Lletra menuda

Una rentabilidad ocasional

Llorenç Riera

Llorenç Riera

Lo bueno dura poco y la brevedad no siempre incrementa su valor. Ha sido bonito y rentable mientras ha durado. La algarroba regresa a sus orígenes de fruto pobre, de alimento preferiblemente animal y hasta de desprecio convertido en abandono en el árbol productor. Durante dos años ha sido como si le hubiera tocado la lotería, se ha pagado a precio insospechado, ante lo cual, ha recompensado en parte el esfuerzo de los payeses, ha animado a recolectores ocasionales y ha atraído hasta a especuladores y oportunistas, pero se acabó. Hay demasiada algarroba y garrofín en los almacenes, el pago a dos y veinte euros respectivamente, queda, por lo menos para una larga época, en los anales de la rentabilidad ocasional, en espejismo para agricultores que ya están acostumbrados a trabajar en exceso, siempre sobre surcos de incertidumbre para saber si habrá valido la pena. La cosecha se presenta generosa, pero este año recoger la algarroba será algo parecido al juego de la ruleta. Sin posibilidad de fijar precio, que en cualquier caso será muy inferior al del año pasado, podrá entregarse a almacenes y cooperativas y después ya se verá a cuánto se abona. El trabajo agrícola sigue siendo una inversión fluctuante que, aparte de los dictados del mercado, depende ya de los efectos del cambio climático como se está demostrando este año con la producción de melones y sandías. Malo si hay escasez de producto porque el precio sube para el consumidor y no se vende y malo si hay en exceso porque el nuevo no sale. Es lo que le ha ocurrido a la algarroba. Antes de volver a soñar con un pago apetecible hay que dar salida a la que queda de los años anteriores.

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