LAS CUENTAS DE LA VIDA

Bartolomé Beltrán, un maestro de la autoestima

Gran comunicador, Bartolomé Beltrán dejó huella en el mallorquinismo

Bartolomé Beltrán

Bartolomé Beltrán / B. Ramon

Daniel Capó

Daniel Capó

Nuestra educación sentimental se forja en la infancia de la forma más heterogénea: puede ser leyendo un libro de Robert Graves —en mi caso, Asedio y caída de Troya— o jugando un partido de tenis a tres sets. Puede suceder escuchando una sinfonía —recuerdo la experiencia reveladora de escuchar la cuarta de Bruckner por primera vez— o enfrentándote a la pérdida de un ser querido. Hay, por supuesto, momentos determinantes en la vida que transcurren en un lapso de horas o minutos; otros, sin embargo, se asientan en el tiempo como una atmósfera envolvente. Pensaba en ello mientras leía la noticia de la muerte del doctor Beltrán, que fue una estrella mediática en los años de mi juventud y cuyas citas televisivas eran de obligado cumplimiento, sobre todo si compartías piso en la universidad con estudiantes de Medicina; y más aún para los mallorquinistas, ya que fue el responsable de que llegara a la isla uno de nuestros pocos ídolos deportivos: el argentino Héctor Cúper.

En mi memoria, ha habido dos grandes Real Mallorca: el primero es propiamente el de mi infancia: una escuadra con acento gabacho —por los entrenadores Lucien Müller y Marcel Domingo— y delanteros como el «Tronco» Magdaleno y Rolando «Rolo» Barrera, aunque no coincidieron que recuerde. No fue un equipo exactamente destacado (aunque con Serra Ferrer llegó a jugar un play-off el único año en el que, según creo, se empleó este formato de competición), pero sí la materia de los sueños de muchos mallorquinistas tras tanto tiempo de travesía por el desierto. El de Paco Bonet, Torito Zuviria, Miodrag Kustudić, Gerry Armstrong (que no llegó a triunfar)… era otro fútbol claramente. Una década después llegó Beltrán y Beltrán trajo a Cúper —no se sabe muy ni cómo ni por qué—, con una catarata de jugadores también desconocidos para la mayoría. Por medio de un juego que recordaba a un catenaccio modernizado —el orden y el apartado físico imperaban sobre cualquier otro aspecto—, Cúper supo conectar, de una forma que muy pocos entrenadores han conseguido, con una sociedad tan poco acostumbrada al éxito deportivo como a los experimentos del jogo bonito. Más adelante llegaría el mejor Real Mallorca que hemos conocido: el de Luis Aragonés y Samuel Eto’o, gracias a los cuales ganaríamos una Copa del Rey. Sin embargo, en esa época yo ya no era niño ni tan joven y por supuesto los viví con la alegría de los triunfos, pero también con esa distancia que aporta la vida adulta, es decir, sin su sustancia mítica.

¿Cuál fue el papel del doctor Beltrán en todos aquellos años? Crucial, aunque sólo fuera por el simbolismo de su discurso. De entrada, todo parecía abonado al fracaso. Beltrán era un médico, pero sobre todo un comunicador televisivo; no un profesional del deporte. La clave quizás fue la suerte o el asesoramiento o, seguramente, una mezcla de ambas cosas. Más relevante aún fue la magia mediática que supo insuflar a un equipo en horas bajas y que, de repente, creyó —o supo— que era mejor de lo que indicaban sus cifras o su historia. En este sentido, fue un maestro de la autoestima: no todos pueden decir lo mismo. En apenas tres temporadas, construyó el Mallorca moderno. Y su labor, se diría, fue tan importante como el de la actual propiedad, con epicentro en los Estados Unidos. Descanse en paz, doctor Beltrán.

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