Tribuna

La televisión desapercibida

Ignacio Bergillos

Ignacio Bergillos

El Día Mundial de la Televisión que hoy se celebra tiene algo de anacrónico. No solo porque la abundancia de ‘días internacionales’ resta importancia a esas fechas, sino porque la televisión atraviesa una profunda crisis de identidad y su definición parece anclada en otra época. Es un reconocimiento a un medio cada vez menos reconocible.

Desde el punto de vista tecnológico, la evolución del televisor llevará al aparato a camuflarse entre las paredes de las casas, los cuadros, otros monitores y pantallas. A nivel de industria tampoco se siguen las lógicas tradicionales y los «contenidos» se distribuyen también por plataformas digitales, adaptados ya a los cambiantes hábitos de consumo audiovisual. Incluso sus últimos bastiones —los eventos en directo y las retransmisiones deportivas— comienzan la mudanza: Operación Triunfo se estrena en Amazon y la NBA negociando su futuro contrato de explotación de derechos con los gigantes digitales. Como práctica, ¿qué significa ver la televisión? La audiencia, esquiva, no quiere reconocer que la consume y las nuevas generaciones ya no están interesadas en la televisión. A no ser, como se apuntaba en aquella parodia de Lenny Henry, que aparezcan en ella.

Y, sin embargo, la televisión sigue siendo la fuente principal de consumo audiovisual y de información para la mayoría de la población en muchos países, incluido el nuestro. Además, pocas veces se tiene en cuenta cómo la televisión inspira a la creciente cultura de los creadores y streamers. O cómo nutre los algoritmos que entretienen fugazmente a audiencias digitales. ¿Acaso no se puede considerar TikTok una versión datificada e hiper personalizada del flow televisivo? Programación infinita al servicio del entretenimiento. La revolución digital quizá no será televisada, pero merece la pena reconocer al medio en esos otros lugares donde siempre ha estado: los recuerdos de la infancia, los grandes eventos informativos, el valor simbólico de sus textos.

El poder de la televisión, como el de otros medios, está en su invisibilidad. Que no la reconozcamos no significa que no siga teniendo una relevancia fundamental en el debate público, en la comunicación científica, en la construcción de imaginarios sociales y en el fomento de la cultura visual e intertextual. En definitiva, un día como hoy no debería resaltar la crisis de un medio en proceso de desaparición, sino la contribución desapercibida que hace a la sociedad.