Opinión

El Cristo de Dalí

El Cristo de Dalí

El Cristo de Dalí / DM

Hace dos semanas tuve noticia de que, en el Museo Teatro de Dalí en Figueres, Girona, estaría abierta hasta el 30 de abril, una exposición en la que figuraba de forma destacada un cuadro, el Cristo de San Juan de la Cruz, pintura al óleo sobre lienzo, obra de Salvador Dalí, pintura que corrientemente se puede ver en el museo Kelvingrove de Glasgow. Al ser yo un apasionado admirador de Dalí, decidí, en una estancia en Barcelona, ir al museo para ver nuevamente la obra. Pedí a un amigo que me acompañara a ver la exposición, le expliqué que se trataba de una pieza maestra del surrealismo, que representa a Jesús en la cruz, lienzo de una extraordinaria dimensión, dos metros por un quince, en el que aparece Jesucristo en la cruz, cruz suspendida en el aire sobre la bahía de Port Lligat. La espectacularidad de la pintura se engrandece al estar proyectada en un plano cenital, sobre el mar, sin corona de espinas, sin sangre y sin clavos, sin los aspectos más duros de la crucifixión.

El Cristo de Dalí, también conocido como el Cristo de San Juan de la Cruz, fue pintada en el año 1951 después de que el artista fuese a Ávila a visitar el convento carmelita de la Encarnación, convento en el que vivieron San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila. Allí Dalí se inspiró en un dibujo que le mostraron, hecho por San Juan y que se encuentra guardado en el monasterio. Este dibujo de San Juan representa a Cristo crucificado desde una perspectiva inusual, visto desde arriba y en ángulo oblicuo. Dalí que en aquellos años vivía muy próximo a la fe católica, al ver el dibujo tuvo, según él dijo, una inspiración «onírica, mística, nuclear», una especie de simbiosis de espiritualidad y ciencia. Esta obra del genial pintor es maravillosa y a mí me ha conmovido siempre que la he visto y en esta ocasión también.

Al terminar la visita y ya de regreso a Barcelona, quise preguntar y comentar con mi amigo que le había parecido la pintura y si le había valido la pena ir hasta Figueres, el me contestó que sí, que bien, pero que quería que yo supiese que él era ateo, -aunque no demasiado-, que había recibido una educación laica, que a su padre no le gustaban los curas ni el aroma a incienso de las iglesias, en definitiva se había formado en una desconexión religiosa importante y que no tenía ningún motivo para dejar de ser incrédulo, bueno bastante ateo, aunque no tenía razones y no se atrevía, consecuentemente, a oponerse a un cierto reconocimiento de la importancia que ha tenido la religión en el mundo del arte. Yo le contesté que esto era un tema suyo, que yo respetaba su no creencia y que no intentaría que cambiase de posición. Sin embargo, le añadí que yo pensaba que sin el cristianismo, el arte y la cultura europea serían otra cosa, no se entendería, sin conocer como murió Jesús, que no podríamos comprender una inmensa cantidad de magníficas obras de arte religioso. Lo que yo no podía entender era cómo él, siendo un persona culta y sensible, no se emocionaba ante un monumento del arte pictórico como el que acabábamos de ver, no solo por su significado, sino también por lo que supone de genial creación. Contestó, mi amable acompañante, que reconocía que se trataba de una buena pintura y que coincidía conmigo en que Dalí era un genio y que podría ser capaz hasta de hacer reflexionar a un ateo, por supuesto, con más fuerza que una prédica de Iglesia.

El Cristo de Dalí

El Cristo de Dalí / DM

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