Las hermanitas de los pobres

Hace unos meses se dio la noticia de que la Hermanitas de los Pobres iban a abandonar su Residencia de Ancianos de la calle General Riera, por falta vocaciones religiosas y de medios económicos. Seguramente será una decisión inevitable y seguro penosa. La vida actual no transcurre, generalmente, por la senda del auxilio a seres humanos desfavorecidos, en este caso a personas que por edad y falta de medios económicos se encuentran en general desamparo. Sin embargo, estas monjitas, las Hermanitas de los Pobres, sí han venido aliviando esas situaciones difíciles, realizando una encomiable labor con afecto y ternura hacia este colectivo de personas que encontrándose en la última etapa de su vida, y sin recursos, han podido vivir en un lugar apropiado, en una magnífica construcción, con buenas instalaciones, higiénicas y, atendidas, acogidas, por unas monjas especializadas en el trato a pobres y ancianos, haciendo su trabajo desde la inspiración cristiana que las mueve. Me contó en una ocasión la superiora, que cuando una persona residente enfermaba la llevaban al hospital para que fuese atendida, ponían una condición, que cuando entrase el enfermo en la fase final de su vida, las avisasen para ir a recogerle, regresarle a la residencia y acompañarle, día y noche, hasta el momento de su muerte. Esto es, en mi opinión, caridad en el sentido evangélico, compromiso con su fe y, un ejemplo a tomar nota por una parte de una Iglesia que últimamente es noticia, con asombrosa y lamentable frecuencia, por comportamientos notorios y reprobables.

Estas monjitas han venido realizando una labor encomiable en Mallorca desde hace 145 años en un magnífico edificio, construido por su congregación y en él han tenido acogidos a más de un centenar de ancianos sin recursos económicos. El ser viejo y pobre es una desgracia tremenda que solo puede ser aliviada si personas como las “Hermanitas” hacen efectiva su vocación. Es una mala noticia, repito, el hecho de que estas monjas entregadas e infundidas en el más puro espíritu cristiano se vean obligadas a abandonar la residencia y nuestra ciudad. La vida de las personas que allí se acojan en el futuro no será la misma. Y digo esto porque he conocido -y prestando alguna colaboración-, como trabajan esas monjitas sin ayuda oficial de ningún tipo, ayuda que rechazaban por una cuestión de principios. Decía la directora que si recibian subvenciones públicas les supondría ejercer su misión con unos condicionantes que no se corresponderían con los postulados religiosos que las inspiran. Ellas pedían limosna a particulares, iban casa por casa, también a conocidos, para que las ayudasen a comprar productos de alimentación o dinero para poder pagar el mantenimiento del edificio, al personal auxiliar, la electricidad, el agua, el gas…. Siempre me impresionó la felicidad con la que trabajaban y la alegría que irradiaban a pesar de las dificultades. Explicaban su satisfacción diciendo que con la entrega a otros recibían una inmensa recompensa.

También hay que recordar en este triste momento que muchas personas, de forma anónima y voluntaria, colaboraban en algunas tareas y, otras, familias principalmente, hacían aportaciones regulares a la residencia con alimentos o con dinero. Con obras de caridad como la de las Hermanitas muchas personas nos reconciliamos con la humanidad, pues en un mundo crispado, políticamente revuelto, religiosamente cuestionado, reconforta verificar que además de gente inicua existen personas altruistas que hacen el bien de forma desinteresada y silenciosa.

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