Opinión | TRIBUNA

Por qué existe la desigualdad. Y, tal vez, cómo atenuarla

Voy a empezar afirmando que la biología no es justa: en la vida de la hembra de todas las especies de mamíferos —entre los que se incluyen los seres humanos— la injusticia y la desigualdad asociadas al género son enormes.

Hablaré del embarazo, un estado en el que la mujer desarrolla un nuevo ser. Obviamente, el embarazo es imposible para el varón, el padre de la criatura que se gesta en el cuerpo de la mujer. Es evidente que, durante esta fase, tanto la actividad general de la mujer como sus capacidades defensivas personales y las posibilidades de conseguir alimentos están disminuidas. Por supuesto, el padre suele suplir tales disminuciones. De hecho, los genes del padre le impulsan a colaborar: todos los seres vivos están programados para proteger y perpetuar sus genes (recuerden la broma de la tapa del piano y el dolor más atroz que puede sufrir un macho). Ese dolor es uno de los mecanismos que mueven a los varones a reproducirse y colaborar en las tareas asociadas a traer una nueva vida al mundo: así, se perpetúan sus genes.

Pero no podemos olvidar la inmensa asimetría que existe entre las tareas femeninas y las masculinas: la mujer debe tolerar todas las cargas físicas, anatómicas y fisiológicas durante nueve meses, unas cargas en las que su pareja apenas nota la diferencia entre el antes, el durante y el después. Como decíamos al principio, la biología no es justa; por decirlo de una forma más clara, la biología es machista.

Aunque el autor de este escrito va añadir un factor que, tal vez, en un futuro no muy lejano, puede reducir algunas cargas femeninas. Lo que sigue a continuación no es ciencia ficción: es una realidad ampliamente demostrada y, en un futuro no muy lejano, posible.

Las mujeres —y los varones también— tienen dos glándulas mamarias. En ellas, su función es doble: erotógena y nutritiva. En ellos también es erotógena, pero no tienen relación con la nutrición del recién nacido. Por otra parte, la función erotógena de los pezones del macho es bastante reducida; el macho posee otras zonas erotógeenas bien conocidas. Entonces, ¿para qué sirven las glándulas mamarias y los pezones del macho?

Se desconoce si alguna vez las mamas masculinas han tenido función nutritiva, aunque hay algunos casos relativamente bien documentados. Algunos murciélagos macho alimentan a crías recién nacidas y también se han citado casos ocasionales en cabras, toros, gatos y otros que, ocasionalmente, lactan. Pero estos casos son, indudablemente, minoritarios.

Pero debe notarse que, en todos los casos, la secreción de leche depende de hormonas, que son plenamente funcionales en la mujer —pero solamente después el parto— y prácticamente nunca en el varón. Sin embargo, se conocen muchos casos de galactorrea —secreción de leche— en varones humanos, por ejemplo, en recién nacidos, aunque también en adultos. Pero, lo más interesante es que los mecanismos endocrinos de la lactancia son relativamente bien conocidos y, en principio, no parece imposible que la lactancia pueda desarrollarse artificialmente en varones humanos.

En este momento, las bajas laborales después de un nacimiento son iguales para mujeres y hombres lo cual alivia no poco la responsabilidad femenina. Pero si un hombre pudiera lactar a su hijo, la carga de la madre se aliviaría bastante más y lo mismo ocurriría con las parejas mujer-mujer o las de varón-varón que adoptaran recién nacidos. No cabe duda de que, si se consiguiera promover de manera segura la lactancia masculina, la desigualdad entre la mujer y el hombre disminuiría. Personalmente, tengo pocas dudas de que un número no despreciable de varones aceptarían amamantar a sus hijos, lo cual sería, indudablemente, una tarea gratificante.