Recuerden el primer Pacto de Progreso, cuando hasta el Bloc era de izquierdas. Antich propuso una tímida ecotasa, con el noble objetivo de rescatar espacios de la codicia inmobiliaria para entregarlos al disfrute turístico. El president acordeón se arrugó a continuación, porque la Junta hotelera estigmatizó y satanizó a los partidarios del gravamen, anunciando su expulsión del paraíso. El impuesto vio la luz entre tarascadas, huérfano de apoyos. Los hoteleros golpistas lo utilizaron para urdir una campaña internacional contra Mallorca –degollaron a su gallina de los huevos de oro–, y nos trajeron a Jaume Matas. Otra inmensa deuda de la isla hacia su clase dirigente.

Mallorca pagará ahora la ecotasa que se negó a cobrar, gracias al ansia recaudatoria de los gobiernos conservadores de Alemania y Reino Unido. Los hoteleros guerracivilistas han reaccionado con una tibieza inexplicable, si recordamos que casi expulsaban de sus establecimientos a los turistas que sólo venían a descansar, sin ganas de meterse en zarandajas jurídicas. La clase empresarial pleitea para destruir sin freno la tierra que la ha enriquecido, no cabe mejor resumen de la historia de la isla.

El impuesto de Merkel y Cameron no sólo es una ecotasa, sino que la llaman así. Antes de que los hoteleros vasallos de Fidel Castro hicieran el negocio de pagar el impuesto en lugar de cobrarlo, sustituyeron la palabra manchada de izquierdismo por la Tarjeta Verde, con el resultado habitual de que su máximo responsable está imputado en el caso Gürtel, la aristocracia de la corrupción. La ecotasa internacional puede llevar a la aburrida conclusión de que a la Junta le parece correcta la imposición, mientras la santifique la derecha. Ni siquiera, la ecología y el paisaje le son completamente indiferentes, como toda circunstancia ajena a sus hoteles. La última esperanza radica en que Berlín anuncie que destinará los fondos recaudados a redondear la compra de Mallorca, la liberación más profundamente ecológica que puede plantearse un imperio.