EL DESLIZ

Leonor, ya puedes votar

Pilar Garcés

Pilar Garcés

Los 18, quién los pillara. Un aniversario maravilloso de verdad, la frontera con la tierra prometida de la vida adulta. Una cima, el primer ochomil en la biografía: mayor de edad. El ancho futuro por delante sin el engorro de pedir permiso a los padres. A casi todas nos prepararon una celebración más o menos inolvidable ese día señalado, con cierto desparrame. Nada que ver con la fiesta de Leonor de Borbón, que se inscribirá en las enciclopedias, y fue un ejemplo de la parafernalia más anticuada, tiesa y desconectada de la sociedad de su propio tiempo. Desfiles militares, banderas, chotis, repique de campanas, una sucesión de besamanos pomposos, comida compartida con los bisabuelos de sus coetáneos y un collar muy feo que ninguna jovencita en su sano juicio habría elegido. Todo muy significativo y con mucho simbolismo que unos cuantos se encargan de explicar al común de los mortales. Un pequeño discurso en el que la heredera al trono de España se mostraba consciente de la presión que la acompaña por nacimiento, y en el que solicitó confianza por no pedir piedad. Su padre la miraba con orgullo, su madre con tensa pena. Tranquila, chica, no has de demostrar todavía el tipo de reina o de persona que serás, sigues en construcción. Una suerte que el rey Felipe VI recordara en el brindis que «esto es un cumpleaños», o la jornada habría acabado escuchando media docena de veces el himno nacional y ninguna el «feliz, feliz en tu día». O peor, saludando a Aznar y Rajoy, pero sin escuchar los audios enviados por sus mejores amigas. No sé si alguien le dijo a la Princesa de Asturias lo que suele recalcarse siempre a quien cumple los 18, que ya puede votar. Es un hecho distintivo de la mayoría de edad, una bienvenida a la ciudadanía y a la responsabilidad de colaborar en el bien común.

Leonor, ya puedes votar

Leonor, ya puedes votar / Ilustración Elisa Martínez

Una reina que vota sería un hecho insólito. Hay quien cree erróneamente que los reyes no están incluidos en el censo electoral por ley, que no pueden participar en las elecciones como los condenados con sentencia firme, pero no. Se suman al abstencionismo cuando concurren partidos por una de esas tradiciones no escritas, como una forma de garantizar equidad en el desempeño de las escasas tareas que les corresponden. Como si el hecho de no votar conllevase la ausencia de ideología o simpatías, como si no existiesen posiciones que es bueno defender aunque molesten a algunos, o no tuviesen el derecho a elegir igual que todo el mundo. Elegir no es para tanto, no casa con la corona.

Las palabras de Leonor tras su jura de una Constitución las podría haber pronunciado su padre hace 37 años: masculino genérico, falta de emoción, ninguna alusión a los problemas y desafíos que tendrá que enfrentar, ni un solo guiño a su generación. Una niña obediente hablando por boca de otros, con su función perfectamente milimetrada, no una mujer adulta. Otra funambulista impecable y glacial en la institución monárquica, confiada en que la ausencia de errores y opiniones asegure su supervivencia. El rito de su paso a la edad ha transcurrido con la ceremonia prevista, como un paréntesis en las muchas tensiones que aquejan a la vida pública española y que hoy siguen ahí, para quien las quiera ver. Aunque no lo hará, Leonor ya puede votar. Y sacarse el carnet de conducir, que siempre viene bien tenerlo y nunca se sabe cuándo lo vas a necesitar.

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