Sant Sebastià

El Correfoc de Sant Sebastià baila en el infierno de Palma

El Correfoc de Sant Sebastià baila en el infierno de Palma / DM

José Carlos Llop

José Carlos Llop

Como somos pioneros en tantas cosas, este año hemos decidido serlo en otra más: quitar el carácter festivo del patrón de Palma —uno de ellos y el más importante— en el calendario. El sábado pasado, pues, fue día laborable. Dijeron que el carácter de la cosa era salomónico: o se optaba por la Segunda Fiesta de Navidad —o Segona Festa, pero nunca en Mallorca Sant Esteva—, o por el santo patrón asaetado y fetiche de homosexuales (recordaremos sólo la obra Sebastiane, de Lindsay Kemp, como botón de muestra, por si no bastara gran parte de su iconografía y el interés que despertó en tantos artistas y escritores gays).

Se dejó festiva la Segona Festa de Nadal y se quitó la festividad a Sant Sebastià en favor de aquélla: esta al menos fue la versión oficial. (O sea que se nos abandonó, durante un año, al albur de la peste —y yo estoy con un duro catarro que no amaina—, pues es sabido que las flechas que atravesaron al centurión protegen de la epidemia y no celebrarlo es racanería). El asunto ha provocado cierto revuelo, sobre todo en los comercios, y ahora tenemos un patrón laborable, o sea que el día menos pensado se larga con la ministra Díaz, o se nos apunta a un sindicato. Pero hoy —viernes, cuando escribo esto— me entero de que se ha entonado un mea culpa y corregido el dislate y eso está bien y más hoy en día que nadie se corrige y menos en público. Quizá nos convenga hacer memoria, ya que a veces esas patas se meten por no saber, o por dejarse llevar por los que no paran de tejer en favor de su causa.

Por ejemplo: las fiestas, que no la fiesta, de Sant Sebastià en Palma fueron una creación municipal de la época de Ramón Aguiló. No es que no existieran antes, pero eran muy discretas: un día apenas. Con Aguiló la culpa fue del cha-cha-chá y hubo semana grande, confeti y champán para todos. Año tras año fueron fijándose en la memoria colectiva hasta crear, si puede llamarse así, una nueva tradición. Pero antes de Aguiló, la cosa consistía en la misa mayor en la catedral, con la policía a caballo, casaca roja y casco emplumado, y los concejales de etiqueta. Por la noche, en una cena, también de etiqueta, en el Círculo Mallorquín, se celebraban los premios Ciutat de Palma —creados por Gafim, con la ayuda de Cela y Llorenç Villalonga, en 1956— y al día siguiente a trabajar. No se felicitaba nadie —salvo a los sebastianes— y el Molts d’anys no se oía por ningún sitio: sólo en Navidades y quizá alguna vez, el domingo de Pascua. En esas fechas, quiero decir. Tampoco había dimonis en Palma —sólo por Sant Antoni, a veces, salía uno con los animales a bendecir—, que eran una tradición de Algaida, Artà y Manacor, pero no de Palma. Poco más.

Ante la bajada de Sant Sebastià de su peana festiva, ya dije, sólo los comercios y puestos de mercado —son suficientes— protestaron. Los demás callaron porque los asuntos de santidad me temo que están en horas bajas. Aunque esté la iglesia que debería preocuparse más de la celebración de estas cosas que de otras. Y su máxima jerarquía, que en casa es el obispo, es un hombre al que le gusta tanto salir en prensa como a la madre de Blancanieves mirarse en el espejo mágico. De hecho, algunos tenemos la sospecha de que es la prensa el espejo mágico donde el obispo se mira y busca. Y en el caso de Sant Sebastià o Sebastianus el silencio ha sido la norma. ¿Un ejemplo de dar al César lo que es del César? Es posible, pero no parece que lo practique el señor obispo en otros menesteres. El centurión romano que al ser invocado nos protegió de la peste y pasó a ser patrón de Palma por su efectividad, no hablaba catalán, sino latín, lengua preconciliar de la iglesia que aún se practica en El Vaticano y que trae a los espías internacionales por el camino de la amargura (recuérdense los apuntes en Wikileaks al respecto). Y parece que la defensa del latín no es algo que preocupe mucho a nuestro prelado. Si Sant Sebastià hubiera sido de Olot o de Vic, y miembro de Junts, el señor obispo habría tomado cartas en el asunto y el alcalde y la presidenta hubieran sido rápidamente convocados a palacio y conminados a enmendar el error. No lo hizo, el 20 no fue festivo en Palma —llegan a hacer lo mismo en cualquier otro lugar de la isla y hagués estat gros— y el retorno al lugar de siempre ha venido por repentina iluminación civil y no por intermediación episcopal. Como hubiera sido lo adecuado.

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