Durante dos años, entre 2002 y 2004, el antropólogo catalán Jaume Franquesa (Igualada, Barcelona, 1976) estuvo viviendo en el barrio de sa Calatrava. Sus vivencias personales y sus relaciones con los vecinos le sirvieron para presentar su tesis de Antropología Social en la Universidad de Barcelona. La profunda transformación de un barrio obrero y reivindicativo en una zona residencial de élite y la pervivencia de las ideas le sedujeron. Ahora ha rebajado el tono de la tesis doctoral y lo ha revisado para aproximarlo al público en su libro Sa Calatrava Mon Amour. Recién llegado de Canadá, donde tiene fijada su residencia, Franquesa presentó ayer el libro en Can Alcover, acompañado de Salvador Bonet, Marc Morell, Ferran Tarongí y Leo Bassi.

–¿Qué le llamó más la atención del barrio durante los años que vivió en él?

–Me interesaba porque es un barrio que vive en permanente contradicción. De un lado, representa el concepto de ciudad como espacio de vida y, de otro, pasa a convertirse en símbolo de mercadería. Con los años, esta contradicción se ha agudizado y se ha vuelto más virulenta. Tiene una localización privilegiada que ha hecho que sa Calatrava sea un lugar muy atractivo para el capital inmobiliario.

–¿Qué hace diferente a sa Calatrava frente a otros barrios de Palma?

–Es un barrio pequeño. Es más fácil de analizar que otros. Fue una barriada que tuvo un peso importante de reivindicación en los años 70, donde despertó el movimiento vecinal. El cambio de barriada humilde a barrio de lujo. Esta trayectoria sorprendente lo hace especialmente atractivo. La prensa y la imagen del barrio que reflejó influyó en el proceso. La presentó como una zona degradada.

–¿Qué le transmitieron los vecinos cuando estuvo aquí viviendo?

–Tenían opiniones diversas. Estaban contentos con la rehabilitación urbanística, de la piedra, pero se había perdido la vida de barrio. Se despersonalizó. Muchos comercios tradicionales desaparecieron. No querían que se convirtiese en un barrio dormitorio de lujo. Se ve poca gente en la calle.

–¿Cuál es el perfil del vecino de sa Calatrava? ¿Hay una identidad definida?

–Hay dos grupos. El vecino de toda la vida. De extracción humilde. Era un trabajador de la industria de la piel. A mediados de los años 90 se instaló gente con más recursos económico. En 2007 Caja Madrid señaló en un informe la Dalt Murada como la más cara de todo el Estado Español. Unos 17.000 euros el metro cuadrado.

–¿Se ha perdido el espíritu de barrio?

–Históricamente ha sido un lugar de acogida. Recibió a muchos inmigrantes de la Península, murcianos sobre todo. Fue un lugar asequible, de trabajadores. También tiene un pasado cultural. Invité al actor Leo Bassi a la presentación porque vivió en sa Calatrava en los 70 y representa ese espíritu contestatario e irreverente. El barrio debe permitir la coexistencia y las relaciones entre distintos grupos.