Tierra de nadie
Nos conformaríamos con menos
Estaba leyendo las obras completas de los prospectos farmacéuticos (conocidas como el Vademecum), cuando reparé en la palabra «excipiente», que sale en todos o en casi todos. Tal es su ubicuidad que no la vemos. El excipiente proporciona consistencia y sabor, entre otras cualidades, a los remedios medicinales. Pero se trata de una materia inerte, es decir, que no produce reacciones químicas. Algo inerte, según el diccionario, es algo sin vida, inactivo, flojo, desidioso. No quita ni pone nada a la pastilla, a la cápsula o al jarabe. Y sin embargo es el hilo conductor de las sustancias de la que están hechos el jarabe, la cápsula o la pastilla. Viene a ser la salsa de todos los guisos terapéuticos. Mi excipiente favorito, en la cocina, es la harina, de la que suelo añadir una cucharada a la cazuela de almejas, pero también al estofado de pochas. Gracias a esa cucharada, la salsa «engorda», que decía mi madre. Se espesa, en otras palabras, se traba, se concentra, se cuaja. Pero no se nota. Nadie advierte que en esas judías con chorizo hay una pequeña porción de polvos mágicos capaces de cohesionar las viandas que componen el puchero.
Quizá sea un truco de mal cocinero, no lo sé, pero puedo asegurarles que funciona.
Pues eso es lo que falta en las sociedades actuales: algo que, sin notarse, evitara la fragmentación a la que estamos sometidos. Se asoma uno al periódico, o la ventana, da lo mismo, y tiene la impresión de vivir en un mundo hecho pedazos, en un mundo roto, en un mundo cuyas partes van cada una por su lado, del mismo modo que en los malos guisos las lentejas van por aquí, el tocino por allá y la carne por acullá, todo ello flotando en una especie de aguachirri deslavazada, sin color ni sabor.
Necesitamos un engrudo capaz de unir esos fragmentos. Creo que son los chinos los que pegan con oro fundido los pedazos de los jarrones rotos. El oro es su excipiente para la cerámica. Nosotros nos conformaríamos con menos. Quizá con una renta básica universal que garantizara a todo el mundo la satisfacción de sus necesidades básicas. Al final va a resultar que el excipiente, que en apariencia no hace nada, es el que lo hace todo.
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