Lou Reed ha viajado hasta Mallorca para descubrir dos de sus facetas menos conocidas, la de fotógrafo y documentalista, y también para honrar otra que le ha dado fama a lo largo de su carrera, la de soberbio y caprichoso. El artista neyorquino, icono de la música popular contemporánea, como líder de la Velvet primero, y posteriormente en solitario, demostró desde su llegada, el pasado miércoles, hasta la noche de ayer, cuando inauguró exposición en Es Baluard, por qué se ha ganado el sobrenombre de ´chico malo del rock&roll´. La suya fue una lección de malos modales, malas caras y muy pocas palabras, casi todas para quejarse.

El cantante, de 68 años, llegó a Palma el pasado miércoles, acompañado de su manager, Tom Saric, y su galerista, Steven Kasher, con quienes se desplazó al hotel Maricel de Cas Català. Con dos horas de retraso se presentó en Es Baluard, donde había acordado con los responsables del festival Alternatilla –los mismos que programaron el pasado año a su buena amiga Patti Smith–, supervisar la exposición y la proyección del documental Red Shirley, ambos actos previstos para el día siguiente.

A partir de ahí, todo fueron lamentos. "Pretendía reconstruir el museo para dejarlo a su gusto", aseguraron desde la organización. "No le ha gustado el sonido del auditorio, donde debía proyectarse el documental, y lo hemos tenido que trasladar al Aljub", agregaron. Con "muy mala educación", Lou Reed protestó por el orden fijado para exponer sus imágenes infrarrojas de paisajes y edificios y mandó modificar la serie, recurriendo a algún que otro "grito" para satisfacer su deseo. Al final, después de casi tres horas en Es Baluard, Lou Reed abandonaba cerca de la una de la madrugada el museo, no sin antes avisar que la rueda de prensa del día siguiente podría no celebrarse.

Y así lo hizo. Dejó plantados a setenta periodistas acreditados y optó por irse a comer dos kilos de gambas con sus compañeros de viaje. Ya por la tarde, regresó a Es Baluard y pareció tranquilizarse ante cómo habían quedado sus fotografías, que cuelgan desde ayer en la planta cero del museo, en el pasillo central, en el mismo lugar en el que se exhibieron recientemente una serie de carteles de Miró. "Pienso en la cámara como en mi alma, muy parecido a la guitarra", puede leerse entre sus fotos.

El autor de Take a walk on the wild side volvió a mostrarse huraño en la inauguración. Se hizo esperar más de media hora y continuó poniendo pegas a la presencia de la prensa. "Si no abrís un hueco grande no entrará en Es Baluard", advertían los organizadores, algo nerviosos. Lou Reed accedió a cruzar la entrada, pero a los pocos segundos se sintió de nuevo molesto, "agobiado con tanta gente", y se atrincheró en la sala Miró. Poco a poco se fue relajando y finalmente accedió a firmar ejemplares del catálogo y posar con los fans que le aguardaban desde hacía horas, aunque en todo momento mantuvo un semblante de aburrimiento. Tras la proyección del documental, una entrevista con su prima Shirley Novick, centenaria que ha sobrevivido a dos guerras mundiales, perdió a parte de su familia a manos de los nazis, se ganó el sustento pese a ser inmigrante ilegal en EE UU y encontró tiempo para defender la causa feminista, se dirigió al público. Pero con exigencias. Las preguntas que le formularon se hicieron por escrito, con nombre y apellidos del que interrogaba, y con la condición de que se ciñeran al contenido de la cinta. Hoy toca el concierto. En su camerino le espera langosta y una camilla de masajes, dos de sus últimas peticiones.