Pep Lluís Martí regresaba a la isla que le vio nacer pero con un escudo en su pecho distinto al que lleva en el corazón. El ahora sevillista visitaba de nuevo un Son Moix que apenas pudo disfrutar de su juego por aquello que el de casa tiene que demostrar su valía mucho más que el resto. El palmesano fue ayer titular, como en todos sus equipos desde que abandonó Mallorca y dejó patente su calidad sobre el césped rojillo.

El centrocampista, que tiene 30 años, repartió juego a las bandas, para que Fernando Sales y Adriano en los extremos, y Kanouté y Kepa en la delantera, jugasen sus bazas. Además, junto a Jordi también dio consistencia defensiva a un equipo que es el menos goleado de Primera División. Martí quizá ayer no jugó el mejor partido de su carrera, ni siquiera de la temporada, pero su regularidad está fuera de toda duda y es uno de los principales aspectos que le avalan. De hecho, desde que abandonó la disciplina del primer equipo bermellón, en el que sólo jugó un partido oficial en la temporada 99/00, fichó por el Tenerife y jugó treinta y nueve partidos. En la isla canaria logró el ascenso a Primera y, en las dos siguientes temporadas, fue alineado en setenta y cuatro encuentros. Esa experiencia le valió para que el Sevilla se fijase en sus condiciones y, desde que milita en el conjunto de la capital hispalense, jugó sesenta y ocho partidos en las dos campañas anteriores. Ayer se entendieron las razones por las cuales es un hombre con peso en el club centenario porque sus galones de mando están presentes en el esquema de Juande Ramos. Martí superó a Pereyra en la lucha por dominar el centro del campo e incluso en el minuto dieciocho se atrevió a disparar a puerta sin suerte. Su juego no es vistoso ni espectacular, pero tiene la efectividad necesaria para un futbolista en su puesto. Roba balones, presiona y distribuye el juego, algo de lo que el Mallorca prescindió y quizá ahora se tira de los pelos.