Limón & vinagre | Josepmaria Quintana: El cura que predica la alegría pija

El sacerdote Josepmaria Quintana.

El sacerdote Josepmaria Quintana. / EP

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

No es difícil deducir que el cura que se ha hecho famoso porque intervino en la repentina renuncia del torero Juan Ortega a casarse con la cardióloga Carmen Otte, una hora y media antes de la ceremonia que, al parecer, debía oficiar él mismo, pertenece al Opus Dei. Basta con fijarse en el nombre. Los que se llaman José María y se hacen llamar Josemaría (todo junto) son, todos, del Opus, en memoria de aquel Josemaría (todo junto) Escrivá de Balaguer que fundó la Obra y que fue santo gracias a la intervención decisiva de Juan Pablo II.

Por los rumores que me llegan, parece que el torero y la doctora se han reconciliado, pocos días después del fiasco, y todavía podría ser que la boda se llevara a cabo, a no ser que Josepmaria Quintana vuelve a intervenir en la relación de pareja. Solo ellos saben lo que ocurrió ese día. Cuentan que el torero pronunció una frase histórica («¡No lo veo, es que no lo veo!») y que el cura le dijo que, si no lo veía claro, lo mejor era frenar. En cambio, intervino en la reconciliación de Tamara Falcó y un tal Íñigo Onieva, tras la confirmación de los desajustes emocionales de ese chico. La cuestión es que Josepmaria Quintana es lo que podríamos llamar un cura de la corte, un hombre de confianza en la fe, al menos, de este universo pequeño de ridículos personajes de la prensa del corazón.

No creo que imaginara este final cuando fue ordenado sacerdote el 14 de mayo de 2011, a la edad de 31 años, en una ceremonia romana que presidió el entonces obispo prelado del Opus, Javier Echevarría, en la iglesia de Santa María de la Paz (no confundir con la delicada joya barroca de Santa Maria della Pace), que es un edificio más bien feo, de 1950, donde está enterrado Escrivá y donde se conserva su pila bautismal. Se hizo eco el Diari de Girona, editado por Prensa Ibérica, en un breve donde se hablaba del acto en el que 34 diáconos recibían el sacramento de la orden sacerdotal y donde se hacía referencia a los orígenes del nuevo cura, de Banyoles, y a su actividad como profesor de Educación Física en colegios pertenecientes al Opus. También se hablaba de la tesis que estaba redactando, para ser doctor en Teología (además de licenciado en lo deportivo y en Pedagogía) por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, un centro (¿hay que remarcarlo?) vinculado también a la Obra. De la tesis hablaremos más adelante. Es una «reflexión antropológica, social y moral de la educación física a partir de las enseñanzas de Juan Pablo II».

Josepmaria Quintana nació en Banyoles, sí, pero estuvo poco tiempo allí. Es hijo de una familia de profundas convicciones cristianas, con 10 hijos (¿hay que remarcar con quién comulgaban?) que se trasladó a Girona. El padre fue profesor en el Bell- lloch (colegio gerundense del Opus Dei) y él es nieto, por parte de madre (Domínguez) de un guardia civil. Según las informaciones de amigos eclesiásticos, tiene poca relación (por no decir ninguna) con la diócesis catalana, pero, eso sí, conserva un notable acento de las comarcas orientales, sobre todo cuando habla en castellano, que es la mayoría de las veces.

Con la misma habilidad retórica y «humorística» que exhibía Escrivá de Balaguer, con una muy débil consistencia teológica y con un lenguaje que quería acercarse a la lengua de la plebe, utiliza la tecnología para transmitir el mensaje evangélico.

Durante la pandemia impulsó un canal de YouTube llamado ConFEnados (bromita, marca de la casa) y también organiza en Instagram unas retransmisiones en directo (Macrofiestas del rosario) donde un grupo de acólitos pijos rezan y explican anécdotas. Su lema es «siempre palante y circulando» (sic), y también dice cosas como que el Adviento conmemora la circunstancia de que «la Virgen María estaba de ocho meses». Es su forma de ser simpático. Lo es. O lo representa. Siempre feliz, con una dentadura blanca como la Virgen de la Alegría, a la que venera, de rasgos dibujados con cincel, como su peinado, mosén Quintana dice que «Dios me llamó a ser titular en su equipo y yo le respondí con un sí total».

Me olvidaba de la tesis, por cierto. Es una avalancha de lugares comunes a partir de un centenar de alocuciones de Juan Pablo II a futbolistas, esquiadores y atletas en general. Se alaban los valores del espíritu y «la formación de la persona a través de las virtudes». La idea nuclear es que «el hombre no debe vivir solo de la práctica deportiva, sino que hay aspectos de mayor importancia». Quizá sea eso lo que el cura le dijo al torero en la intimidad.

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