Abusos en la Iglesia

Abusos de jesuitas españoles: en el nombre del padre

Varios sacerdotes jesuitas españoles han sido acusados en los últimos meses de cometer cientos de abusos sexuales a menores en Bolivia, con la supuesta connivencia de una Compañía de Jesús señalada por premiar a los agresores y castigar a quienes alzan la voz

El padre Pica, primero por la izquierda, con varios novicios.

El padre Pica, primero por la izquierda, con varios novicios. / EL PERIÓDICO DE ARAGÓN

Alberto Arilla

"Estaba durmiendo cuando sufrí el primer abuso deshonesto. Tocó mis genitales, y cuando reaccioné me dijo que no pensara mal, que había sido un accidente". Con mirada fija, que no perdida, el exjesuita boliviano Pedro Lima entona estas palabras con un tono seco, que no resignado. Los hechos que relata sucedieron en los 90, durante su noviciado para convertirse en sacerdote, cuando el padre Alfonso Pedrajas, más conocido como Pica, aprovechó su confianza como maestro de novicios para abusar de él en una fría noche del invierno orureño. No fue el único. El padre Pica, fallecido en 2009 y cuyas memorias fueron desenterradas por el periodista Julio Núñez en El País el pasado mes de abril, recogió en un diario algunos de los abusos sexuales a niños y adolescentes que había cometido durante tres décadas en Bolivia, desde bien entrados los 70.

Un total de 85 casos reconocidos que, según el abogado José Luis Gareca, exalumno del colegio Juan XXIII de Cochabamba -del que el padre Pica fue director- y representante de más de 30 víctimas de pederastia clerical en el país, fueron muchos más. "Según mis cálculos, sus víctimas en el Juan XXIII sobrepasan las 150", explica a este diario. Pero no era únicamente en los estudiantes del colegio donde el sacerdote español descargaba sus instintos depredadores, algo de lo que Pedro Lima da testimonio en primera persona.

Guiado por el ejemplo del jesuita español Luis Espinal, cuando estaba estudiando su primer año de Derecho, Pedro Lima dejó todo para atender la llamada divina. Fue en su Oruro natal donde su historia se cruzó por primera vez con el padre Pica, "el primer jesuita" que conoció en su vida. Tras un efusivo abrazo, "quizá demasiado largo", y una peregrinación para confirmar su fe, a pie, hasta Cochabamba, Pica le invitó a un encuentro en la Casa Taquiña, a los pies del pico Tunari. Una reunión de jóvenes con vocación en la que Lima ya se percató de que algo no iba bien con el párroco: "Le gustaba asustar a los más jóvenes con cuentos de terror. En ese momento no lo sabía, pero con el tiempo descubrí que, una vez que el grupo estaba atemorizado, aprovechaba esa inmovilización general para llevarse a un lugar apartado a una o dos víctimas. En la Casa Taquiña, al igual que en el Juan XXIII, Pica cometió muchos abusos".

Un primer aviso que, en cualquier caso, no apartó a Pedro Lima de una vocación cuyo guía iba a ser un sacerdote, Alfonso Pedrajas, al que todo el mundo reconocía como alguien "carismático, exigente y muy amable", y que, según su modus operandi, "primero se ganaba a los papás". Meses después, ya en el noviciado, Pica abusaría por primera vez, al menos de forma directa, de Lima. Una situación que se volvería insostenible con el paso del tiempo. "Le daba un enfoque teológico al abuso sexual, excusándose en que todos tenemos áreas oscuras", relata el exjesuita, recordando cómo, incluso en las misas que oficiaba, Pedrajas empleaba dobles sentidos espeluznantes. "Una frase que siempre decía era que nos dejásemos ‘penetrar’ por el amor de Dios, pero lo hacía con miradas lascivas e irónicas", rememora, a la par que destaca los celos que el padre Pica podía llegar a sentir hasta de sus familiares más cercanos: "Una vez me hizo darle un abrazo, como se lo había dado a mi padre días antes, y aprovechó para darme un beso. Sentí asco al sentir su saliva en mi mejilla".

El exjesuita Pedro Lima durante la entrevista concedida a este diario.

El exjesuita Pedro Lima durante la entrevista concedida a este diario. / EL PERIÓDICO DE ARAGÓN

La cascada comienza a desbordarse

Tras el escándalo por la publicación del diario del Pica en El País, los casos comenzaron a aflorar uno tras otro, como una imparable cascada de denuncias que involucraban a varios sacerdotes, en su mayoría de origen español. Según varios testimonios, los abusos fueron una constante en los centros de menores a los que la Compañía de Jesús tenía acceso en Bolivia. Décadas de violencia sexual y pederastia de las que los provinciales y los más altos cargos de los jesuitas, supuestamente, habrían estado al tanto, siendo acusados por tanto de ser culpables por omisión y comisión de unos delitos de lesa humanidad que podrían llevar a su actual cúpula ante los tribunales.

Además del padre Alfonso Pedrajas, los tres directores que le sucedieron en el cargo en el Juan XXIII cochabambino han sido señalados. Al padre Vicu (Carlos Villamil, el único boliviano, ya fallecido) se le imputan delitos de estupro a varias exalumnas menores de edad, agregándole unos supuestos antecedentes en un orfanato. Francesc Peris, Chesco, ya estaba siendo perseguido en España por abuso sexual y violación cuando desembarcó en Bolivia, donde se le hace responsable de delitos similares. Ahora, el padre Chesco reside en un asilo de su país natal, aquejado de alzhéimer. El último director del colegio en ser acusado ha sido el padre Francisco Pifarré, Pifa, quien ha defendido en todo momento su inocencia.

Sea como fuere, el caso del colegio Juan XXIII no ha sido aislado ni en el país ni en el continente latinoamericano. En Bolivia, en términos de Lima, el escándalo del padre Pica "solo es la punta del iceberg". Un buen ejemplo de ello es el del padre Jorge Vila, quien estaba al cargo del DNI, una organización internacional en defensa de los niños y las niñas, en la que, según el abogado José Luis Gareca, "cometió decenas de abusos". No menos espeluznante es el caso protagonizado por el jesuita Luis María Lucho Roma, quien, además de cometer innumerables agresiones sexuales a menores en la parroquia de la comunidad indígena de Charagua, grababa a sus víctimas para chantajearlas, en unas vejaciones que detallaba posteriormente en un diario personal que actualmente está en poder de la Fiscalía de La Paz.

Pedro Lima (de frente, con poncho), junto al padre Pica (de espaldas).

Pedro Lima (de frente, con poncho), junto al padre Pica (de espaldas). / EL PERIÓDICO DE ARAGÓN

Pedro Lima, enésima parte

Volviendo a Pedro Lima, el del Pica no fue el único abuso sexual que sufrió durante su trayectoria como jesuita. Tras finalizar su noviciado, fue destinado al colegio Sagrado Corazón de Sucre, donde conoció al padre Antonio Gausset Capdevila, alias Tuco, un sacerdote con bastante poder dentro de la orden que necesitaba ayuda para caminar debido a una enfermedad degenerativa. Varios fueron los niños encargados de sus traslados, que no obedecían a los recorridos habituales que se le presuponen a un cura corriente.

"Su ritmo de vida era diferente al resto. Se levantaba a mediodía y por la tarde tenía varias reuniones, ya que era capellán de la entonces Corte Suprema de Justicia", narra el ex jesuita, que prosigue: "Por la noche es cuando empezaba su vida social. Decía que era de la élite catalana, por lo que se juntaba con la gente adinerada de la ciudad hasta las 2 o 3 de la mañana". A su regreso, siempre asistido por adolescentes, es cuando se despertaban sus oscuras perversiones.

"Convocaba a los estudiantes a hacer lo que él llamaba vida comunitaria. A veces jugaban ‘cacho’ (un juego de dados y alcohol, en este caso con whisky) y, como los jóvenes apenas sabían jugar, les ganaba y les castigaba rapándoles el pelo. A la segunda derrota, les depilaba los genitales, con mucha manipulación", asegura Lima, de origen quechua, una lengua materna que empleaba para ganarse la confianza de las víctimas, para que así pudiesen contarle sus problemas sin ser descubiertos.

Precisamente, fue la obsesión del padre Tuco por el corte militar la que llevó a Pedro Lima a sufrir un nuevo abuso, cuando ya no era "tan joven". Otro más. "Yo tenía experiencia como peluquero, y Tuco me pidió que le cortase el pelo, aunque en mi opinión no lo llevaba largo. Bajo el manto, noté como hacía movimientos extraños, cuando de repente empezó a jadear. Ahí me di cuenta de que se había estado masturbando, todavía tenía semen en la mano. Me escandalicé y, al hacer el ademán de apartarme me agarró, me bajó el buzo y me hizo una felación a la fuerza", recuerda, todavía asombrado por la reacción posterior del sacerdote. "Se reía y me decía: ‘No te enojes, Pedrito’. Se lo tomaba como una broma pesada".

La lógica del silencio y la recompensa

Pocas semanas después de este episodio, y tras haber sido testigo de otros abusos -sexuales y violentos- del padre Tuco, Pedro Lima no pudo más y escapó de aquella casa de Sucre. Lo que Lima no se imaginaba era que, ya de vuelta en Oruro, se toparía con un muro de hormigón: los provinciales.

"En el año 2000, me reúno con el padre Ramón Alaix Busquets, que había sucedido en el cargo a Marcos Recolons. Le relaté los casos de Pica, de Tuco y los de otro cura, Luis Tó, que también conocía. En ese momento me interrumpió y me dijo que me daría una respuesta, pero que ‘los trapitos sucios se lavaban al interior’. Esperaba que se indignara y se molestara, pero no que lo hiciese conmigo", lamenta, aún enojado.

Pedro Lima, durante una celebración de su cumpleaños en la orden, delante del padre Pica.

Pedro Lima, durante una celebración de su cumpleaños en la orden, delante del padre Pica. / EL PERIÓDICO DE ARAGÓN

Tras dicha reunión, la Compañía de Jesús se ofreció a pagar sus estudios teológicos, pero a los seis meses cortó todo tipo de financiación al descubrir que Lima seguía investigando. "Marcos Recolons, que llegó a ser el superior de toda Latinoamérica y la segunda persona más importante de la Compañía en el mundo, me llamó y me dijo textualmente que no iba a permitir que siguiese hablando mal de sus hermanos", asegura Pedro Lima, que fue inmediatamente expulsado de los jesuitas. Pese a ello, consiguió años después un trabajo relacionado con la orden, en una obra en Paraguay, donde reconoció conductas "que ya creía superadas" y se decidió a reabrir su investigación durante la pandemia: "Los jesuitas paraguayos, cuando denuncié, me recriminaron que me habían dado trabajo. Ahí entendí su lógica. Varios exalumnos tienen cargos laborales para ser silenciados".

Una lógica, la del trabajo a cambio del silencio, que Lima subraya que viene de muchos años atrás, auspiciada por unas élites que imponían una política que perseguía a todo aquel que alzase la voz. Como ejemplo, el boliviano apunta que, en 1979, cuando los abusos en el Juan XXIII estaban en su punto álgido, hubo una reunión en Cochabamba, calificada por los propios jesuitas como crisis del 79 (sin especificar los motivos) a la que asistió el general Pedro Arrupe, máxima figura de la Compañía en ese momento, acompañado de otros formadores, entre ellos el Papa Francisco I, cuando todavía era Jorge Mario Bergoglio. En ese sentido, Lima cree que el actual Papa "debería aclarar" si en dicha reunión se pusieron sobre la mesa dichos casos, que ya empezaban a ser más que simples rumores.

Resquicios del colonialismo

"Las instancias superiores de los jesuitas, incluida la Máxima Autoridad, conocían todo", señala el abogado José Luis Gareca, para quien se ha cometido un "desprecio al pueblo de Bolivia" que se remonta a la época colonial. "En el diario del Pica, sus abusos son una pugna entre él y el diablo, la víctima no cuenta. A Pedro Lima, cuando se enfrentó a él, le dijo que no importaba el tema sexual, que a los bolivianos solo había que darles de comer y un techo", añade.

Con todo, ni Gareca como abogado ni Lima como víctima dan muestras de ningún tipo de miedo a las posibles represalias, que ya han vivido ambos, tanto en forma de amenazas como en forma de ataques a su sustento económico. Y es que, como dice el propio Pedro Lima, "si las víctimas callan, otras les seguirán. Es doloroso, pero hay que enfrentarse". Así, el ex jesuita resume su lucha por la justicia, la verdad y la reparación con un mensaje claro y directo: "Yo doy la cara porque son ellos los que deberían esconderse".