PENSAMIENTOS

Corinna y la transparencia

Felipe Armendáriz

Felipe Armendáriz

No queríamos transparencia sobre la monarquía española, pues toma taza y media. Corinna Larsen es una mujer fantástica, pero está también llena de fantasías.

La amante más conocida de nuestro anterior jefe del Estado, el rey Juan Carlos I, lleva años maquinando para quedarse con la fortuna opaca de éste y sacarle también una buena tajada en billetes declarados.

Las razones que le han llevado a la comisionista internacional a emprender ese sucio «negocio» contra su antigua pareja solo las sabe ella. Desde fuera podemos intuir algunos motivos: el principal la codicia y el segundo la autodefensa ante investigaciones penales por blanqueo de capitales. Ella como testaferro del Rey emérito de España ha tenido que hacer malabarismos para justificar por qué recibió de aquel, en junio del 2012, 100 millones de dólares más oscuros que un agujero negro.

Los factores personales seguro que han influido en la «cruzada» de esta ambiciosa mujer: ¿estará despechada (como la canción de Rosalía)? o ¿llevará mal, muy mal, el «divorcio» con un hombre singular? Lo más probable es que todo se reduzca al convencionalismo que mueve el mundo: el dinero.

A Corinna no le tiembla el pulso a la hora de defender lo «suyo». Así, ha echado mano de armas de destrucción masiva, como el excomisario principal José Villarejo o las mentiras, y de recursos legales, como una legión de carísimos abogados, los medios de comunicación y los modernos podcast.

La empresaria nos ha contado, por activa y pasiva, múltiples detalles y avatares de su romance con el primer monarca democrático español, al que no deja de poner a caer de un burro. Así, hemos conocido detalles de la personalidad de Juan Carlos I que le asemejan a sus antepasados, como su gusto por coleccionar amantes hermosas y amasar fortunas ocultas a Hacienda. Los Borbones tuvieron que salir por piernas de España en dos ocasiones cuando triunfaron las ideas republicanas. Sufrieron el exilio sin la teta del dinero público, aunque nunca se pusieron a trabajar para sobrevivir.

De ahí que el nieto de Alfonso XIII, expulsado del trono en abril de 1931 por ineficaz y decadente, haya querido reunir un colchón financiero en paraísos fiscales, un raconet como decimos en Mallorca.

El relato de la comisionista ha puesto en evidencia la hipocresía del reinado de don Juan Carlos, que se prolongó desde 1975 hasta 2014. Por un lado, teníamos un jefe de estado demócrata, próximo al pueblo, buen padre de familia, deportista, valiente, católico y cercano. Por el otro, aparece un personaje egoísta, infantil, mentiroso, caprichoso y despreocupado de la cosa pública.

Para desgracia del exiliado en Abu Dabi, esta última imagen es la que ha cuajado en la mayoría de la opinión pública. Llegados a este punto nos falta un elemento capital: el testimonio del «acusado». El Emérito, por la cuenta que le trae, ha dicho muy poco, exceptuando la negación de la mayor de la versión de Zu Sayn-Wittgenstein, sus eficaces regulaciones tributarias y su criticado «¿Explicaciones de qué?» en Sanxenso, del pasado mayo.

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