Limón & vinagre

Cristina de Borbón, Infanta de España: La infanta de las pocas palabras

Urdangarin fue su perdición y casi la perdición de la monarquía, que resiste un número tasado de plebeyos vivalavirgen, calaveras o piernas históricamente, pero que puede presentar fatiga de materiales si el latrocinio deviene en escándalo, juicios, titulares día sí día también

La Infanta Cristina, en la inauguración de un evento en el CosmoCaixa, en Barcelona, el pasado noviembre.

La Infanta Cristina, en la inauguración de un evento en el CosmoCaixa, en Barcelona, el pasado noviembre. / KIKE RINCÓN / EUROPA PRESS

Jose María de Loma

Jose María de Loma

A lo mejor en un futuro, cuando alguien le pregunte por su matrimonio, que ha durado 26 años, la infanta Cristina de Borbón responderá «no lo sé, no me consta». La hija de Juan Carlos I, el emérito, comenzó en el juicio contra Urdangarin una carrera como aforista, aunque no se conoce que haya ahondado en el género. Si acaso, se le atribuye un joven y atolondrado «papá, más vale que te guste». Pero con ese «no lo sé, no me consta», ha armado su gran obra literaria, y teatral, dramática, erigiendo un lema y hasta generando imitadores.

Todos hemos dicho alguna vez «no lo sé», salvo los políticos, que prefieren errar a callar. Pero ese añadido, ese «no me consta», supone ya un complemento filosófico vital con el que desenvolverse por la vida. Ahora lo que sí le debería constar es el fin definitivo de su vínculo marital. Se ha divorciado. En Barcelona, ante notario, que es como se hacen las cosas solemnes en la vida. Hay incluso quien se muere ante notario.

Lo adelantó la revista Hola, que ha informado también sobre el régimen económico. En síntesis: Urdangarin no recibirá una pensión, yo es que no sé cómo ha firmado eso, se está destrozando él solo el doctorado en picaresca, pero «se garantizará» (así, en impersonal, como si no lo fuéramos a garantizar usted y yo con los impuestos) que cuando los hijos del matrimonio estén con él puedan seguir manteniendo un nivel de vida desahogado. O sea, que si hay que ir a Londres de compras, a Chinchón a tomar el fresco o Miami a dar un garbeo pero están con papá, pues habrá parné borbónico para que no noten un descenso en el buen vivir.

Cristina de Borbón, 58 años, licenciada en Políticas, sexta en la línea de sucesión, está despojada del título de duquesa de Palma y apartada de todo acto oficial de la familia real. Para ella se forjó la imagen moderna, catalana, en contraposición con la de su hermana Elena, castiza, madrileña, taurina.

Durante años la vimos ejemplar y trabajadora, barcelonesa, enamorada, eficaz y discreta. Pero el balonmanista comenzó a hacer de las suyas, a abrirse puertas y a meterse en negocios turbios. Gol. Y ella ajena y cegada de amor. Se supone. Gol.

Más le valdría haber caído en una estafa sentimental de las que están ahora de moda, de esas de Facebook o Instagram, donde buenorros y buenorras falsos te dicen lo muy atractivo que eres y te piden dinero al rato. Habría sido todo más corto y menos lesivo.

Urdangarin fue su perdición y casi la perdición de la monarquía, que resiste un número tasado de plebeyos vivalavirgen, calaveras o piernas históricamente, pero que puede presentar fatiga de materiales si el latrocinio deviene en escándalo, juicios, titulares día sí día también.

Perdonamos más los delitos de bragueta que los de bolsillo. A Cristina le queda ahora la vida, otra vida, por delante, con la buena noticia de que su hijo Miguel ha decidido establecerse con ella y con el run run de que ha conveniado sentimientos con alguien, una nueva ilusión, por decirlo en el lenguaje del cuore, mientras Urdangarin ya vive con su nuevo amor, que no es tan nuevo.

Todo es efímero. Incluso su matrimonio, que comenzó con una boda el 4 de octubre de 1997 en la catedral de Santa Eulalia de Barcelona, ante 1.500 invitados, entre ellos, representantes de cuarenta casas reales.

Urdangarin debería dar conferencias sobre el síndrome del impostor. Al principio, simpático y vivaracho, cachas, deportista que conquista a una royal; después, listillo empalmado que finalmente paga con cárcel, cabeza de turco también, tal vez. Dónde habrán ido los regalos que se hicieron en esa boda, cuántos de aquellos invitados estarán ya muertos, qué cantidad de vino se trasegaría, quién sirvió el pan. Cristina de Borbón podría culminar su carrera de aforista, de hacedoras de frases redondas con un «dejadme en paz», que bien podría pronunciar en la lejanía de su país, nuevamente enamorada, quién sabe.

Primero «un más vale que te guste», después un «no sé no me consta». No es mucho. Tal vez cuando lea el Tratado de la ejemplaridad de Javier Gomá, pueda aportar algo más. Si es que no se queda en shock.

La Infanta Cristina, en la inauguración de un evento en el CosmoCaixa, en Barcelona, el pasado noviembre.

Suscríbete para seguir leyendo