Siguiendo la carretera que enlaza Porto Cristo y Son Servera a la altura de la playa de Sa Coma, unos carteles y diversos animales de cartón piedra anuncian que estamos llegando al único safari-zoo que existe en Mallorca. Es una mañana ciertamente calurosa, pero el cielo está tan plomizo que no apetece ir a bañarse, así que la entrada de coches es un goteo constante. Tanto que su administrador, Henning R. Mentz, tiene que hacer las veces de taquillero: "Pueden ustedes esperar a los trenes descapotados o entrar con sus propios vehículos y hacer el recorrido al ritmo que quieran. Eso sí, está prohibido darle comida a los monos", repite a veces en alemán y otras en inglés.

El espacio, una parcela de 30 hectáreas que su padre Siegfried acabó comprando en los noventa, es una recreación de una sabana africana donde conviven, sin jaulas, antílopes, jirafas, cocodrilos, tigres, leones, rinocerontes, hipopótamos, ñus o babuinos "los verdaderos atractivos del safari". Precisamente hace tres décadas y forma paralela cambió de localización a unos 300 metros de la antigua reserva abierta por el también alemán Herrmann Ruhe en 1969 y que sirvió durante muchos años como lugar de cuarentena para todos aquellos animales salvajes que el propio aventurero capturaba en África y que después, vía Mallorca, distribuía a otros zoológicos del centro de Europa.

Un safari en cifras

Si hablamos de números, el Safari-Zoo Mallorca de Sa Coma, nombre oficial del negocio desde que se inaugurara hace más de 40 años, posee un total de 622 animales, sus instalaciones están abiertas los 365 días del año manteniendo en nómina a un máximo de 21 empleados durante los meses de verano. El recorrido interior tiene una longitud de 4,5 kilómetros y es trazado nueve veces al día por un tren turístico ´vestido´ de cebra, en viajes de tres cuartos de hora que desembocan en un zoo infantil y varios espectáculos en vivo. En cada viaje suele dar asiento a unas 90 personas en temporada alta, lo que sumado a los visitantes de que llevan su propio coche, dan una media superior a las 1.000 personas diarias.

Cada uno de los animales sigue su propia dieta, lo que se traduce al año en un montante espectacular de comida: 3,5 toneladas de fruta, 8,5 de carne, 1,5 de pescado, 120 toneladas de forraje, 80 de alfalfa seca y 80 más de alfalfa verde, 55 toneladas de piensos compuestos, cereales y frutos secos y 200 metros cúbicos de agua.

Henning se resiste a dar cifras económicas o de las celebridades que han pasado por las instalaciones del safari: "No somo partidarios de dar nombres, pero puedo decirte que hemos recibido la visita de miembros de unas cuantas casas reales, artistas y deportistas de fama mundial o personalidades del mundo de la política y la cultura".

A todo esto, ¿Por qué sigue habiendo tan solo un zoológico de estas características en la isla?: "La razón es sobre todo administrativa; en los 60 era más o menos fácil hacerlo, ahora los permisos y pasos burocráticos lo hacen casi imposible. Además es mucho más sencillo y lucrativo montar un parque acuático o temático. Nosotros no podemos cerrar ya que los animales hay que cuidarlos durante todo el año".

"No te muevas, intentaré que los watusis se acerquen a nosotros para que puedas tener una buena foto", se ofrece amable Antonio Moreno, conductor desde hace tres años de la furgoneta que tira de los vagones turísticos que se adentran en la fauna". Va cargado con trozos de pan, rodajas de melón y un cubo repleto de comida entre la que se distingue mucho tomate, lechuga y galletas. Él se encarga de hacer del itinerario una experiencia más interactiva. Se para y sale a saludar a ´sus´ bestias; ellas se fían y le corresponden, aunque menos de lo habitual: "Notan algo raro, es increíble como perciben los cambios por pequeños que sean".

Y llegan los babuinos y Antonio, tocado con un sombrero que le da un aire explorador, decide salir del vehículo. Antes deja en su asiento una pistola, "no se preocupe, es de fogueo, tan solo es por si alguno viene e intenta entrar a por comida, se la enseña".

Se lo sabe todo: "Esto es un mirgai, eso de allí un elan que pueden llegar a saltar hasta 2,5 metros del altura, y los que están más lejos que están acercándose unos kobus-leche". Entonces me señala dos jirafas recién llegadas, pese a que de inmediato se baja de nuevo para acariciar a Mariano, la jirafa más vieja de la isla, con 40 años de edad.

El viaje rodado acaba en una área de recreo infantil donde los flamencos zoo a pie con coatíes o casuaris. Una grada semicircular situada frente a una gran jaula sirve para contemplar un espectáculo de equilibrios y destreza de un domador con tigres y leones. Entonces surge de la pregunta tópica en estos casos y que no es otra que la falta de libertad auténtica de estos animales: "El futuro de muchas especies pasa por los zoológicos", me responde Miquel Brunet, mano derecha de Mentz y con 30 años de experiencia. Se convertirán en reservas genéticas. Evitando la endogamia hacemos que los animales vivan más sanos y durante más tiempo".

Henning añade: "Todos los zoos de Europa pasamos inspecciones sorpresa [en Mallorca del Seprona y la conselleria de Medio Ambiente] y tenemos un certificado que nos avala. A los que protestan por el posible maltrato les invito a que pasen unos días conmigo y vean cómo funcionamos".