Entrevista

La confesión del dibujante Javier Mariscal: "Nací con alzheimer, disléxico y anumérico y sin ninguna capacidad de concentración"

"Desde que vine al mundo tengo esta especie de enfermedad que es dibujar, dibujar, dibujar; sin reflexionar ni saber muy bien qué hago", asegura el diseñador

Javier Mariscal, ayer, en el palacio de Valdecarzana.

Javier Mariscal, ayer, en el palacio de Valdecarzana. / MIKI LÓPEZ

Saúl Fernández

El dibujante y diseñador Javier Mariscal (Valencia, 1950), finalmente, ha bajado de la habitación del hotel Palacio de Avilés. Ha venido a la ciudad para conocer la exposición colectiva "De València al Cairo", que lleva medio año recibiendo visitantes por cientos, y que junta parte de su obra inicial con la de Daniel Torres, Sento, Manel Gimeno, Mique Beltrán, Micharmut y Miguel Calatayud. Esta mañana (10.00 horas) tiene previsto encontrarse con quinientos estudiantes en la Casa de Cultura. Esta entrevista va a empezar en uno de los vestíbulos del hotel en el que se aloja, pero prefiere que ahí no, que quiere fumar. A oscuras, en la terraza del hotel, el creador de "Cobi", la mascota de Barcelona’92, enciende un pitillo y escucha la primera pregunta.

Ustedes, los de "Línea clara", ¿trajeron la modernidad a un país en blanco y negro?

Esta me parece la clásica gilipollada de los periodistas que tratan siempre de amplificar, contar mentiras e ir siempre a los topicazos. No sé, como que quieren siempre...

Le escucho.

¿Qué se dedica a hacer? ¿Deportes?

No.

Lo que más me gusta es empezar a insultar.

A los señores mayores les respeto siempre, nunca les digo malas palabras.

Todos los días digo: "No tengo que insultar". Y no lo consigo. Lo de la "Línea clara", ¿qué me está contando? Yo no sé qué coño es la "Línea clara".

No la inventé yo. La inventaron los críticos que le colocaron a usted en el centro del cambio de actitud del cómic.

Ni puta idea. Ni me interesa. No tengo ni idea.

¿Cómo descubre que quiere ser dibujante?

Nací con alzheimer, disléxico y anumérico y sin ninguna capacidad de concentración. En una familia de once hermanos en la que todos se pegaban de hostias por leer Salgari, Julio Verne, aquellas historias de Guillermo, de Richmal Crompton... todas aquellas historias infantiles de Editorial Juventud. Estas cosas. Yo, en cambio, me dedicaba a dibujar, como todos los hermanos hasta cierta edad –luego ya dejaban de hacerlo–. Yo seguía dibujando porque no sabía leer, me costaba muchísimo y, además, siempre se metían conmigo. Sin darme cuenta he estado siempre dibujando: toda mi vida. Recuerdo que mis padres se hacían sus viajes en verano y volvían de Andorra y traían cosas. La cafetera aquella italiana que tiene muchas piezas. Recuerdo, aunque no tengo memoria, que la dibujé tantas veces y me dije: "Ya la he aprendido". Pero aquello tampoco sin ningún gusto trascendental. Simplemente, dibujaba por placer, quizás, me imagino a posteriori, que descubrí que así me encontraba bien, que nadie me reñía. Mi padre era médico y tenía que buscar siempre sobres porque estaba prohibidísimo dibujar en los cuadernos del colegio, pero yo robaba hojas de los cuadernos de mis hermanos. Siempre buscando papel para dibujar. O lo hacía en las paredes de casa, que también estaba prohibidísimo. Desde que vine al mundo tengo esta especie de enfermedad que es dibujar, dibujar, dibujar; sin reflexionar ni saber muy bien que hago.

Seguro que sí sabe muy bien.

Hago tres tipos de dibujos: uno es una gimnasia y dibujar, digamos, como escritura automática, sin pensar, dejar que el músculo suelte y haces muchas líneas de esa que hablas por teléfono y no paras de hacer cositas. Manchar. Otra es tomar apuntes y otra es: "Hay que hacer para el periódico La Nueva España, del grupo Prensa Ibérica, una ilustración sobre los valores de la ciudad de Avilés". O hay que hacer una película con este guión.

Todos los otros matices de su vida –el diseño, los bares, las películas–, ¿son variantes del dibujo?

Siempre, siempre. Siempre he partido del dibujo. El dibujo nace en nuestra especie –nos llamamos homo– como parte de un lenguaje simbólico mayor. Desde el principio, el lenguaje este simbólico va de silbidos, de música, de muchos gestos y de dibujo también... Somos animales visuales: la vista y el trazo lo llevamos muy dentro. Esto nace de una necesidad de hacer comunidad. Necesitamos vivir en comunidad para proteger a nuestros pequeños. Para esto nació el lenguaje simbólico y el dibujo entra absolutamente dentro de esta idea.

"Barcelona antes de los Juegos era una señora mayor que nadie había dibujado"

El suyo es un oficio solitario.

Hasta que no tuve sesenta años no me di cuenta de que era un oficio: me pagan por divertirme. Nunca he querido trabajar, nunca he querido estar en un oficina. Al principio regalaba los dibujos "Me gusta mucho este dibujo". "Te lo regalo". Y, de repente, me decían que me lo pagaban. Y decía qué bien. Estuve como diez o doce años viviendo de pintar casas, de limpiar piscinas, fregar platos, vivir de novias con pasta...

¿Le moló el escándalo que se montó cuando ganó el concurso de Barcelona’92?

Me pareció muy buena idea organizar unos juegos para que la ciudad que yo había elegido para vivir se pudiera arreglar. Barcelona no podía tener el tren pasando por la playa: para ir a bañarte te tienes que ir a Castelldefels, a tomar por culo. Gracias a las Olimpiadas se podía conseguir pasta a Madrid, que siempre son los que lo han controlado todo. Barcelona antes de los Juegos era una señora mayor, muy guapa, pero que nadie había dibujado, había encontrado el puntito.

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