La suerte de besar

Fan de las películas de sobremesa

No hay que subestimar el valor que tienen ciertos planes y entretenimientos aparentemente banales. La película de sobremesa es un ejemplo de ello.

Mercè Marrero Fuster

Mercè Marrero Fuster

Una vez estuve a punto de escribir un artículo cuestionando el gusto de quienes, en Navidad, decoran sus terrazas con Papás Noel trepadores. Fue una idea fugaz. En cuanto intenté argumentar mi oposición irracional, me di cuenta de que todo eran prejuicios. Esos muñecos de color rojo cumplen con una función primordial en esta vida: ilusionar. Quien cuelga un monigote así, celebra la Navidad. Dados los tiempos que corren, las personas con ganas de festejar y de pasarlo bien son bienvenidas. Y necesarias.

Hace años, discutí con un amigo sobre la figura arquetípica del dominguero estival. Esa persona que rellena su nevera portátil con cervezas, aceitunas y tortillas de patata y carga con colchones y sillas plegables para plantarse en una playa acompañado de amigotes y familiares. Él les criticaba por ser histriónicos, gritar y romper con la estética mediterránea. Creo que cualquier recurso natural, ya sea la playa, la montaña o una zona verde, permite que todas las personas, con independencia de su nivel económico, puedan disfrutar en igualdad de condiciones. Ahora, que todo está tan caro, es un alivio que nos quede la posibilidad de comernos un bocadillo de sobrasada mirando una puesta de sol. La única restricción innegociable, seas o no seas dominguero, es no dejar basura y respetar el silencio. Salvo si estás en una discoteca, los gritos y la música a todo volumen son innecesarios.

Fan de las películas de sobremesa

Fan de las películas de sobremesa / Ilustración de Freepik

Me gustan las fiestas populares y, por supuesto, me quedo con el Sant Antoni manacorí. Todo un pueblo dispuesto a pasarlo bien sin demasiado boato. Fachadas engalanadas, foguerons y dimonis, bailes y torradas, carrozas y animales desfilando para recibir la bendición. Las festividades sencillas y al alcance de todos me sientan bien y me hacen feliz, aunque no participe de ellas. Me tranquiliza poder hacerlo, si quiero, sin sentirme excluida. Al contrario, paso de los eventos en los que te advierten de que, para participar en él, es imprescindible ir vestida de un color determinado o llevar un atuendo tipo cóctel. Hace poco descarté una jornada deportiva porque, sí o sí, tenías que hacer burpees con un gorro de Papá Noel. No hay que pasarse.

Algunos denuestan gestos, actividades o planes de diversión porque los consideran banales y poco sofisticados. Las películas de sobremesa son un ejemplo. Los hay que consideran que los guiones son superficiales, la trama previsible y la interpretación floja. Puede que sí, pero, a pesar de ello, soy muy fan de este género porque cumple con varias funciones de vital importancia, sobre todo después de comer. Entretener contando una historia simplísima en la que, si te pierdes una hora, sabes qué ha sucedido sin problema y ser el inductor perfecto para hacer la siesta. Nada de esto sería posible con una película de directores elevados, como Akira Kurosawa o Lars von Trier. El género de película de sobremesa ha despertado mi interés por la jardinería y por visitar Cornualles, lugar en el que surgen las verdaderas historias de amor, ha abierto la esperanza a las segundas oportunidades vitales en la tercera edad y ha dado una nueva dimensión al personaje de la niñera, que es quien inicia un conflicto sangriento sin precedentes. ¡Me olvidaba! Por si todo lo anterior no fuera suficiente, son películas que siempre acaban bien. ¿Qué más se puede pedir?

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