Ha quedado dicho y redicho que el debate entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba fue el espacio de teletienda más caro y más visto de la historia de la democracia. Una sucesión de monólogos donde la actividad del moderador Manuel Campo Vidal fue comparable a la de Iker Casillas en un partido contra Malta. Un cero periodístico, un formato trasnochado con menos verdad que el confesionario de Gran Hermano. Hubiera mejorado algo de emitirse en blanco y negro, bajo el epígrafe Mundos Viejunos. Los candidatos no interactuaron, se aburrieron tanto como los doce millones de espectadores que pudieron comprobar cómo la política, lejos de ofrecer la solución, es el principal problema. ¿Con cuál de los dos se iría usted a cenar? Difícil decisión. Los orgullosos miembros de la Academia de la Televisión que se avino a montar la banal escenificación se encamarían con ambos indistintamente, tan contentos aparecían en la foto de familia con los ufanos contendientes. Seguro que la crisis que acabará con las prestaciones sociales y las subvenciones culturales no se lleva por delante semejante cueva de dinosaurios que ha reducido el oficio de informar en audiovisual a la labor de peluqueros y maquilladores, con árbitros de baloncesto cronometrando los tiempos, de manera que aquel duelo de mentirijillas no se vaya a ir por donde no quieren los propagandistas de los contendientes. Ni una miserable pregunta. Ni el mínimo aprieto. Ni siquiera nos dejaron el suspense de saber quién ganó, pues Rubalcaba salió a perder, tantas veces repitió "cuando usted gobierne" desde el minuto cero.

Lo único que hizo digerible el presunto cara a cara fue seguirlo a través de Twitter. Mientras Rajoy leía, los internautas escribían. Mientras Rubalcaba se enredaba en un soliloquio de seis minutos para demostrar que no lleva ocho años en el Gobierno, los enredados despachaban asertos de 140 pulsaciones. Cómo no participar, cuando te dan la posibilidad de opinar y te disparan ideas como chispazos. Los comentarios arreciaron cuando se desveló uno de los misterios de la noche: qué fue de la niña de Rajoy, la que puso el colofón al mismo programa de hace 4 años. ¿Ha crecido y ya es una adolescente consumidora de la píldora del día después? ¿Se sentó en una plaza con los del 15M? ¿Está pensando en emigrar a un país nórdico? Inquirido por las políticas de igualdad que no estaban en sus folios, el cabeza de cartel del PP se refirió a sus "colaboradoras", mujeres "magníficamente preparadas que llevan su casa y cuidan de sus hijos". Un homenaje vacuo, pues no lo remató con ninguna propuesta de acción que favorezca la conciliación. Qué emocionante resulta la abnegación femenina, quién dijo que la condescendencia ya no se lleva, que el concepto "sus labores" pasó de moda, que las tareas del hogar no tienen sexo necesariamente.

Se olvidó Rajoy de que, de momento y hasta el 20M, hay mujeres en su partido que tienen mucha más responsabilidad política que él, alcaldesas y presidentas de comunidades autónomas. Señoras que arrastran miles de votos. "Colaboradoras" necesarias, imprescindibles para que él en su atonía parezca el líder que necesitamos como el agua. ¿Qué dónde estaba la niña de Rajoy? Pues hay dos posibilidades: en Twitter, poniendo a caldo el bipartidismo, o en la cocina, fregando los platos de la cena.