Opinión | Tribuna

Día mundial de la Atención Primaria ¿Algo que celebrar?

Atención primaria.

Atención primaria.

Me llamo José Manuel Aranda. Médico de familia jubilado. La Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública de Baleares (ADSP-IB) de la que soy vocal, me pide una valoración de la situación de la atención primaria (AP) en España y en Baleares. Y tengo que hacerlo desde mi historia personal y profesional de médico comprometido con la AP ya antes de acabar la carrera en 1977. Hijo de médico general, funcionario de APD antes de empezar mi formación MIR en medicina familiar y comunitaria en Granada en 1979, donde bajo la dirección del Dr. Luis de la Revilla, creamos el primer centro de salud del Estado. Gestor vinculado a la Reforma Sanitaria, salubrista, cooperante internacional, investigador del Carlos III, docente de residentes y salubristas en Unidades Docentes de MFC y en la EASP, pero sobre todo médico de familia de centros públicos de salud con 43 años de servicio.

Anteayer 12 de abril fue el día mundial de la AP. Aquí y ahora, poco que celebrar. Los servicios del nivel primario de salud están en crisis. No sólo por las barreras de acceso a los centros de salud, las listas de espera o la creciente hegemonía de consultas no presenciales (de las que no se ha evaluado el impacto). Se ha repetido hasta la saciedad que esta situación, que ha puesto al borde de la desaparición a uno de los mejores de sistemas sanitarios públicos de AP del mundo, es el resultado de los continuos recortes presupuestarios en las últimas décadas. Es cierto, pero hay algo peor. Como médico cooperante he hecho y he visto hacer AP con muchos menos recursos.

Lo más grave es el desencanto y la resignación de muchos profesionales de primaria que esperan la jubilación, las vacaciones o el cambio del puesto de trabajo como única salida a su frustración profesional. No me atreví a recomendarle la AP como especialidad al hijo de mi pareja. Como en una especie de nebulosa oigo que, en un pueblo, los vecinos han quemado públicamente la imagen de su médico de cabecera. En medio de la pandemia escuchaba el llanto de mi mejor residente (madre de familia con dos hijos en casa y su marido trabajando en una hospital cercano) cuando sola (abandonada) y sin recursos tenía que atender a muchas personas en situación grave y no podía. Los vecinos se enfadaron con ella pese a su dedicación completa porque, como buen profesional, decidió priorizar a los más graves y a los demás decirles que no.

Muchas veces se nos acusa a los médicos de actitudes omnipotentes, y es verdad. Pero es difícil manejar una relación con pacientes que depositan su confianza en ti, que se entregan. Cuanto más grave perciban la enfermedad más fuerte es la entrega, más grande la responsabilidad, mayor es el desencanto si no respondes a sus expectativas.

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Pese a la teoría formulada en Alma Ata, la AP en España no es el eje del sistema sanitario público y los centros de salud mantienen un papel subalterno que, mayoritariamente, está centrado en las actividades curativas. Al acabar la carrera en un pueblo de Madrid tuve que asistir un parto, cuando a los 2 meses fui a visitar al recién nacido, ingresado por un proceso respiratorio en un hospital no me dejaron entrar a verle (1977). Después de jubilarme, a un paciente mío lo ingresaron en el hospital por un cuadro agudo de desorientación, cuando fui a visitarle tuve que pasar a la hora de visitas de los familiares y de favor (2022). No ha mejorado mucho la situación.

En este momento la AP no tiene la capacidad de afrontar los retos en salud que el cambio climático y demográfico impone ni tampoco la incorporación segura y evaluada de los nuevos desarrollos tecnológicos y profesionales. Sin embargo, los principios de accesibilidad universal, continuidad de la asistencia, integralidad de los servicios y coordinación con otras partes del sistema sanitario y social debieran seguir plenamente vigentes. ¿Quién se opondría a unos servicios accesibles, continuados, integrales y coordinados?

Como representante de la ADSP-IB he tenido la suerte de asistir a la reunión de la OMS en el Ministerio de Salud el 11 de marzo pasado: «La transformación de la Atención Primaria de Salud en España: retos actuales y oportunidades». Una vez más se ha reiterado la vigencia del modelo, las pruebas científicas que lo sustentan y se han señalado 17 líneas estratégicas para sacarla de su situación actual.

¿Un documento más? Como decía mi padre «la cura va bien, el ojo lo pierde».

No podemos dejar morir la AP. Y la palabra «podemos» no la uso retóricamente. No es responsabilidad de «los otros» (la administración, los políticos, los sindicatos, la población, los profesionales), quiero interpelar al lector de estas letras.

Porque un sistema sanitario sin AP genera sufrimiento social: ¿Quién escuchará las quejas de los que buscan ayuda profesional? ¿Quién hará lo posible por adelantar una cita con otro especialista de un paciente que lo necesite? ¿Recibir un paciente que dan el alta del hospital? ¿Quién atenderá a los enfermos que tienen muchas patologías? ¿Dónde se encontrará ayuda para dejar de fumar, comer mejor, llevar una vida activa…? ¿Qué pasará en el caso de una futura pandemia?

Necesitamos una AP empoderada, porque solo desde la fortaleza y la inteligencia se pueden afrontar los retos sanitarios del futuro: el envejecimiento, las influencias del cambio climático en la salud, el uso de nuevas tecnologías, la incorporación de nuevos profesionales, la salud mental, la salud global… ¿Puede acaso ser la AP objeto de una política partidaria o corporativa?

La mayor parte del presupuesto de los servicios de salud se gasta en Capitulo I, es decir personal. Eso quiere decir que los servicios de salud son, sobre todo, profesionales capacitados con los recursos suficientes (el resto del presupuesto) para que puedan realizar su trabajo. Si el compromiso de los profesionales de la salud con SUS pacientes (su profesión) se debilita o desaparece, el sistema quiebra. Por eso este mensaje va sobre todo dedicado a ellos. No dudo de la satisfacción del cirujano plástico cuando comprueba lo bien que ha hecho la reconstrucción de una mama… pero es en todo punto comparable al efecto en mi de una sonrisa cómplice del paciente al que estoy ayudando a dejar de fumar cuando me cuenta sus dificultades.

Soy médico de familia porque (ustedes me perdonarán) es la especialidad médica más hermosa y gratificante que pueda ejercer un médico. Y aunque sea pesimista con la razón, cada momento vivido en mi práctica me hace ser optimista con el corazón.