LAS CUENTAS DE LA VIDA

El malestar social

La erosión del trabajo es el gran drama de Occidente en el siglo XXI, para el que ni la izquierda ni la derecha han sabido encontrar respuesta

El malestar social

El malestar social / Ingimage.com

Daniel Capó

Daniel Capó

A Sánchez quizás le salga bien la apuesta plebiscitaria del mes de julio, o quizá le salga mal. A día de hoy, las encuestas pronostican lo segundo; pero es absurdo jugar a las profecías, ni siquiera con datos demoscópicos. Más interesante me parece tratar de entender por qué este último PSOE ha generado tanto malestar en un país –el nuestro– sentimentalmente orientado hacia la izquierda. Los medios han enumerado algunas de las causas inmediatas: los pactos antinatura con Bildu y el independentismo catalán, la difícil relación con Unidas Podemos en el seno del gobierno, las consecuencias adversas de leyes como la del «sí es sí», el uso divisivo –al menos para algunos– de la «memoria democrática», las inconsistencias de Sánchez, sus cambios continuos y abruptos de opinión. Y mucho de esto ha habido, por supuesto; además de otros motivos, porque las emociones en política suelen ser fluctuantes y cortoplacistas. Pero aun así creo que no es suficiente, dado que las raíces del malestar de Occidente no se limitan a España, sino que adquieren rasgos comunes en un buen número de países. El giro a la izquierda, producido tras la crisis de las subprime, ha dado paso a un nuevo vuelco hacia la derecha, incluso en los epicentros de los Estados del bienestar (Suecia y Finlandia). Y es que todo se ha acelerado: las modas y los modos, también la ira y el resentimiento.

En realidad, ni la izquierda ni la derecha han sabido encontrar en Europa soluciones efectivas a los cambios provocados por la globalización. La principal medida tal vez, la devaluación de la mano de obra, va unida a una desindustrialización que podemos calificar de masiva (en España, desde luego, lo ha sido). A finales de los años ochenta, tras la caída del Muro y el triunfo de las tesis de Fukuyama, se creyó por un momento no sólo que la historia adquiriría por fin un sentido lineal, sino que a nosotros nos había tocado la mejor parte. Si Unamuno en su momento había exclamado: «¡Qué inventen ellos!», parecía que el nuevo lema sería: «¡Qué se ensucien las manos ellos (China y Vietnam, África y la América Hispana)!», mientras que a nosotros nos correspondía la creatividad, el diseño, las finanzas y el ocio. Una ficción como cualquier otra, que se demostró especialmente dañina con el tiempo. Porque era precisamente el sector industrial el que aportaba a las naciones un tejido real de trabajo estable y especializado. La industria, por decirlo de otro modo, concedía autonomía y buenos sueldos.

La erosión del trabajo es el gran drama de Occidente en el siglo XXI, al que ni la izquierda ni la derecha han sabido darle respuesta. Al contrario, se han ocultado detrás de retóricas falsas: ya sea la del decrecentismo, la del endeudamiento o la de una fiscalidad ad hoc para las grandes empresas; o bien han optado por la subida del salario mínimo. Pero, sobre todo, han huido del debate económico para azuzar conflictos identitarios que poco o nada tienen que ver con la vieja cuestión social. Quizá durante un tiempo se pudo pensar que este asunto, tan pronto como se afianzase una potente clase media, ya no sería crucial. Sin embargo, una vez más, nos equivocamos.

Al considerar la irritación con el PSOE de una parte de su electorado, conviene que nos detengamos en este vacío ideológico antes de abordar la fragmentación social, que también le pasará factura al PP en unos años si finalmente llega al poder. Es la economía la que tiene que recuperar el centro del debate público.

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