El Mallorca ha rentabilizado al máximo la exigua cuenta de dos goles que le han permitido sumar cuatro puntos que le permiten abandonar, esperemos que no circunstancialmente, los puestos de descenso. No perder ante un enemigo claramente superior como el Sevilla, tal y como se presentaba el partido de ayer, se convertía por momentos en un objetivo ineludible para burlar al destino y la adversidad. La victoria tendrá que esperar a que los hados decidan romper el maleficio que parece pesar sobre este equipo al que, además de sus propias limitaciones, sólo faltaba la adversidad.

Un empate distinto. Si las tablas sin goles con que se firmó la visita a Palma del Racing dejaban mucho que desear y abrían toda clase de dudas en relación a las posibilidades de la plantilla, el de ayer ha de valorarse de manera diferente. Un gol y una expulsión en apenas cinco minutos le había costado el miércoles al Celta una derrota inesperada y eso mismo, en el transcurso de dos, pudo impedir ayer un resultado mejor para los de casa que bastante tenían con reponerse con las lesiones de Doni, antes del partido, y Tuzzio en los primeros compases del mismo, como para no acusar el doble golpe cuando los espectadores aún aplaudían la apertura del marcador. Y eso que no habían empezado bien los de Cúper. Tardaron veinte largos minutos en entrar en juego y pagaron muy cara la precipitación del colegiado en mostrar tarjetas. Al final no tuvieron mejor camino que probar la mejoría de su maltrecha seguridad defensiva y resistir heroicamente con generosa entrega.

Un mal arbitraje que repartió errores, pero que influyó más en perjuicio de los locales que de los visitantes. Sólo su paisanaje con Sánchez Arminio es capaz de explicar por qué Teixeira Vitienes arbitra en primera división. De un árbitro que retrasa una hora el comienzo de un encuentro porque confunde el color verde con el blanco no puede decirse que ande muy bien de la vista. Y si es malo en la aplicación del reglamento, es peor cuando pretende erigirse en justiciero. Quiso tomar el toro por los cuernos y se lió a sacar tarjetas al principio para no perder las riendas del lance, síntoma de mal colegiado. El exceso lo pagó Fernando Navarro, después de que se le perdonara un agarrón en la media luna a Kepa que, en la segunda parte, compensó a su vez ignorando un penalti a Jonás.

Juande como Vázquez, porque si el gallego fue cobarde hasta la médula, su colega sevillista no le fue a la zaga. Despreció al rival dejando en el banco a Saviola, Luis Fabiano y Maresca, un lujo excesivo para el que no hay explicación posible si, además, uno tiene que terminar quemando todas las naves para evitar lo que ha abonado con su propia cicatería. Ramos presumió sin gallardía de haber propuesto el único fútbol desplegado en Son Moix, soslayando su superioridad numérica durante más de la mitad del tiempo reglamentario para atribuir al empedrado el balance de su falta de valor.

Partido de duelos, que no añaden nada, pero tienen morbo. Los importantes son los colectivos y especialmente el del domingo en Cádiz para pasar con tranquilidad el siguiente paréntesis de la liga. Pero para los curiosos, Javi Navarro se las vio con Arango, demasiado solo para plantar cara y David Castedo, o cualquier otro, le ganó la partida a Jonás que supliría con su velocidad sus carencias técnicas si, en efecto, cabalgara hacía alguna parte y con algún sentido. El "Galgo" ya sólo corre en el canódromo y mientras Tuni le enmienda la plana, el resto del equipo se ve obligado a buscar el milagrito de cada semana. Como ayer.