LAS CUENTAS DE LA VIDA

Hoy comienzo

La figura histórica de Sant Antoni de Viana es fascinante

La figura histórica de Sant Antoni de Viana es fascinante

La figura histórica de Sant Antoni de Viana es fascinante / B. Ramon

Daniel Capó

Daniel Capó

En un monasterio, compré hace años un libro que recoge los apotegmas atribuidos a san Antonio Abad, llamado «de Viana» en Mallorca. Su biografía, que escribió san Atanasio, es una de las más asombrosas del primer monacato cristiano. Vivió más de cien años, a caballo entre los siglos III y IV, a pesar de todas las privaciones a las que se sometió. Dicen que aún se conserva su cueva en el desierto de la Tebaida. Su carisma era el de la sabiduría. Las historias que se cuentan de él, ya sea en la biografía escrita por Atanasio o en la Filocalia de los Padres Népticos, así lo prueban. Son relatos misteriosos que nos dejan en suspenso, a la espera de algo más.

Un día elogiaron a san Antonio las virtudes de cierto anacoreta. «Me gustaría conocerlo», dijo el santo. Se asomó a la ventana de su celda y contempló la arena ardiente del mediodía. Luego se puso a trabajar. Recordó que, una vez en Alejandría, de joven, vio hundirse un barco cargado de oro y joyas en la bocana del puerto. Se preguntó qué significaba aquella imagen que asaltaba su memoria. Recordó entonces las palabras de santa Sinclética: «Lo mismo que un tesoro descubierto en seguida desaparece, así también cualquier virtud queda destruida cuando se hace notar o se hace pública. Como el fuego deshace la cera, así también la alabanza hace perder al alma su vigor y la energía de las virtudes».

Al caer la tarde, se presentó el asceta supuestamente dotado de tan grandes virtudes. Era joven, de barba poblada, ojos negros y una leve calva egipcia. El anciano lo invitó a entrar y quiso ponerlo a prueba. Lo injurió con ira. El joven se indignó. ¿Quién era aquel viejo para hablarle así? Entonces Antonio dijo: «Te pareces a una casa con una hermosa fachada a la que han desvalijado los ladrones».

La historia se interrumpe aquí. No sabemos qué sucedió después.

San Antonio Abad, también apodado el Grande, parece querer darnos a entender que, entre la virtud y la destrucción, hay un foso muy estrecho. Y que el velo de las apariencias a menudo oculta la mentira.

En otra ocasión, un ermitaño –no era nuestro santo– vio pecar a otro monje. Al igual que Ulises, el hombre de los mil rostros, aquel hombre podría ser cualquiera: tú o yo. Porque la vida se congrega precisamente en el estanque donde se refleja todo aquello en lo que puedo convertirme. El anacoreta lloró amargamente al ver a su hermano caer. Pensó: «Hoy él, mañana yo». Esta parece ser una regla universal.

Pero, ¿es verdad? ¿Caemos todos?

San Antonio Abad se hizo la misma pregunta. Y un día tuvo una visión: desparramados por el suelo, había una infinidad de lazos tendidos. Esas trampas eran los cepos que nos esperan a lo largo de la vida. El santo sintió un escalofrío y, gimiendo, levantó la voz: «¿Quién podrá evitar todas las emboscadas que nos prepara el enemigo?». Y, en aquel preciso momento, escuchó la respuesta: «Lo que tú no puedes, lo puede la humildad».

En la Mallorca rural, se asegura que es un santo poderoso sant Antoni de Viana. Así lo canta el pueblo. Su figura ha atravesado los siglos para llegar hasta nosotros. Se cuenta que cada día, al despertar, el anacoreta repetía un aforismo que le valía como oración: «Hoy comienzo». Empezar cada día cumpliendo con nuestro deber, sin desfallecer ni rendirse, mirando hacia delante… No me parece un mal consejo.

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