. La veteranía es un grado en partidos como el de ayer.

Dejó de correr el Mallorca, tan descabezado como falto de piernas, sin capacidad para ir y venir, a merced siempre de Kanouté, que las atrapaba todas por alto. Era incapaz de aguantar el ritmo, lastrado por el descomunal esfuerzo tras una hora en inferioridad. Cuando Arango se hacía con un balón no tenía a nadie con quien combinar, ´muertos´ como estaban sus compañeros, que celebraron el empate como si de una victoria se tratara, como no podía ser de otra manera. Un empate que sabe a gloria y que, al margen de su incuestionable valor, cuenta con el plus de cómo se obtuvo. Con esta entrega y esta rabia, el equipo saldrá a flote. Seguro.