TRIBUNA

Algo Humano

Algo Humano

Algo Humano / IA artist - Iván Domingo

Emilio Pila

Emilio Pila

Razones no faltan para temer los algoritmos. Por nuestro vulgar comportamiento son capaces de predecirnos antes que nuestra sombra. Así que entienden cómo pensamos. Y al hacerlo nos hacen danzar malditos. Nos ofrecen dos cosas de las que raramente tenemos suficiente: productos que consumir e ideas (no) propias que confirmar. Si señalan un enemigo a quien odiar, tengan por seguro, así sean potros de unicornio, presidentes rusos o los hijos de Abraham. Los acabaremos odiando.

Avisado por el pulgar chivato de nuestro ideario personal, el algoritmo ya sabe que permanecemos más tiempo e interactuamos más con contenidos que nos sirven nuestro propio sesgo cognitivo en bandeja de sushi. Las burbujas son los nuevos barrios dormitorio, y entre una persona que consume torismo con otra que consume animalismo, puede haber barrancos digitales como la vía de cintura separa el polvo de la paja. Lo caro de lo barato. O lo científico de su nuevo antónimo, lo ridículo.

El esfuerzo para viajar a través de cámaras de eco es mesiánico y debe ser intencional porque su algoritmo no quiere que se salga del corralito. Mi recomendación es que nunca se bloquee en redes o se deje de seguir a personas que piensan lo opuesto. Porque, oye, al final, conocerlos es empezar a quererlos.

Internet era para surfear, no para granjear. Pero el uso filibustero de la Red 1.0 ha dejado paso a asentamientos ideológicos megalíticos. Unga, unga y like.

El algoritmo da miedo, y hay quien dice que la batalla está perdida. Es el demiurgo total. Pasó de apuntador a autor; y de ahí al director tiránico que es hoy. Uso un truco retrospectivo que ayuda a distinguir mi voluntad de la corriente. Se trata de preguntarse «cómo he llegado aquí» cada vez que me sorprendo bajando por unos contenidos intrigantes que no recuerdo por qué estoy consumiendo.

Nota somática: Enseguida en el estómago. Rumor morboso cerca del ombligo indica que he picado. Estoy a punto de engancharme a una mierda que no sabía que me ponía. Me van a dar las tres.

El algoritmo me conoce como si me hubiera parido un millón de veces, a ti y a un billón que son como tú y yo. De hecho, tu comportamiento digital actual está ahora mismo restando libre albedrío a tus nietos, por mor de la data acumulativa. Las listas Robinson son los padres, borrar las cookies es meter tripa en el espejo. Autoengaño. Falsa ilusión de privacidad.

Pero tú tienes algo que decir todavía. Tú también los conoces. Toda la información buena, mala y regular que quieras investigar o publicar sobre un producto, servicio o modelo de Estado está en la Red. Solo que tu algoritmo es individual, analógico y pesaroso como el pico de un minero. El consumo consciente nos permite no solo gastar sobre valores y creencias, sino también exige pico constante en información. Sin magufadas, por favor.

En un plano teórico, aunque tedioso, podrías informarte del comportamiento de una marca pasado por los valores en los que quiere reconocerse tu humanidad: así sea la ecología, la del comercio justo, lo local, la obsolescencia programada, el género, la salud anaeróbica anacoreta o el producto nacional. Vivan las naranjas de Sóller.

Llevado al paroxismo, puedes intentar entender cómo se produce una tuerca del doce de la ferretería del barrio y aplicar la decisión de compra sobre información casi instantánea. Señor, que si quiere bolsa.

Solo te pido que no te conviertas en un ser insoportable, ni en cuñado comparador. La buena noticia es que tú también tienes un arma que les da mucho miedo. Aunque sea mucho más lento y precario que el suyo. Dale forma a Internet, aunque sea con terribles faltas de ortografía.

Tú también tienes un algoritmo humano que aprende, distingue y decide poc a poc.

¡Ah! Si los contenidos que consumes afectan a tu autoestima, arráncatelos.