LA PRÈVIA

Orfeo, un mito musical

Un momento del ‘Orfeo’ que hoy estrena el Principal en su ensayo general. |

Un momento del ‘Orfeo’ que hoy estrena el Principal en su ensayo general. | / TEATRE PRINCIPAL

Pere Estelrich i Massutí

Pere Estelrich i Massutí

Orfeo, hijo de Apolo, es un personaje de la mitología relacionado con la música. De hecho, en todas las pinturas y esculturas se nos muestra acompañado de una lira, una especie de arpa, pero más pequeña. Y el hecho de estar relacionado con la música, ha propiciado que muchos compositores le dedicaran obras.

El personaje tiene muchas leyendas asociadas, la más conocida es la que propone que una vez muerta su amada Eurídice, Orfeo pide a los dioses que le concedan una segunda oportunidad. Y, como gracia y debido a su música y a los lamentos y plegarias, los dioses le conceden la posibilidad de ir al inframundo a recoger a su querida esposa. Aunque, eso sí, con condiciones.

Orfeo viaja al más allá, rescata a Eurídice con su lira (aquí el poder curativo y divino de la música), aunque desobedece a los dioses incumpliendo una de las condiciones (aquí el poder maléfico de la codicia, la pasión -según Monteverdi- y la desobediencia). Así que, sin querer hacer un espóiler, diremos que ella, la amada, acaba otra vez en el más allá.

Entre los músicos que han dedicado especial atención a ese mito musical, tenemos a Jacobo Peri que allá por el 1600 compuso una cantata escénica llamada Eurídice. Esa podría ser la primera ópera entendida como tal, aunque sin algunos de los elementos básicos.

De todas maneras, la fecha en la que históricamente se da como la de la primera representación operística es la del 24 de febrero de 1607, cuando Claudio Monteveri estrenó en Mantua La favola d’Orfeo. Ese es el título que muchos libros de historia de la música dan por bueno a la hora de indicar el nacimiento de esa forma musical que une escena, palabras y música.

Pero como decíamos antes, Monteverdi no es el único (ni el primero, como hemos visto) de los compositores interesados en ese tema mitológico. Después de él y sin ser estrictos ni exhaustivos, citaremos al francés Lully, quien en 1690 presenta otro Orfeo en clave operística. Setenta años después, Gluck recrea el mito en Orfeo et Euridice, que contiene una de las más bellas arias jamás escritas para tesitura de mezzosoprano: Che farò senza Euridice que es, sin duda, una joya musical de todos los tiempos.

Haydn, el gran nombre del clasicismo, no quiso dejar de lado la oportunidad de recrear el mito y compuso una ópera sobre el tema en 1792 aunque no pudo estrenarla en vida. Debieron pasar casi doscientos años hasta que se pudo escuchar y ver sobre un escenario en 1951.

La opereta francesa, con Offenbach al frente, también tiene su lectura órfica. Pero, eso sí, en clave de humor y llena de momentos desenfadados. Nos referimos al Orfeo en los infiernos, en la que en las profundidades del Averno se organizan espectáculos de variedades y se baila un can-can.

Igor Stravinsky, por su parte, hizo bailar a Orfeo y a su amada Eurídice a través de la coreografía de Balanchine, uno de sus amigos y más fructíferos colaboradores.

Y llegamos al cine y al mítico (y en cierta manera actual) Orfeo negro, un filme de producción «franco italiano brasileña» dirigida por Albert Camus en 1959, premiada en Cannes y en Hollywood y que tiene un fragmento musical que ayudó a popularizar la música de Río de Janeiro, la bossa nova. Nos referimos a Manhã de Carnaval, un tema que han versionado artistas de la talla de Stan Getz, Miriam Makeba, Frank Sinatra, Joan Báez, Gloria Lasso y nada menos que ¡Daniel Barenboim!

Y terminamos ese no exhaustivo viaje por la mitología musical con Philipp Glass y su Orfeo, estrenado en 1993 y hace unos meses programado en Madrid, con el mallorquín Tomeu Bibiloni cantado uno de los papeles.

Pues bien, con todo eso debemos situarnos en Palma y acudir a la producción que nos ofrece, a partir de este viernes y hasta el domingo, el Teatre Principal del Orfeo de Monteverdi, que si bien traslada la acción al New York de los años setenta, musicalmente pretende seguir la esencia purista, aproximándose a la llamada Música Antigua, con instrumentos modernos, eso sí, bajados un poco su tonalidad habitual y con otros como tiorbas y cornetos ajenos a los de las orquestas sinfónicas.

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