Opinión

Las manos de Kate y la inteligencia artificial

Kate Middleton, en un instante del vídeo que divulgó

Kate Middleton, en un instante del vídeo que divulgó / EP

La inconsistencia de las manos fue lo primero que llamó la atención de la famosa foto manipulada de Kate Middleton. Las manos hicieron sospechar a las agencias de comunicación y al público general que la imagen podría no ser real. Por borrosas o desalineadas, las manos fueron las señales más evidentes del engaño, aunque luego se fueron descubriendo otros detalles de la foto que no encajaban y que terminaron de consumar una de las crisis de comunicación institucional más llamativas de los últimos años, por torpe e inusitada.

En el caso de la familia real británica no se utilizó inteligencia artificial para generar la imagen manipulada, simplemente fue retocada con Photoshop, un clásico ya de la edición de fotos, famoso por sus excesos a veces grotescos. Pero resulta que la inteligencia artificial generativa tiene serios problemas con esa parte del cuerpo humano que llamamos manos. La estructura geométrica perfecta de las manos es demasiado compleja para los algoritmos, que no consiguen ni definirlas ni colocarlas adecuadamente en una composición. No se trata sólo de un problema de precisión anatómica, sino de conseguir una posición natural, los pliegues, las arrugas y las sombras que correspondan, por edad o género, con el resto del cuerpo al que acompañan. Un rostro humano, con sus infinitas posibilidades de expresión y matices de la personalidad, parece mucho más complejo que unas manos. Pero no, es un hecho: la máquina se delata por su incapacidad de entender las manos.

Las manos están compuestas por 27 huesos cada una, además de músculos, tendones, articulaciones y piel, lo que permite una gran variedad de movimientos y posturas. No solo la inteligencia artificial tiene problemas para reproducirlas. Para los artistas, a lo largo de la historia, también ha sido un desafío representarlas, en pintura o escultura. Hay una complejidad misteriosa en las manos. Los pulgares oponibles son un rasgo evolutivo distintivo del ser humano que ha jugado un papel clave en la evolución de nuestra especie. Las manos son la herramienta de los propósitos, el instrumento de las pasiones, la extensión última de nosotros mismos que nos conecta al mundo y a los demás. Con su flexibilidad articulada las manos fabrican, sostienen, arrojan, operan, deforman, consuelan, recogen, entregan, aplauden, golpean. Su sofisticación biológica y expresiva es un símbolo de la complejidad de la vida y de nuestra interacción con el mundo.

El arte ha conseguido en muchas ocasiones captar esa complejidad, dejándonos ejemplos icónicos como La creación de Adán, de Miguel Ángel, Las manos que oran, de Durero, o La Catedral, de Rodin. Pero la inteligencia artificial no sabe lo que hace. Ni mira, ni intuye, ni descifra. Las inteligencias artificiales generativas trabajan analizando millones de imágenes, aprendiendo patrones y características comunes que luego replican en la creación de nuevas imágenes. Los modelos actuales son incapaces de reproducir los matices de la forma de las manos, y aún menos la profundidad y la riqueza de la experiencia humana que pueden reflejar.

Veremos avances rápidos en los próximos años, o quizás meses, que permitan a la inteligencia artificial generar imágenes con manos más realistas y tendremos que lidiar con los dilemas y riesgos que esta capacidad casi ilimitada genera. Pero parece muy lejano o imposible que las máquinas consigan reproducir alguna vez ese gesto preciso de dos manos que se buscan y se rozan por primera vez. Por eso hay que cuidar a los verdaderos artistas.

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