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Yolanda Román

Falacia del héroe digital

Ilustración: Falacia del héroe digital Ingimage

Ocurre una cosa curiosa en las redes sociales, un fenómeno cada vez más frecuente que si no tiene nombre aún, seguro pronto lo tendrá. A falta de nomenclatura técnica, de momento lo llamaremos falacia del héroe digital.

Tal vez lo han detectado y lo llaman de otra manera, seguramente más precisa. Funciona más o menos así: uno se despierta por la mañana, abre Twitter y aparecen en su timeline una serie de lamentos o denuncias sobre los comentarios, críticas o propuestas que alguien -«otros», «los otros»- han escrito, publicado o estampado en algún lugar. En una lectura rápida, parece efectivamente feo, injusto o ruin decir eso que se dice que se ha dicho. Empieza uno a indignarse y a querer saber más, leerlo con los propios ojos; cómo puede haber gente tan grosera, tan insensible, cómo puede ser. Urge comprobarlo, leerlo por uno mismo, verificar que lamentablemente hay gente así. Quién ha sido, dónde lo ha dicho. Que se pare el mundo que me bajo.

Pero se busca y rebusca y solo se encuentran comentarios solidarios con los comentarios indignados. Gente lista y a veces muy ingeniosa, hay que reconocerlo, que madruga mucho y ya ha podido leer eso tan vulgar y descabellado, tan insoportable. Y a quién no le gusta una buena indignación mañanera. Pero resulta que la fuente original, el objeto primero de la crítica, no aparece por ningún lado. Vas para arriba, vas para abajo, haces unas búsquedas rápidas y nada, solo el hecho referenciado. A veces auténticas polémicas por referencia referida. Una versión digital de la amiga de una amiga tenía una amiga que lo leyó.

Uno de los formatos más interesantes de este fenómeno digital es el que propone que los comentarios negativos a un tuit o una declaración X demuestran por sí solos que tal causa es necesaria o aún «más necesaria que nunca». Se puede perder mucho tiempo buscando esos supuestos comentarios que han sido enterrados bajo los comentarios a los comentarios. Si eran muchos, eran muchos menos que los de quienes piensan como uno mismo y ya han mostrado su indignación, movilizados contra el mal desde bien temprano.

Otra versión, más elegante, es la de analistas que nos advierten, en modo difusor automático, no ya de los riesgos y limitaciones de la tecnología, sino de que esta no nos salvará. Así planteado, por escrito y con difusión en medios de primer nivel: no nos salvará. Ni las tecnologías, ni sus gurús, ni los emprendedores, ni las innovaciones, han venido a salvarnos, apuntan y hasta señalan con nombre y apellido. Ante estas alertas se puede sentir el impulso de hacer pancartas con soflamas contra quienes han prometido la salvación y nos engañan para su propio beneficio. Pero hay que reparar en la falacia: ¿quién ha prometido salvar a nadie? ¿Quién sería tan prepotente o ambicioso o audaz para prometer la salvación, el bien definitivo y total? Y todavía más pertinente: ¿quién creería semejante promesa? ¿Dónde están unos y otros, los que tanto prometen y los que todo lo creen? No pierdan el tiempo buscando, para arriba y para abajo, no los encontrarán.

El héroe digital tiene muchas veces enemigos inexistentes ante los que agita unas críticas o advertencias desmesuradas. Tal vez no sean falacias, estrictamente hablando, pero son trampas argumentativas y resultan en una gran pérdida de tiempo. Como tantas otras cosas.

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