El futuro de Mallorca se decide en Durban. Allí, en la orilla sudafricana del Índico, a 8.265 kilómetros de la isla más turística del Mediterráneo, 140 países intentan ponerse de acuerdo en lo que nunca se pusieron de acuerdo: la aplicación de un plan para paliar los efectos del cambio climático que ya está en marcha. Porque está en marcha. Sus efectos se notan en Durban y en Palma. En la China expansiva que devora energía a dentelladas cada vez más grandes y en los Estados Unidos que controlan los resortes del mercado petrolero. En las playas en retirada de todo el planeta y en las islas bajas del Pacífico que pronto serán mar. En aves, corales, plantas y cosechas. En el trópico y en los polos.

Y en Mallorca, claro, donde los efectos pueden llegar a ser severos. Sobre ellos trabaja la comunidad científica local, que ha desarrollado modelos que permiten entrever el futuro climático que aguarda a la isla. Los escenarios aún están sembrados de incertidumbres, aunque hay en ellos tendencias marcadas. La más clara apunta a una elevación de las temperaturas máximas en hasta 6,3 grados de media hasta el año 2100. La Mallorca de finales de siglo será así menos estacional, con la primavera y el otoño más parecidas al actual verano, y el verano convertido en sofocante y, quizá, poco atractivo para el turismo de sol y playa. También se prevén menos lluvias y sequías más intensas. Y un mar más cálido que completará una combinación explosiva: agua caliente y ambiente sofocante son el combustible que alimenta tormentas, ciclones y huracanes.

Y justo por ahí van los tiros: los científicos creen que en las próximas décadas Mallorca podría sufrir menos tormentas, pero más destructivas. Todo ello afectará a las playas y a la fauna, claro, pero también a la planificación turística y urbanística, condicionada por veranos más largos y secos, un mar en avance y la amenaza de un entorno propicio para fenómenos extremos. ¿Cómo repercutirá el cambio en el modelo de vida mallorquín? Durban dirá, aunque el futuro del que nos avisaron ayer ya está aquí.

Una Mallorca menos estacional: el calor veraniego se extiende a primavera y otoño

Las temperaturas subirán en todas las estaciones. Las proyecciones más extremas describen un incremento de las máximas de 6,4 grados antes del año 2100, salto que se rebaja a tres grados en los escenarios menos agresivos e improbables, vista la inacción mundial contra el cambio climático. La subida de temperaturas de hecho ya ha empezado. Y es acusada. Un trabajo de la Agencia Española de Meteorología (Aemet), citado por su delegado en Balears, Agustí Jansà, documenta que los días en los que se superan los 35 grados han pasado de ser apenas 1,4 al anuales entre los años 1960 y 1990, a más de 36 entre 1971 y el 2000. Y desde el cambio de siglo, el fenómeno se ha acelerado en todo el globo, aunque el calentamiento es más patente en Mallorca.

Según el propio Jansà, el aumento medio de las temperaturas es aquí el doble de intenso que en el resto del planeta: mientras la Tierra se calentaba en 0,7 grados, Mallorca veía subir el mercurio en 1,5. El sofoco es más palpable en verano, cuando el salto medio ya es de dos grados, pero hay datos que revelan un progresivo calentamiento de la primavera y el otoño. Habla de ello el hecho de que las cinco primaveras más cálidas hayan sido en los últimos doce años.

Datos parecidos ofrece el Observatorio del Clima de Balears, que confirma un avance de las temperaturas de medio grado por década en todas las estaciones, con especial incidencia en primavera y verano. Tanto es así que las proyecciones por regiones del planeta muestran que el estío mallorquín subirá de grados a un ritmo "muy superior al promedio mundial". Y a lo mismo apuntan los científicos del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (Imedea), que, en el estudio de sostenibilidad sobre el que se asienta la reforma de Playa de Palma, instan a tener muy en cuenta las consecuencias desestacionalizadoras del cambio climático. "Un aumento de las temperaturas máximas de primavera y otoño, junto con una disminución en los días de precipitación, podría ser un factor clave para lograr la desestacionalización de la demanda turística", expone el trabajo de los científicos.

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