Desde el siglo XX

Algunos encubridores de agresores sexuales dimiten, otros no

El protegido del vicepresidente del Gobierno balear, presunto agresor sexual, además de atacante de un policía, rehúsa pactar con la Fiscalía, sostiene su inocencia

El vicepresidente, Antoni Costa.

El vicepresidente, Antoni Costa. / B. Ramon

José Jaume

José Jaume

Escuetamente: la presidenta de Hungría ha dimitido del cargo. Katelin Novak, política de la extrema derecha, perteneciente al mismo partido que el primer ministro Viktor Orbán, acólito de Putin, socio de Vox, incordio permanente para la Unión Europea, iliberal de manual, autoritario, con el que el PP se complace en igualar a Pedro Sánchez, se marcha por haber indultado al subdirector de un centro de menores que protegió a un pederasta. ¿Les recuerda a alguien? Refresquemos la memoria: el vicepresidente del Gobierno balear, Antoni Costa, fichó para dirigir una empresa pública de la Comunidad Autónoma, cargo dotado con unos emolumentos que rondan los 50 mil euros anuales, a su gran amigo Juan Antonio Serra Ferrer, que venía de quedarse sin trabajo al haber sido fulminantemente despedido de la Universidad. ¿Las razones? Prosigamos: resulta que en un bar, según se deja caer bajo los efectos del alcohol, lamió en la cara y forcejeó para besarla en los labios a una mujer que se hallaba en la barra del establecimiento; después de perpetrar la presunta (todo presunto, según el diccionario de Mariano Rajoy en lo concerniente a la corrupción del PP) agresión sexual escapó del lugar a la carrera hasta ser interceptado por un policía al que propinó (también presuntamente) un puñetazo. La UIB obró en consecuencia; pero hete aquí que el vicepresidente Costa echó un salvavidas a su amigo, conociendo sobradamente los descritos antecedentes, fichándolo para dirigir la empresa pública bajo su control directo. A Costa, al destaparse lo sucedido, al publicarse en Diario de Mallorca, no le quedó otra que proceder a la destitución de su amigo solicitando, de paso, perdón por no haber considerado necesario hacerlo antes de que trascendiera el caso, aunque él sí conocía los pormenores. Escueto perdón, avalado por la presidenta Marga Prohens, y aquí paz y después gloria. Componiendo cara de compungido, Costa no consideró necesario presentar la dimisión. Eso era pedirle demasiado al pizpireto vicepresidente del Gobierno balear.

Los parecidos entre lo ocurrido con la presidenta de Hungría y el vicepresidente balar saltan a la vista, solo que en el caso de Costa su actuación es más directa que la de la señora Katalin Novak, que se circunscribió a perdonar al subdirector de un centro de menores que protegió a un abusador. Costa, no: fichó al presunto (siempre presunto) agresor sexual a sabiendas de que lo era. En la extrema derecha húngara, en algunos de sus miembros, se da comportamiento ético superior al que ofrece el PP balear; se ha obrado con la decencia de la que Antoni Costa ha carecido hasta el día de hoy, cuando sigue compareciendo en nombre del Ejecutivo para ofrecer explicaciones de asuntos varios.

Para que nada falte, Serra Ferrer ha decidido no pactar con la Fiscalía, que le solicita cinco años de cárcel; en el correspondiente juicio oral negará la agresión sexual y el posterior mamporro al policía. Además, la magistrada que debe dictar sentencia, su señoría Ana Cameselle, ha pedido a la Audiencia abstenerse al tener amigos comunes con el procesado. La vista previa, fijada para el cinco de marzo, aireará nuevamente lo ocurrido, expondrá, todo lo indirectamente que se quiera, pero lo hará, la insólita actuación de Antoni Costa, el empecinamiento que exhibe para atornillarse en el cargo, sin atender a las razones éticas que a un político medianamente decente, caso de la que ha sido presidenta de Hungría, le han llevado a dimitir. Antoni Costa sigue. Nadie en el PP le ha pedido que se vaya. La presidenta Prohens no ha procedido a su cese. ¿Por qué? Tal vez porque es vicepresidente por imposición de Madrid, que lo colocó de policía vigilante. Lo que no podía esperarse es que actuase como lo ha hecho, que pusiera por encima de todo la amistad con alguien como Serra Ferrer, que ya se verá qué alega en el juicio para sustentar su inocencia: ¿efectos del alcohol? ¿Consentimiento previo? ¿No sucedió nada punible?

A Costa, caso de ser católico, le conviene iniciar una novena al santo de su presunta (todo presunto) advocación.

Suscríbete para seguir leyendo