Una ibicenca fuera de Ibiza

Vino de Oporto

Pilar Ruiz Costa

Pilar Ruiz Costa

Esta semana El País publicaba un artículo estremecedor para un soltero: «Prohibido cenar solo: restaurantes de Barcelona impiden sentarse sin acompañantes. Locales de la calle Blai y del Eixample rechazan a clientes únicos en sus mesas». Y eso a pesar de que, según denuncia la Federación de Asociaciones Vecinales de Barcelona (FAVB), las licencias de terrazas se han incrementado en un 62% con respecto a 2019, superando las 30.000 mesas y los 75.000 metros cuadrados de espacio público privatizado.

Mientras, Diario de Mallorca publicaba: «La Policía Local de Palma ha pedido a los ciudadanos que cojan el coche solo para desplazamientos imprescindibles ante la avalancha de turistas que han aprovechado el día nublado para visitar el centro de la ciudad», pero como nunca llueve a gusto de todos, también aparecía «La patronal del Pequeño y Mediano Comercio de Palma (Pimeco) ha pedido al Govern que modifique o cancele el acuerdo que limita la llegada de cruceros». La entidad ha lanzado este ‘mensaje de SOS’: «El turista que viene a la isla no visita Palma en los meses de calor, solo lo hace en los días nublados. La ciudad es un desierto y los comercios sobreviven gracias a los cruceristas y a los pocos días nublados que nos deja el verano, que es cuando se animan turistas y residentes a salir a comprar». Y eso a pesar de que, según ENAIRE, entidad dependiente del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (Mitma) en julio se batió el récord de número de vuelos de la historia de la aviación en España con 223.107 operaciones en un mes —un 6,6% más que el año pasado—, con una media de 7.197 vuelos al día. Del otro lado del drama ‘¡Arriba las manos, esto es un atraque!’, la asociación internacional Transport & Environment (T&E) publicaba los datos de las emisiones de contaminantes atmosféricos tóxicos en torno a los puertos europeos procedentes de los cruceros de 2022. No solo alcanzamos, sino que superamos los niveles anteriores a la pandemia. Los cruceros contaminan ya más que todos los coches que circulan por las ciudades que visitan y el Mediterráneo se lleva la peor parte. En concreto, en lo más alto de la lista, de las cuatro ciudades más afectadas, dos son españolas: Barcelona en el primer puesto y Mallorca en el cuarto, con 106 cruceros —emitiendo la misma cantidad de óxidos de azufre (SOx) que 531.749 coches— y 79 barcos —equivalentes a 248.207 coches— respectivamente.

Y aún otro titular de agosto, este publicado en Información: «El turismo plantea posponer el inicio del curso para alargar la temporada alta y prevenir golpes de calor. El sector cree que septiembre podría colgar el cartel de completo si las familias no tuviesen que llevar a los niños al colegio». Aunque en geografía y apariencia estas noticias son dispares, es fácil encontrar el mínimo común denominador: Vengan —en grupo—, consuman y se dispersen, por favor.

Y por si el lector —al igual que esta que escribe—, es soltero o pobre —sí, esto no es la papeleta del Senado y se pueden marcar todas—, le queda como consuelo otro artículo veraniego aparecido en La Vanguardia: «Staycation: quedarse en casa en agosto durante las vacaciones es cada vez más cool» y que rescata un término publicado en The Washington Post en 2005 uniendo dos conceptos: stay (quedarse) y vacation (vacaciones). Es decir, ‘quedarse en casa durante las vacaciones’.» Pero, ojo, ¡en casa! Nada de la egoísta tentativa de tomarse un vinito a la fresca acaparando una mesa en una terraza o el insolidario desplazamiento al centro en coche colapsando la carretera para ir de tiendas si, total, va a andar uno luego mirando las etiquetas.

No todos los héroes llevan capa y a veces la mejor manera de salvar la hostelería es saber cuándo toca echarse a un lado, quedarse en casa, solo, solo, muy solo. Para sobrellevar esta solitud y evitar las noticias que recalientan innecesariamente, yo les aconsejaría alternar las noticias veraniego-locales con las de fuera. El mismo informe de Transport & Environment que recoge que desde que el puerto de Venecia prohibió los cruceros en 2021, las emisiones de SOx en la ciudad disminuyeron un 80%. O Ámsterdam, que acaba de sumarse a esta prohibición de cruceros, para poner freno a la contaminación, por supuesto, pero también a la masificación de visitantes. O Portugal, que acaba de aprobar el programa Mais Habitação (Más Vivienda), que prohíbe la expedición de nuevas licencias para pisos turísticos en las principales ciudades —con excepción de los alojamientos rurales en municipios del interior, el equivalente a ‘la España vaciada’— con beneficios fiscales para los propietarios que transfieran viviendas turísticas a alquiler y la posibilidad de que, con el acuerdo de dos tercios de una comunidad de propietarios, se podrá revocar una licencia ya concedida.

¡Hay esperanza! Si me disculpan, les dejo y continúo mi staycation rumbo a la nevera. Habrá que brindar con un vino (de Oporto).

@otropostdata

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