40 años de la muerte de Joan Miró en Mallorca

El genio reconocido internacionalmente contrastaba con el hombre sencillo que era en familia

Montse Terrasa

Montse Terrasa

El 25 de diciembre de 1983, hace ya 40 años, una noticia conmocionaba al mundo. A las tres de la tarde había muerto en su casa de Palma Joan Miró, uno de los genios del arte contemporáneo, un gigante de la pintura, creador original y, pese a todo eso, un hombre sencillo, como se le definió en vida y como se le sigue recordando. Dos años antes de su fallecimiento, Miró había donado al Ayuntamiento de Palma parte de las fincas de Son Abrines y Son Boter, donde estaban sus talleres, para que la isla contara con una fundación artística con una clara función pedagógica. Este 2023, la Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca ha recibido a unos 68.000 visitantes.

Miró tenía 90 años cuando murió y hacía un tiempo que su salud le dificultaba trabajar, algo que le carcomía, hasta tal punto que llegó a exclamar que prefería morir trabajando que hacerlo sentado en la butaca, como presenció el ceramista Lluís Castaldo en una visita que le hizo, un mes antes del fallecimiento del pintor.

El artista catalán, físicamente menudo, se transformaba en un gigante cuando trabajaba, a ojos del galerista Pep Pinya, como recordaba este recientemente en una entrevista a este diario. Miró, además, atrajo hasta Mallorca, lugar en el que se había asentado en 1956, a otros creadores excepcionales como su amigo Josep Lluís Sert (quien diseñó su primer estudio en la isla), Josep Llorens Artigas, Alexander Calder o Antoni Tàpies, entre otros. Quienes le conocieron coinciden en describirle como una persona más bien callada, sencilla y muy culta.

Multitudinaria despedida

El 27 de diciembre de 1983, el funeral en San Nicolás (parroquia donde Miró había contraído matrimonio con la mallorquina Pilar Juncosa 55 años antes) fue multitudinario. Por la capilla ardiente instalada en el palacio de la Generalitat en Barcelona pasaron 6.000 personas. La dimensión del artista impidió que su despedida fuera como él había previsto: en la intimidad y con austeridad.

A su funeral en Palma asistió la familia, amigos y también las primeras autoridades políticas de Balears, además del ministro de Cultura, Javier Solana. El oficio estuvo presidido por el obispo Teodor Úbeda y se realizó en catalán. Un día después, sus restos fueron trasladados a Barcelona, donde se celebró otro funeral al que asistieron Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno, algunos ministros y Jordi Pujol, presidente de la Generalitat. El artista fue enterrado en el cementerio de Montjuïc, en el panteón familiar.

El artista, en familia

Su nieto Joan Punyet le contaba hace tan solo unos días al periodista de esta cabecera Gabi Rodas que recuerda a su abuelo como «un hombre en paz consigo mismo en constante conexión con el universo». «Tengo un recuerdo personal muy cálido y muy tierno, porque era un hombre muy humilde, dado a los largos silencios», rememora Punyet de cuando Miró tenía 85 años y él era un niño que visitaba a su abuelo cada domingo y, a veces, también entre semana. «Recuerdo perfectamente esa extraordinaria humildad de un genio tan importante como Joan Miró a nivel internacional, pero en casa era un hombre humilde, sencillo y muy cercano a mí, porque le gustaba mucho la inocencia del niño de diez años y eso para mí era el mayor recuerdo que puedo tener de él. El paseo por el jardín en silencio y recoger una piedra, una rama, una raíz, acariciar el tronco de un árbol y ver cómo él era extraordinariamente tierno con la naturaleza, con el mundo que nos rodea. Respetuoso con cualquier pajarillo, perro, gato o árbol que hubiese en el jardín. Como si viviese en paz con el universo».

Portada de Diario de Mallorca del 27 de diciembre de 1983, con la muerte de Joan Miró

Portada de Diario de Mallorca del 27 de diciembre de 1983, con la muerte de Joan Miró / Archivo Diario de Mallorca

Relación con Mallorca

Miró nació en Barcelona en abril de 1893. Sus padres eran el orfebre Miquel Miró i Adzerias y Dolors Ferrà i Oromí, hija de un ebanista mallorquín, así que su relación con Mallorca se remontaba a su niñez, cuando pasaba temporadas en la isla con sus abuelos.

Aunque desde pequeño iba a cursos de dibujo y había demostrado su interés por la pintura, estudió contabilidad, obligado por sus padres, y llegó a trabajar en una droguería.

A los 18 años, la convalecencia en Montroig tras una enfermedad fue decisiva, cambió su vida y la encaminó al arte. En 1918 hizo su primera exposición, sin demasiado éxito, pero prosiguió una carrera que le llevó a exponer en todo el mundo, conoció a Picasso y Hemingway compró su cuadro La Masía.

Según declaró, Mont-Roig y Mallorca se convirtieron en lugares de inspiración. En la isla se instaló definitivamente en 1956, junto a su esposa y su hija Dolors. Aquí vivió casi 30 años y trató con otros artistas e intelectuales, en muchas ocasiones a través de su nieto mayor, David. Fue el caso del escritor Gabriel Janer Manila, quien años después del fallecimiento de Miró le recordaba «con su bata azul, llena de manchas de colores, una pintura más de él». Otro autor, Valentí Puig, contaba cómo en su estudio «el artista se concentraba, despertaba su pasión irracional, se transformaba como persona. Y en casa, toda aquella energía se apaciguaba, el artista se convertía en una persona sumamente sencilla y dominaba el sentido práctico de su esposa».

En una entrevista con George Raillard, que dio pie al libro Conversaciones con Miró, el artista explicó que siempre trabajaba «absolutamente solo» y que nadie entraba en el taller cuando él estaba enfrascado en esa tarea. Creaba aislado del mundo, sin música, con las cortinas corridas para no ver nada del exterior. De madrugada, su mente se ponía en marcha. «Trabajo sin trabajar, en la cama. Entre las cuatro y las siete, me entrego completamente a mi tarea. Después vuelvo a dormirme», explicó.

También reconocía que con la edad, más fuerte era esa tensión creativa: «Cuanto más envejezco, me vuelvo más loco, agresivo o malvado», añadía.

Su legado

Cuando se cumplen cuatro décadas sin el genio, su nieto Joan valora el trato dado a la obra de su abuelo. «El cuidado del legado de Joan Miró y Pilar Juncosa cada día tiene más protectores y más defensores, lo cual me hace sentir extraordinariamente feliz y en paz conmigo mismo, porque después de 40 años desde que mi abuelo falleció, la Fundació es un referente internacional». En ese punto, remarca que el alcalde de Palma, Jaime Martínez, «es una persona que defiende, atesora y valora este extraordinario legado» a Mallorca. «También creo que las nuevas generaciones pueden encontrar un refugio para sus quimeras existencialistas y encontrar en el arte de Miró la paz que se requiere para dibujar tu propio destino», añade el nieto del artista universal.

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