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A pocos días de su concierto de despedida en Palma, Lorenzo Santamaría viaja a su infancia, al calabozo donde le metieron los grises, a sus inicios en el rock

"Siempre he sido un espíritu libre", afirma el músico, que se subirá al Auditorium el próximo 3 de noviembre para repasar todos sus grandes éxitos

"Un hombre de 77 años no puede estar dos horas en un concierto sin ir a mear, por eso hago intermedios en mis actuaciones, no porque me canse", aclara

Todo empezó en Santa Maria, en la Plaça de Ca’n Orell. 

Sí. Vivíamos de la carpintería de mi padre, a quien no conocí, falleció cuando yo tenía un año y medio o dos. Con su muerte mi madre se tuvo que poner a trabajar en una fábrica de tejidos de Santa Maria. Éramos seis hermanos, yo el pequeño. 

¿Qué recuerdos guarda de su niñez por estas calles?

Recuerdos maravillosos. En esta plaza estaban estos mismos morers, comíamos moras, jugábamos a fútbol, todo era tierra… Fui muy feliz. Por aquella tradición mallorquina que decía que los hijos tenían que hacer lo que hizo su padre, pues yo tenía que ser carpintero. Así que cuando tuve algo de edad me metieron en una carpintería y luego en otra, Can Llevorí, donde siempre cantaba mientras trabajaba la madera. Recuerdo que el mestre me decía: «tú serás cantante». Imagínate, quién lo iba a sospechar. Más tarde entré a trabajar con mis tíos en una fábrica de gaseosas, Horrach. También trabajaría de barbero, de ahí la canción Tio Nicolau. Con Horrach repartíamos por varios pueblos con un camión, que tardaba unas dos horas para ir a Bunyola. En los desplazamientos aprovechaba para estudiar solfeo. Al escuchar a mis primos Jaume Salom y Llorenç Sans Rosselló, en una cochera al lado de Ca’n Orell, me interesé por la música que tocaban. Les pedí para cantar dos cancioncitas y a partir de ahí… Trabajando de representante, y yendo a diario a Palma con una Vespa, me saqué el carné de conducir. Fue en Palma donde conocí a Los Chelines.

La que sería su primera banda.

Los Chelines era un grupo instrumental. Hice una prueba con ellos, íbamos a tocar un directo a Radio Mallorca, que era lo que se llevaba, y me cogieron. De Los Chelines pasamos a Los Fugitivos, con algún cambio entre sus integrantes. Tocamos bastante por hoteles y salas. Y luego, también con algunos de Los Fugitivos, montamos Los Bríos. Aquella etapa fue acojonante, tocábamos en el Whisky a Go Go, debajo de los molinos de Es Jonquet, unas tres horas, o cuatro. Un día, mientras estaba cantando, vi a tres tíos con chilaba desde el escenario. Eran los Z-66. Venían de tocar de Argelia, en unos hoteles del Atlas. También era un grupo instrumental, y al acabar el concierto me dijeron que querían que hiciera una prueba con ellos porque Toltec [en la calle Teniente Mulet 34 de Palma, lo que luego fue Zhivago], la sala de moda por entonces, necesitaba un grupo con voz. Hice la prueba, me dieron el ‘sí’ y a partir de ahí la historia ya es conocida. 

Pocos conocen que su primer instrumento fue la armónica.

Cuando trabajaba en la barbería de Santa Maria al acabar tenía que ir a pie y de noche de la Vila a Els Hostals. Yo era pequeño e iba solo así que me regalaron una armónica. Fue mi primera compañera musical, luego llegarían las clases de canto, solfeo, de piano… Pero te enseñaban a cantar clásico, no existía el concepto rockero, así que cuando querías cantar una canción de los Beatles no sabías, porque tu voz no estaba acostumbrada. El único camino era escuchar música y copiar. Eso es lo que hice siempre. Me encerraba en mi cuarto, bien acolchado, y copiaba a Ray Charles, Jim Morrison, algo de los Beatles, los Stones… Esas eran mis clases. 

Maestros que bebían de la música negra. Usted quiso llamarse Lorenzo Negro.

Sí, y me gustaba la idea, porque me decían que tenía voz de negro. Pero creo que fue Miquel Soler [periodista] o Sandro Fantini [empresario de la noche] que me aconsejaron que me llamara Santamaría. Bueno, era un nombre más sentimental.

Ser rockero en los 60 no debía estar muy bien visto en una Mallorca que poco a poco se abría a los nuevos tiempos.

Llevábamos melenita y nos íbamos a dormir a las seis o las siete de la mañana. Cuando nos encontrábamos con la gente que iba a trabajar las miradas eran fulminantes. A mi madre nunca le gustó el asunto, hasta que empezó a ver que ya teníamos discos o que salía por la televisión.

Lorenzo Santamaría, al volante de una Vespa, el primer vehículo que le llevó a Palma.

Lorenzo Santamaría, al volante de una Vespa, el primer vehículo que le llevó a Palma. / Manu Mielniezuk

Sexo, drogas y rock’n’roll. ¿Tuvo algún encontronazo con la policía franquista?

Recuerdo una verbena en el Port d’Andratx, o en Andratx, en la que hubo una trifulca. Al acabar de tocar un grupo de medio mamados quiso subir al escenario y al coger yo a uno de ellos, para decirle únicamente que no subiera, todos empezaron a darme hostias. Nunca en mi vida recibí tantas. Total, que nos cogió la guardia civil y nos llevó para el cuartelillo. Es el único episodio que he tenido con las autoridades, bueno… también tuve otro más importante. Una noche, tocando en Toltec, se presentaron los grises y al acabar el bolo, todo sudado, hecho una mierda, me dicen: ¡acompáñanos! Yo no paraba de reír, y me sueltan: ¡ya dejarás de reírte! Del escenario me llevaron a la puerta de Toltec, y de ahí a aquel célebre Seat 1.500 de los grises. ¿Qué querrán?, me preguntaba yo entre risas. Me llevaron al cuartelillo de es Born, que estaba junto al Yate Rizz. Yo no entendía nada. Al bajar a los sótanos me encontré a una tal María, una sueca a la que conocía y con la que había intimado. La cuestión es que los grises tenían una foto de ella conmigo, y a ella y a sus amigos les habían detenido por posesión de marihuana. Me encerraron en un cuartucho, con dos tipos y las paredes llenas de mierda, hasta que uno de esos dos tipos se despertó y pidió salir para mear. «¡Cuando diga vuestros nombres salir!», gritó uno de los policías. Cuando dijo mi nombre yo no contesté y al salir me metió una paliza y me gritó: «ya aprenderás». Estuve encerrado un día, incomunicado. Un día escribiré esta historia, que no acaba aquí, porque el inspector que me detuvo ahora me ha localizado y me dice que cuando quiera tomamos un café. Mira, lo tengo aquí en el whatsapp. Tengo ganas de decirle que durante diez años, cuando veía a un policía, daba la vuelta enseguida. Aquello me traumatizó.

Traumatizado ha dejado usted a sus fans con su despedida. ¿Una decisión muy meditada?

No. En la pandemia me di cuenta que no tenía sentido seguir luchando para aguantar el tipo sin algo que valiera la pena. Así que busqué a un productor importante, porque solo no lo podía hacer, y le propuse un concierto de despedida.

Un concierto que se convirtió en una gira que parece no tener fin, dada la buena respuesta del público.

Sí, aun tengo diez o doce sitios por confirmar, no sé cuándo acabaremos. Pero soy sincero y yo no me veo de aquí a tres o cuatro años haciendo una actuación de casi dos horas. Ojalá pudiera pero no me veo. No quiero estar cantando todo el tiempo en taburete. Lo que sí sé es que el concierto del Auditorium del 3 de noviembre es la fecha más importante. Hace dos meses que no paro de pensar en esta actuación, me estoy volviendo loco: buscando repertorio, colaboradores que no te diré porque quiero que sea sorpresa…

¿Se esperaba este adiós lleno de elogios, multitudinario, en Latinoamérica y en España?

No. Esperaba gente pero no lo que me ha venido. En el Teatro Principal de Alicante hicimos sold out y seguramente también lo hagamos en Palma. Todo esto me da mucha moral. Todo esto no lo hago por dinero sino para quedar satisfecho artísticamente.

Lorenzo Santamaría siempre las ha vuelto locas. ¿Qué piropos le lanzan últimamente?

En Alicante oía el otro día unos cánticos desde el público que no entendía por más que escuchara. A los que sí entendí fue a un grupo que me gritaba ¡torero, torero! Me hicieron reír. Las fans de ahora son más agradecidas que las que tenía cuando empezaba. En aquella época eran muy jovencitas y solo gritaban como histéricas. Ahora lo aprecian más, les cantas Te quiero a ti y les gusta mucho.

¿Qué hace segundos antes de saltar al ruedo?

Unos ejercicios, no solo para la voz, también para el cuerpo, para no estar rígido. Intento no hablar antes de un concierto, pero me cuesta. Aun me pongo muy nervioso, no lo puedo evitar. En Santa Maria, donde empezó esta gira, canté muy mal algunas canciones por los nervios, por la emoción. A ver en Palma, donde estará mi familia, mis amigos, qué dirán, qué no dirán...

He leído que hace intermedios en sus conciertos.

No porque me canse sino para ir a mear. Un hombre de 77 años no puede estar dos horas en un concierto sin ir a mear.

¿Qué hará cuando se jubile?

No me gusta esa palabra, jubilación. Yo no me jubilo, por qué tendría que hacerlo. Quizá un día cante contigo un rock’n’roll, o un blues con la banda que tengo en Barcelona.

Lástima que su impoluta carrera quedara manchada por un concierto en Ses Voltes.

¿El de Rock&Press? (risas). Me acuerdo que cantamos aquella de Roadhouse Blues, de los Doors. A eso me quiero dedicar en el futuro, no haré nada en plan comercial, sino lo que me pase por los collons. Siempre he sido un espíritu libre.  

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