Puigdemont y el agua que fluye bajo los puentes

Amnistía, unilateralidad y el fantasma de la repetición electoral

Olga Merino

Olga Merino

En un síntoma de los tiempos, tecleas el apellido Quevedo en el archivador infinito de Google y quien primero aflora a la superficie es el cantante rapero («nos dieron las tre / perreamos toda la noche / y nos dormimo a las 10 / ando rezándole a Dios / pa’ repetirlo otra ve»). Una servidora andaba detrás del colmillo retorcido del otro Quevedo, el de los anteojos miopes, a quien buscaba por una coplilla satírica dedicada al río más famoso de Madrid: «Manzanares, Manzanares, / arroyo aprendiz de río, / practicante de Jarama, / buena pesca de maridos». Durante el Siglo de Oro, un buen puñado de poetas se burlaron del pobre accidente geográfico, que si bien cumplía con su función fluvial —las familias acudían a la orilla a merendar, los amantes a lo suyo— adolecía de gran pobreza acuática: poco río para tan gruesos puentes.

Recordé esta menudencia el otro día al ver la imagen de la vicepresidenta Yolanda Díaz y Carles Puigdemont, ambos sonrientes, tras su encuentro en Bruselas, resumido en una fotografía que esparció alegremente la expresión «tender puentes» sobre titulares y pies de foto. Pero aquí sucede justo al revés: poco puente para tan turbulentas aguas.

Tiene la palabra puente numerosas acepciones, desde la contorsión gimnástica para afinar glúteos, hasta la albañilería que realizan los dentistas entre molares, pasando por la prolongación del fin de semana mediante el empalme con un día festivo (ánimo, quedan unos cuantos hasta que acabe el año). En todos sus significados, el término puente implica elevación, salvar un agujero, saltar el vértigo del vacío abierto entre dos pivotes, en el caso que nos ocupa, brincar de octubre de 2017 al año 2023, y salir más o menos indemne de la pirueta. Todos los puentes del mundo, incluidos los del arquitecto Calatrava, humanizan el paisaje, y es muy de agradecer que la política regrese a la política; o sea, al diálogo. Aunque el principal interlocutor, mira por dónde, represente apenas al 7,15% de los catalanes.

Desde el limbo de Waterloo, el ‘expresident’ Puigdemont cuenta con muy pocas cartas pero decisivas. Con todo, en juegos de naipes como el siete y medio, si te pasas, la pifias, y eso es lo que aventura su apuesta, la contradicción de pedir la amnistía —o sea, el olvido total— sin renunciar a la unilateralidad (volveremos a hacerlo). ¿Está ya todo pactado bajo el tapete verde? Sería muy interesante conocer las verdaderas razones del adiós de Meritxell Batet.

Algunos desempolvan aquel viejo soneto de Quevedo («miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes, ya desmoronados»), mientras el grueso de la baraja, sotas, caballos y reyes, enfila hacia unas nuevas elecciones en enero silbado bajito la banda sonora de aquella gran película, El puente sobre el río Kwai.

Puigdemont.

Puigdemont. / Fernando Montecruz

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