Yo elijo a Carme Junyent

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

Hace unos años, la escritora Laura Freixas escribía un artículo (Morir en catalán) que era un ejemplo chapucero de la miopía (me temo que malévola) de unos pocos ante la falta de atención a los enfermos en su lengua materna. Decía, por lo que recuerdo, con un sarcasmo que solo podía utilizar quien no teme por la continuidad del legado, de la propia manera de entender y describir el mundo, que se maravillaba de quienes reclamaban, en el lecho de muerte, no un milagro de la ciencia o una firme constatación de la existencia del Más Allá, sino el simple hecho de «morir en catalán», más preocupados por la lengua, según ella, que por la vida. No creo que Carme Junyent, en su artículo póstumo, haya querido rebatir las chorradas sin un mínimo de misericordia ni de conocimiento intelectual que dijo Freixas. Morir-se en català es un texto conmovedor y político, publicado por Vilaweb el mismo día del deceso de la lingüista, pero está escrito no desde la ira o el desprecio, sino desde la clarividencia amable (y no por ello menos punzante) que Carme Junyent practicó siempre. Conmovedor, porque habla de su propia muerte; y político, porque pone sobre la mesa elementos que van más allá de la intimidad y afectan al cuerpo social. Si nos paramos a pensar un momento, dice cosas terribles: «Toda la vida he luchado para que la gente pudiera morir en catalán». Esto significa, no lo olvidemos, que luchó toda la vida para que la gente pudiera vivir en catalán. Es decir, para que la lengua que aprendimos de pequeños, la que hemos enseñado a nuestros hijos, la que aprenderán nuestros nietos, la que hemos asumido como nuestra a pesar de provenir de otras culturas, esta lengua, sirviera para todo. También en el momento de la despedida. ¿Quién puede pensar que ese deseo, ese derecho, es una bravata o una fanfarronada? En «el momento decisivo», como escribía una Junyent a punto de atravesar el umbral, no hay un arma más poderosa contra el desamparo que el retorno a los detalles primigenios, a la prístina memoria de las canciones que nos cantaron cuando apenas esbozábamos la primera sonrisa en la cuna.

¡Qué tiempo este en el que se nos reclama luchar a favor de la permanencia de lo elemental! ¡Qué tristeza tan honda releer las últimas palabras de quien fue sabia y valiente, corajuda y tranquila, de quien usó del sentido común con la misma eficacia científica que la más elevada de las teorías! Si me dan a elegir entre el sarcasmo y la nobleza de espíritu, entre la petulancia y la delicadeza, entre el exabrupto y la dignidad, yo elijo a Carme Junyent.

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