Escrito sin red

Sánchez desencadenado

Ramón Aguiló

Ramón Aguiló

Hay que conceder a Sánchez el cumplimiento, como mínimo, de una de sus promesas, la de «ir a por todas» para remontar las encuestas. Ese «todas» incluye todo tipo de maniobras, desde las que suponen adentrarse en el barro hasta las que se enmarcan en las promesas más electoralistas. Entre las primeras figuran la utilización de la 'portacoz' del Gobierno, Isabel Rodríguez, ejerciendo de portavoz para atacar de forma reiterada a la oposición, sancionada por tres veces por la Junta Electoral, y la bronca, para la que emplea a Bolaños, insultador corajudo, como ariete contra Ayuso para desgastar a Feijóo. El ministro de la presidencia va sumando fracasos en su gestión: el hackeo de los móviles de Sánchez y Margarita Robles, el fracaso en la negociación del CGPJ al anunciar M. J. Montero la eliminación de la sedición y pretender imponer con bronca su presencia en la fiesta del 2 de mayo en la que no había sido invitado, borrando la presencia de Lobato, candidato del PSOE por Madrid. Esa lumbrera, número uno de su promoción, integrado en el despacho Uría y Menéndez (no es abogado del Banco de España, simplemente pertenecía a su asesoría laboral), viene a ratificar que no es incompatible destacar en pruebas académicas y bufetes y ejercer de tontaina a poco que se le brinden oportunidades.

La subasta electoral abarca desde la promesa de 180.000 viviendas que adquiere la consistencia de una fantasmagoría cuando se constata que quien la hace no ha construido ni una sola durante cinco años, hasta la ley de la vivienda que va a sacar al mercado inmobiliario cientos de miles de viviendas con alquileres limitados y sin peligro de okupación. Es decir, todo lo contrario a las leyes de la economía que auguran menor oferta y aumento de precios. Lo último es el anuncio de que el próximo consejo de ministros va a aprobar el aval por el ICO de hasta el 20% de las hipotecas para menores de 35 años con ingresos inferiores a los 37.000 euros anuales o que tengan hijos menores, una medida que había sido calificada por el propio ejecutivo como negativa y contraproducente cuando la propuso el PP. El anuncio ha sido bien recibido por el PP, dice que Sánchez acierta cuando les copia pues una medida parecida la aplican Madrid, Castilla y León, Murcia, Galicia y Andalucía. Esta promesa ha conseguido poner de acuerdo a enemigos irreconciliables, la banca del Ibex y Unidas Podemos. La banca alerta al Gobierno de que puede estar generando otra burbuja inmobiliaria, la que empezó a generarse con Aznar y explotó en 2008; UP la tilda de «infame» y coincide con la banca en sus consecuencias. Yolanda Díaz no se queda atrás y la califica de «regresiva» y contraria a la ley de la vivienda. De hecho, al aumentar la demanda disparará los precios.

Ese vendaval de promesas de Sánchez ha coincidido con otra, esta vez de UP: luchar contra los capitalistas despiadados (Roig) y el elevado precio de los alimentos con la creación de una empresa de supermercados públicos. No explican cómo crearla ni cómo podría darse ese servicio público en competencia con la iniciativa privada. La empresa pública, en un sistema de mercado propio de una democracia liberal puede tener sentido en determinadas áreas estratégicas: defensa, transporte, energía, servicios públicos; pero no lo tiene en el mercado de oferta y demanda de productos de consumo, en los que hay que operar bajo el sistema de competencia tanto en costes como en precios. Es propio de sistemas totalitarios e ineficientes, como el de la URSS o los economatos de la España franquista, ajenos a la dinámica de mercado. La reacción de García Page, barón que gobierna en solitario, ha sido paradigmática: «una bobada supina». Aterra pensar que el único gobierno posible presidido por Sánchez tras las elecciones de diciembre sea uno formado por los mismos que lo integran hoy, respaldado por ERC y EH Bildu (con etarras asesinos como candidatos en las municipales), con divisiones internas tan manifiestas como las mostradas en la ley de ‘sí es sí’, los avales hipotecarios, las empresas públicas, la política exterior en el Sáhara o la guerra de Ucrania. Curiosamente las expectativas electorales adjudican al PSOE en torno al 23% ó 24% del voto, a Sumar un 13% y a Podemos un 6%, lo que, sumado a las perspectivas de ERC, EH Bildu y PNV, dan alguna esperanza a Sánchez de repetir en el cargo. Feijóo, un Rajoy 2 que no ilusiona a nadie, no pasa apenas del 30% y hace dudar de su liderazgo para ganar las elecciones de diciembre.

Sánchez, ante una selección de jóvenes entusiastas, el cuerpo en tensión por la adrenalina, desgrana los regalos de su presidencia, atenta a los sueños de viajes iniciáticos, al modo de la generación Beat, del auditorio, y promete sufragarlos por el Estado mediante descuentos de verano de hasta el 50% para el Interrail europeo. El auditorio se inflama y una descarga de dopamina relaja la expresión del líder que, alzando la diestra, reclama silencio: «¡no he terminado!, ¡no he terminado!», ansioso por coronar el momento, añade que va a hacer un Interrail español, asume el compromiso de bonificar el 90% del coste del transporte público y del 50% en alta velocidad, para que todos los jóvenes entre 18 y 30 años conozcan no sólo Europa, sino todos y cada uno de los municipios del país y sus regiones. Van a tener que viajar a la velocidad de la luz para visitarlos todos, nada menos que 8.131. Una nueva copia a Feijóo, que prometió lo mismo hace tres meses. No les dice de dónde saldrán los dineros, si de los fondos europeos, que tienen otros destinos, o de la recaudación extra de impuestos a cuenta de la inflación. En este segundo caso de lo que se trataría es de darles a los jóvenes un dinero que previamente se ha sustraído de sus bolsillos y que posteriormente se les cargará a cuenta de la deuda del 150% del PIB, donde también figurarán las revalorizadas pensiones de los jubilados, a la que deberán hacer frente, eso sí, cuando Sánchez ya no esté en la presidencia del Gobierno y sean otros los que pechen con los desaguisados. La cuestión que se plantea, en esa impúdica subasta de promesas de felicidad, estriba en adivinar en qué medida los electores van a conceder el beneficio de la duda a quien ha demostrado por activa y pasiva no conceder ningún otro valor a su palabra que la de ser esclava de su ambición; en qué medida van a condescender con una trayectoria construida sobre la mentira.

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