LAS CUENTAS DE LA VIDA

El esnobismo de la provincia

Brodsky, Roth y Perec anhelaban

pertenecer a un mundo más noble

Daniel Capó

Daniel Capó

ASolomon Volkov le debemos no sólo las maravillosas memorias del compositor Dmitri Shostakóvich, sino también un delicadísimo libro de conversaciones con el premio nobel Joseph Brodsky. A lo largo de esas páginas, el poeta ruso se refirió a una nostalgia de la cultura universal en términos que recuerdan a Ossip Mandelstam. «Yo creo –sostenía Brodsky– que el esnob genuino sólo puede proceder de la provincia y no lo digo en un sentido peyorativo. Al contrario, el esnobismo es una formulación de la desesperanza. Casi por definición, alguien que llega de la provincia muestra un mayor apetito de cultura que otro que haya crecido en medio de su abundancia. Por eso, el esnob termina contemplándola desde el otro lado, como quien excava un túnel y desemboca en el extremo opuesto».

En Endless Flight, su reciente biografía acerca de Joseph Roth, Keiron Pim nos narra una anécdota similar. Nacido en la pequeña localidad de Brody, en la actual Ucrania –anteriormente Imperio Austrohúngaro, anteriormente…–, Roth anhelaba hacerse austríaco porque percibía en la literatura en alemán una nostalgia de universalidad. Ambos, Brodsky y Roth, sabían que es desde el margen, desde la periferia, donde con más intensidad se siente el peso de la ausencia y por tanto la necesidad de trascenderla. En el esnobismo de la provincia así entendido, encontramos el deseo de pertenecer a un mundo que se percibe como más noble, más culto y, sobre todo, más verdadero que el propio. 

También del escritor francés Georges Perec, cuya obra es una exploración meticulosa del lenguaje y la vida cotidiana, se podría decir algo similar. Perec, en su afán por descubrir y experimentar todo lo que el mundo tenía que ofrecer, desarrolló un gusto exquisito por lo raro y singular. Su esnobismo, sin embargo, no era arrogante ni desdeñoso, sino más bien una celebración de lo extraordinario en medio de una sociedad mediocre.

Se diría que esta búsqueda de lo sublime refleja algunas de las paradojas del esnobismo. Por un lado, el deseo de ir más allá de lo ordinario y lo común, de descubrir aquello que verdaderamente importa en la cultura y en la vida. Por otro, la extrañeza hacia nuestras propias raíces y hacia las personas que nos rodean.

Por eso, aunque Brodsky citara al esnobismo de la provincia como modelo, en realidad de lo que hablaba era de la gran cultura universal: de la que no se deja dominar por la banalidad del entorno, sino que busca con ahínco la perfección. O, más que la perfección, un aura de nobleza, cierto sentido de la gracia. Algunos autores optaron por recorrer ese camino desde el dandismo, otros desde el despojamiento y la renuncia; unos serán expansivos, otros profundamente introvertidos. Lo que les une es una trayectoria y una meta, un deseo y una esperanza. La esperanza, precisamente, de que la muerte no tendrá la última palabra. La certeza de que la realidad nunca es mediocre, sino que es mucho más compleja, honda y rica de lo que aparenta. El anhelo, en definitiva, de una vida que se abra a un horizonte más grande, más amplio, mejor. Que no se encierra en sí misma, sino que sale al encuentro de la historia, de aquello que es realmente excelso.

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