Recuerdo mis primeros años en el periódico, allá por el segundo lustro de los años ochenta. Periodistas de la vieja escuela como Paco Riutort, Damià Caubet o Tomeu Garcías me aleccionaban sobre los tiempos heroicos de la profesión. Eran aquellos años en los que la hora de cierre traspasaba de largo la medianoche. Los redactores solían alargar aún más la velada. Uno de los lugares favoritos para acabarla era Casa Vallés, la sala de fiesta de la calle Socors.

Una desafortunada alusión en el cartel de una obra de teatro nos ha devuelto el recuerdo del local que cerró sus puertas en 1977. Las había abierto tres décadas antes, cuando Sebastián Vallés convirtió la antigua sala de baile conocida como Can Ximel·lí en una sala de fiestas. Allí se ofrecían copas, baile con música en directo y espectáculo, que invariablemente incorporaba la copla española.

Casa Vallés registraba grandes llenos casi todas las noches. Los clientes consumían sus bebidas entre una nube de humo y charlaban en voz alta sobre los acontecimientos del día. Acudían matrimonios y parejas de novios, trasnochadores y algunos turistas. La velada se prolongaba hasta muy tarde. El espectáculo se ofrecía en dos pases, a la una y a las tres de la madrugada. En pleno franquismo, cuando la moral imperante se escandalizaba por un muslo, en el local ya se ofrecían espectáculos de striptease. Eso sí, solía ser el camarero quien iba de mesa en mesa para comunicar discretamente a los clientes que tendrían una propina erótica.

Por Casa Vallés pasaron algunos de los mejores artistas de la época. Antonio Amaya paralizó la actividad del barrio chino, ninguna de las prostitutas quería perderse su actuación. Danny Daniel inició allí su carrera artística. Tete de Linares, Antoñita Monterrey, El Titi... tenían popularidad suficiente para que nadie hiciera sombra al establecimiento. Ni siquiera el Club Salem, que intentaba hacerse un hueco en la noche palmesana.

El dueño, un experto en el mundillo de la noche, estaba atento a que en todas las mesas hubiera bebidas. Paco Riutord contaba la forma en que se dirigía a su clientela para que nadie viera el espectáculo sin rascarse el bolsillo: "A beber, señores, que el que no pida una consumición se va a la puñetera calle".

Casa Vallés fue el mejor ejemplo de un estilo de diversión nocturna ya fenecido y el referente de la noche palmesana.