Al Azar

He ido a vender mi iris por bitcoins

Bitcoin.

Bitcoin. / EP

Matías Vallés

Matías Vallés

He visto el futuro, pero sobre todo el futuro me ha mirado fijamente a los ojos. En concreto, durante los veinte segundos que tarda un gigantesco globo ocular metálico de veinte centímetros de diámetro llamado Orb en penetrar hasta lo más profundo de mi ser, para atrapar el iris, extraerlo a la superficie y colocarlo al servicio de la humanidad mientras me hago millonario. Vender mi iris era el objetivo de mi desplazamiento ayer a mediodía al estand de Worldcoin, en un centro comercial repleto de ópticas. Las numerosas personas interesadas en la transacción ocular disimulan el ambiente de Willy Wonka iniciando su imperio chocolatero a pie de calle.

Me apunto a una cola predigital, donde el único rastro cibernético es una cita previa. Dos dinámicos jóvenes llamados operadores presiden el tinglado, su alentador «¿y vosotros, chicos?» suena tan hiperbólico como la promesa de Eldorado. Pido información oral a la antigua. Me remiten a páginas web, porque hasta los vendedores teletrabajan en directo. Recibo el discurso de ordenanza sobre la traducción de mi iris a un código alfanumérico. Plantean la empresa como si alguien nos estuviera expulsando de un mercado al que tenemos derecho. Los detalles sobre el pago en criptomonedas me parecen deliberadamente confusos, pero qué sabré yo. La filosofía está resumida en la leyenda en inglés de la pancarta que preside el acto religioso, «La economía global pertenece a todos». Pero a algunos más que a otros. 

Si una radiografía de mi iris se cotiza en una cifra indeterminada pero creciente, estoy a punto de preguntar qué me darían por un riñón. En el tenderete hay una señal de 18+, me aseguran que consultan escrupulosamente la mayoría de edad. Acabo con un manual escrito entre las manos. Lo hojeo con los iris en venta, para encontrar muy pronto las inevitables referencias al «consentimiento de datos biométricos». Ninguno de los congregados manifiesta la menor reticencia, y de todas formas las cámaras del centro comercial nos están grabado sin permiso. Nuestro cuerpo, que es lo único que tenemos, dejó de pertenecernos hace años. Solo hay que ponerse de acuerdo en el precio de los despojos. En bitcoins.

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