Opinión | TRIBUNA

Spain is different

Donald Trump en Atlanta el pasado miércoles.

Donald Trump en Atlanta el pasado miércoles. / JASON ALLEN/ap

Sólo hay una cosa que una tanto como el dinero, y es la religión. Y si se juntan las dos cosas se ganan opciones a un palco con vistas celestiales en la otra vida.

Una gran parte de los 74 millones y pico de votantes de Trump de 2016 sigue convencida de que los demócratas están destruyendo el país y terminarán en el infierno. Por ello Trump es su David, que debía acabar con el Goliat negro (Obama) y la «malvada de cierta manera», Trump dixit, Hillary Clinton.

Desde la presidencia de 1981 de Reagan hasta la de Bush hijo de 2009, los electores blancos cristianos evangélicos han sido el granero de los candidatos republicanos. Sin ellos, ninguno hubiese alcanzado la presidencia. Votantes que asisten todos los domingos a la iglesia aspiran a la salvación de sus almas y son antiabortistas. Constituyen una identidad cultural y política que se considera una minoría perseguida, que desconfía de las instituciones y que se ve atraída por un personaje como Trump que describió a los cristianos como «un grupo que sufre la persecución de marxistas y comunistas». Además, ambos desprecian las instituciones. Los evangélicos han reconvertido el mapa religioso estadounidense. Hasta el baby boom, el 68 por ciento de los estadounidenses se identificaba como protestante, mientras que en la actualidad sólo son el 34 por ciento, según Gallup. Los evangelistas, por tanto, marcan la agenda política.

Desde la pandemia del coronavirus, ha surgido una nueva clase (secta) de líderes en las redes sociales que antes eran profetas de la verdad y políticos radicales, y ahora son predicadores de la conspiración. Aglutinan el voto en torno a quien será el próximo presidente de los Estados Unidos (Donald Trump). Mientras tanto, Biden coopera significativamente con su falta de liderazgo en el genocidio de Gaza en la desafección de votantes demócratas, facilitando la reelección del magnate neoyorkino.

La relación EE.UU. - Israel ha seguido un camino paralelo. Y aquí conecto con el primer párrafo del artículo: el pegamento y la argamasa que los unía era básicamente el dinero. Pero ahora también es el carácter religioso del Estado. Nueva York, Florida y California son los estados más ricos donde la población de origen judío es más fuerte y donde se concentran 107 delegados electorales de los 538 elegibles. Además, acumulan los principales medios de comunicación y bancos norteamericanos. No obstante, desde que gobierna Netanyahu, una parte importante de la comunidad judía ha abandonado el liberalismo frente al conservadurismo, el laicismo frente al judaísmo mesiánico, y la democracia frente a la ocupación militar.

Reniegan de los Acuerdos de Oslo, de la creación de la Autoridad Nacional Palestina y de la figura de los dos Estados. Han enraizado todas las instituciones de Israel, y de entre ellas, la más importante: el ejército. Con la creación de las academias premilitares donde asisten los adolescentes un año o dos antes de su alistamiento, los educan en desmontar el liberalismo y les enseñan a reformar las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) desde dentro, bajo las premisas explicadas por los rabinos de que el feminismo es un crimen —ya que las mujeres tienen que estar en las casas—, que la homosexualidad es una perversión y que los judíos son superiores a los árabes. Lo mismo han hecho con el Shin Bet (Seguridad Interior) y el Tribunal Supremo.

Donald Trump está configurando una nueva administración en una línea similar: va a despedir a 50.000 funcionarios considerados progresistas y reemplazarlos por otros de ideología conservadora sin experiencia en la administración. El New York Times advierte que el gobierno en la sombra de Trump está utilizando inteligencia artificial proporcionada por Oracle para hacer la selección. De la lectura del documento Project 25 y otros que ya circulan por Washington se deduce que la herramienta será la Schedule F, que permite quitar las protecciones laborales a los funcionarios. También se detalla que se resucitará la Ley de Insurrecciones para desplegar al ejército y la Guardia Nacional para evitar manifestaciones, se llevará a cabo un endurecimiento de las políticas migratorias y se limitarán los derechos reproductivos. Se trata de configurar una nueva administración basada en el nacionalismo cristiano contrario al liberalismo clásico norteamericano, según explica detalladamente el medio Político.

Lo anterior incita a reflexionar si nos conviene llegar a ser una democracia tan avanzada como la americana o tan rica como la judía, o si es preferible seguir enarbolando el Spain in different. Al fin y al cabo, al margen de nuestras diferencias y cuitas, sólo los más cafeteros cuestionan la fortaleza de nuestras instituciones que son las responsables de haber mantenido la paz durante 85 años.