La vida por aquí

Theodor Kallifatides, escritor: “¿La postal de mi infancia? Demasiada guerra, demasiada muerte”

El autor de 'Un nuevo país al otro lado de mi ventana' tuvo que huir de Grecia a los 25 años, empezando de cero en Suecia: ganador de la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, reflexiona acerca de la situación actual de su país de origen

El escritor sueco de origen griego, Theodor Kallifatides.

El escritor sueco de origen griego, Theodor Kallifatides. / ALBA VIGARAY

Juan Cruz

Theodor Kallifatides viaja con Grecia en el corazón desde que tenía 25 años, dejó su país y se fue a Suecia, donde se casó y escribe para el mundo, en sueco y en griego, sobre una odisea que es suya y de millones de griegos que, a lo largo del tiempo, se sometieron al exilio y al hambre.

Ahora Kallifatides tiene 87 años. En 2018 publicó en España (en Galaxia Gutenberg, donde aparecerían después muchos de sus libros) Otra vida por vivir, en la que redescubre su idioma después de años de desencuentro con el habla de sus padres, de su infancia y de su juventud.

Ese libro, de algo más de 150 páginas, tuvo un enorme impacto en Grecia y en todo el mundo, sobre todo en España. Él vino a contar su peripecia vital ya en varias ocasiones. En la última de ellas fue para que el Círculo de Bellas Artes de Madrid le entregara su Medalla de Oro por una literatura que, en cierta manera, se relaciona con lo que sufrieron los españoles del exilio.

De hecho, el discurso en el que agradeció este homenaje español se lo dedicó a Federico García Lorca, un símbolo de los caídos de aquel sufrimiento que la guerra causó en España. Ahora acaba de volver a Atenas, donde volvió a hablar de Lorca refiriéndose a Grecia. A su regreso a Estocolmo, donde tiene su familia y su otra lengua, reciente su publicación de un nuevo libro, Un nuevo país al otro lado de mi ventana, que en cierto modo comunica con Otra vida por vivir, quisimos saber cómo está el ánimo de ida y vuelta que es su vida. Le preguntamos primero que nada por lo que queda de la infancia en su memoria de narrador, de poeta y, sobre todo, de ser humano.

Theodor Kallifatides, retratado en el Gallery Hotel de Barcelona en 2021.

Theodor Kallifatides, retratado en el Gallery Hotel de Barcelona en 2021. / SIMONE BOCCACCIO

¿Qué postal le envía la infancia?

El miedo. Me daban miedo muchas cosas: la oscuridad, las serpientes, los alemanes, los fascistas. Muchas cosas me daban miedo.

¿Cómo combatía esos temores?

Mi madre me ayudaba mucho. Y mi abuela y mi abuelo, que me cuidaron cuando mi madre no podía porque estaba enferma o algo así. Me criaron sobre todo mi madre y mis abuelos. Eran gente muy cariñosa, muy protectora. Pero el sentimiento general que tenía yo era el miedo: podía pasar cualquier cosa en cualquier momento. Era la ocupación alemana, la Guerra Civil… Demasiada guerra y demasiada muerte. Yo vi cómo se llevaban a mi padre en un coche militar y le arrojamos unos higos para que pudiera comer algo. Creo que le vi golpeado salvajemente. También vi cómo le daban a mi hermano una paliza casi de muerte. A mí me pegaron chicos mayores y me hicieron marcas en la espalda.

"Yo vi cómo se llevaban a mi padre en un coche militar y le arrojamos unos higos para que pudiera comer algo"

Usted vio cómo asesinaban a una persona en la calle. Eso es imposible de olvidar.

Por supuesto. Fue ejecutado por los alemanes y yo tenía cinco años. Es una imagen que nunca morirá, sigo viéndola. Y fue la primera vez que escribí algo. Como mi padre era profesor, a esa edad yo ya sabía escribir, así que escribí algo sobre ello, no sé lo que sería, no volví a leerlo porque se lo di a mi padre cuando volvió de prisión y él se lo metió en el bolsillo y lo guardó ahí toda su vida.

Ustedes tuvieron dos guerras, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil. Para un chico que empieza a estar en el mundo fue una bienvenida muy desgraciada.

Sí, porque además yo ya tenía una edad y podía seguir las noticias en los periódicos. Grecia estaba dividida en todos los aspectos entre izquierda y derecha: en el colegio, en las calles, en las tiendas, en todas partes, divididos. Y no creo que nadie que viviera esos tiempos tenga buenos recuerdos. En mi lado, que era izquierdista, todo el mundo perdió gente. Recuerdo a las madres que iban en autobús a coger el barco en el puerto para ir a ver a sus maridos o a sus hijos en las islas del exilio. Al archipiélago del Egeo lo llamo "el mar de la vergüenza".

¿Recuerda el día que abandonó Grecia para irse a Suecia?

Oh, sí, sí. El recuerdo es muy preciso porque fue muy doloroso, tanto para mí como para mis padres. Ellos hubieran hecho cualquier cosa porque yo siguiera en casa, pero había llegado a un punto en que mi padre me dijo: "Vete, tu país no tiene sitio para ti". Y deben de haber sido las palabras más difíciles que dijo en su vida. Yo era su hijo menor y teníamos una gran relación porque mi padre no solo le gustaba yo, que es más o menos natural, sino que además me respetaba. Cuando mis hermanos mayores intentaban que estuviera callado en la mesa, mi padre siempre se ponía de mi parte y decía: “Callaos vosotros, el filósofo de la familia está hablando”. (Risas). Es que olvidamos que los niños no solo necesitan amor, también respeto. Cuando nos fuimos no teníamos dinero para ir en taxi al tren, fuimos andando unos tres o cuatro kilómetros hasta la estación, con mi maleta barata de cartón. Nadie decía nada. Mi madre lloraba en silencio todo el rato. Y cuando llegó el tren me besaron, les besé, y me subí al tren. Y sólo dije: "Os escribiré pronto". Eso fue todo. Y me fui.

"Había llegado a un punto en que mi padre me dijo: 'Vete, tu país no tiene sitio para ti'"

¿Recuerda el día que llegó a Suecia?

La fecha exacta no, porque tengo una especie de dificultad con las fechas. Pero recuerdo la situación, la sensación y la atmósfera. Soy de esas personas que ve el siete pero escribe nueve, veo tres y escribo cinco. Tiene nombre: distali, en griego. No es como ser flojo en matemáticas, porque no lo era, pero tengo dificultades con los números. Veo una cosa y escribo otra. Mi mujer, cuando pago las facturas, viene y echa una segunda ojeada porque sabe que puedo haberlo escrito mal. Me ha pasado que le envío a la persona equivocada 20.000 euros, y la persona nunca reaccionó, pero seis meses después descubrieron quién lo había recibido y le obligaron a devolvérmelo. ¡20.000 euros! No sé lo que le pasa a mi cerebro: veo tres y escribo cinco.

¿Y recuerda cuando llegó a Estocolmo?

Me acuerdo, sí. Era a última hora de la tarde. Llovía. Yo estaba completamente solo y tenía una nota con una dirección al tío de un amigo mío de Atenas. Pero no podía encontrar la nota, así que le pregunté a alguien que estaba por ahí sentado, que parecía griego: "¿Conoce a un hombre que se llama tal? No, no lo conozco. ¿Acabas de llegar? Sí. ¿Tienes dónde dormir? No". Y me llevó a su casa. Era la primera vez en mi vida que me daba cuenta de que había sitios en los que no se podía fumar. Porque intenté fumar en el tren camino de su casa, y el hombre me dijo: “No, aquí no se fuma”. Y dormí allí y al día siguiente busqué de nuevo la dirección, encontré la nota. Fui allí y no había nadie en casa, pero al lado había un club de boxeo llamado Sparta. Y me dije: "Ok, estoy en casa". Me senté allí a esperar y así empezó mi vida en Suecia. Luego me ayudaron a encontrar mi primer trabajo, fregando platos en un restaurante. Muchos años después, ya tenía mi carrera hecha, era invierno, y vi a un chico joven, vestido como llegué yo, con zapatos finos y ropa escasa, helado. ¡Era otro inmigrante! Un árabe. Y le llevé a dónde quería llegar.

Usted escribió un libro que es muy importante en su carrera, y que ha sido altamente apreciado en España. Es Otra vida que vivir, en donde rescata su idioma. ¿Cómo va ahora esa relación con Grecia?

Cuando abandoné Grecia no era un niño, tenía 25 años. Y había estudiado a los clásicos en el Gimnasium [el Instituto, en Grecia] y me gustaba mucho mi idioma. Ya había publicado un par de relatos. Era muy consciente de mi idioma. Y cuando vivía en Suecia tenía conmigo dos volúmenes, la poesía de Kavafis y la de Seferis. Había conservado mi idioma, y además tenía correspondencia con mis padres y mis amigos, también volvía a veces en verano a Grecia… Pero me había dicho: es tu deber aprender el idioma nuevo. Es tu deber aprender el sueco porque si no nunca comprenderás a la gente con la que vives. Pero en el momento en que me puse a escribir en griego estaba aterrado, pensando: "¿Podré hacerlo?". Y podía. Llegó fácilmente.

Usted volvió a Grecia en 2008, cuando la crisis estaba en su punto más horrible, y se sintió aterrado por el destino, nuevamente, de Grecia. ¿Recuerda ese momento?

Lo recuerdo con mucha claridad. Fue una época muy difícil para los griegos. Todo el mundo les acusaba de ser vagos, de no pagar sus deudas por la corrupción… Todos estos reproches no eran infundados. Había corrupción. Tomamos préstamos que nos gastamos haciendo tonterías. Pero al mismo tiempo, y esto me enfurece, la corrupción de Grecia está entre la gente: "Yo le doy más dinero a mi hija para que me cuide mejor", ese tipo de corrupción. Pero en Europa la corrupción no la vemos, está por encima de nuestras cabezas. Sucede entre gobiernos, entre estados y nadie dice nada. No sé si vosotros tenéis esta costumbre: alguien viene con una buena noticia y te dice: "Oh, vi que tu hijo ganó el primer premio en la universidad, oh, gracias, toma, para tu hijo, un dinero, una tarta, lo que sea…". Es el carácter de la vida mediterránea: das a quien te da buenas noticias. Antes también se hacía al revés: mataban al mensajero de malas noticias. Esta corrupción no afecta a la economía en realidad. Pero, bueno, había la teoría de que los griegos modernos no son griegos de verdad, que la ocupación alemana… que los griegos son simios… son una gente a la que se ha intentado dar caza, a la que se ha maltratado, ocupado… y los demás también son responsables de esto. Esto me puso furioso. Y lo escribí. Y hubo planes de vender la Acrópolis. ¡Vender la Acrópolis! Y el gobierno actual es más corrupto que cualquier gobierno anterior, de la misma manera que los anteriores. Cazan a sus enemigos y promocionan a sus amigos. Así que escribí sobre esto. Y dije abiertamente en la radio: “Habláis de corrupción pero no habláis de la corrupción sueca, en la que dos familias controlan todos los periódicos, la tele y las radios. ¡Esta es la corrupción! ¡La importante! La otra, eso de darle cinco euros más a la hija, eso no es nada”.

"En Europa la corrupción no la vemos, está por encima de nuestras cabezas. Sucede entre gobiernos, entre estados y nadie dice nada"

"En Europa la corrupción no la vemos, está por encima de nuestras cabezas. Sucede entre gobiernos, entre estados y nadie dice nada"

Siente pasión por su país.

Sí, es doloroso. Porque, como sabe, con algún tipo de paz duradera entre las clases sociales en Grecia, y entre Grecia y Europa, Grecia podría ser un paraíso. Es un país maravilloso. Bello. No es rico al modo tradicional, pero tiene metales, árboles, comida, turistas. Podría ser un país económicamente muy estable. Pero no lo es y nunca lo será porque lo que debemos a Europa y a otros, a China o a Rusia, es tanto que nunca terminaremos de pagarlo. Y las grandes economías lo dicen: "Dejad de presionar a esta gente, no van a pagar. ¡No hay dinero!". Pero quieren su dinero. Alemania nunca le pagó un dracma a Grecia por todo lo que destruyeron en los años de la guerra, que yo sepa. Y si lo hicieron fue muy poco.

Ha escrito mucho sobre su país. ¿Qué no ha escrito todavía que quisiera escribir sobre Grecia?

Creo que lo que me gustaría hacer ahora, si tengo las fuerzas y la salud, sería un ensayo sobre lo que realmente es Grecia. Señalar lo que es. Por ejemplo, la religión, que sigue siendo muy importante en Grecia. Pero cómo de importante es para la gente y cómo para los clérigos y la burocracia. Y para el ejército. Y para la Constitución. Ese tipo de ensayo me gustaría escribir, si puedo. Y señalar algunos puntos muy concretos, por ejemplo, la misoginia, una tradición muy antigua y muy mala de Grecia. La idea del pater familias, de que la familia es tu propiedad. La violencia contra las mujeres. La idea de que resuelves algo con una guerra. Hasta donde yo sé la guerra nunca ha resuelto nada, solo ha creado problemas. Quiero proponer una actitud distinta ante la vida, para mi país y para otros. Esto es lo que querría.

Aquí en Madrid habló, con emoción y entusiasmo, sobre Federico García Lorca cuando le dieron la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes. ¿Qué lección saca usted de Lorca y de nuestra guerra?

Ahora he leído mucho a Lorca y sobre la Guerra Civil Española. La Guerra Civil Griega fue tan cruel como cualquier otra, pero creo que no estoy seguro de que los españoles hayan asumido este debate con seriedad. Lorca tiene un mensaje de paz en su poesía. Y de los escritores modernos que he leído, también tocan el asunto: Vargas Llosa sobre la violencia en su país, García Márquez, sobre aquel joven que murió tan pronto… de Chile, lo que ha escrito Roberto Bolaño… Puedo decir que en muchos sentidos tenemos el mismo problema que Chile, que Uruguay, que Grecia: pobreza, violencia, una clase alta que no tiene sentido ni interés en la justicia… toda esta misoginia… eso también lo encuentras en los libros de Lorca, lo describe con mucha fuerza. En una palabra: tenemos problemas grandes y la única solución que encontramos es hacer la guerra. No puede haber cosa más tonta.

Quiero preguntarle por algo que dijo en el discurso en el Círculo de Bellas Artes de Madrid: “A veces el amor es más grande que el miedo”. ¿Dónde se enfoca ahora su miedo?

El amor es más fuerte que el miedo. Hay muchos casos. Mi abuela, que viajó por toda Grecia, una anciana, sin comida, sin nada, andando, buscando la cárcel en la que estaba mi padre. Al final lo encontró en la cárcel de Esparta, muy lejos de nuestro pueblo. Y los guardias alemanes le dijeron: "No le verá". Y ella dijo: "Vale, pero me quedaré aquí, no me iré a ninguna parte". Y así lo hizo, hasta que le dejaron verlo, aunque no habló con él. Y volvió y le dijo a mi madre: "Hija, tranquila, tu marido está vivo". Es un caso de amor más fuerte que el miedo.

Usted, Kallifatides, sigue siendo el hijo del maestro, su padre, de nombre Demetrios, siempre está presente, y los griegos se lo hacen presente cada vez que vuelve a su país.

Sí, y orgulloso estoy de que sea así. Porque es un oficio noble ser maestro. Y la mitad de lo que soy es gracias a buenos maestros. Son mis padres mentales. Estoy orgulloso de que mi padre fuera maestro. La última vez que fui a mi pueblo había gente que había sido alumna suya y no escuché nada malo sobre él. Eso me hace feliz. Que le hayan dado mi nombre a una calle y al liceo del pueblo me importa menos. Me hace más feliz lo de mi padre.