Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Mallorca abducida

La primera serie televisiva de extraterrestres fue Los invasores. Entonces la televisión sólo tenía dos cadenas, pero qué cadenas, si comparamos con el tutti frutti de ahora. En Los invasores, los extraterrestres eran como nosotros –bueno, como nosotros, no, sino como los norteamericanos de clase media–. Vestían traje, camisa blanca y corbata estrecha; llevaban el pelo corto y a veces, gafas de sol. Conducían automóviles inmensos –entonces los coches estadounidenses eran muy largos y muy amplios– y su objetivo era esclavizar a la humanidad. Pero un intrépido agente, de nombre David Vincent, los tenía calados e impedía en cada episodio que se salieran con la suya. El distintivo de aquellos extraterrestres invasores era el dedo meñique de la mano: no podían doblarlo y lo llevaban siempre tan estirado como algunas damas cursis al tomar el té y algunos chulos de barra de bar que creen que ese gesto es elegante y aporta distinción.

Bien, pues desde Los invasores a V, la serie de los hombres-lagarto, todos esos telefilms –y más de cien largometrajes– nos han contado que los extraterrestres desean borrar a la humanidad de la faz de la tierra –abducirla y adiós– y en todo caso convertirnos, ya dije, en sus esclavos. La pregunta es: ¿está cerca la cosa? ¿Tenemos entre nosotros algún David Vincent que los sepa calar y nos defienda? Porque al profesor Jiménez del Oso creo que ya no podemos preguntarle nada.

Lo digo porque cuando el covid nos introdujimos –o introdujeron– en una película de ciencia ficción y ahí seguimos, como si la anormalidad actual fuese normal. Pero el pensamiento que se instauró es que lo próximo que viniera –e iba a venir– aún sería peor. Lo próximo fue la guerra de Ucrania y –no hablaremos de muerte ni del horror de la guerra– empezaron las restricciones y va a llegar el invierno y nos pillará, según dicen, sin gas ruso y alerta aquí con los argelinos, que todo el mundo tiene un cupo para la ofensa y si se rebasa, malo. ¿Y lo inminente? Pues pronto se empezó a hablar de la total desclasificación de documentos secretos sobre los ovnis y otros fenómenos espaciales. Y no se habló en Galapagar, o en Waterloo, quia, sino en Washington y hay comisión en marcha y ya saben que cuando empieza una comisión en Washington, no la para nadie hasta que se descubre al malo. O sea que cunde la sospecha, si no la certeza, de que podemos ser objetivo de lo que antes se llamaban los marcianos y ya nos van preparando.

Pues vamos a aportar nuestro grano de arena: Mallorca siempre en vanguardia y un laboratorio avanzado de lo que después ha de ocurrir en el resto del mundo. Ya pueden darse prisa en Washington pues aquí estamos siendo abducidos por un ente desconocido y poderosísimo –ahora hablaré de sus acciones y consecuencias– que nos va a dejar en el pretalayótico, poniéndome generoso. ¿Exagero? Veamos: no hay espacio en los controles del aeropuerto, que parecen la terminal de un país en pleno golpe de estado. No hay taxis: quien quiera un taxi en Palma puede volverse loco. Quien quiera una cita médica, pues lo mismo: o no se responde al teléfono o te la dan cuando ya estás criando malvas. Quien quiera mesa en un restaurante va dado. Si haces una pequeña reforma en casa, sé paciente: no hay cemento, no hay vigas, no hay tiempo –porque las obras, curiosamente, no paran–. No hay empleadas domésticas –se las llevan los hoteles, dicen–, no hay nada y si lo hay ha subido un potosí (por cierto, ¿alguien sabe todavía lo que es un potosí y de dónde viene y la abundancia de plata en la ciudad de Potosí?). Eso sí: tenemos al culpable: Ucrania o Putin, lo que prefieran. No hay enfermeras, no hay camareros, no hay dependientas, no hay mesa, no hay alquileres lógicos, no hay… ¿Qué ha ocurrido? Porque antes del covid sí los había; de hecho se tiene el recuerdo, cada vez más borroso, como que entonces aún había de todo.

La única explicación es que los han abducido. Los extraterrestres, por supuesto. Mallorca ha sido sometida a un plan intergaláctico experimental por el cual no se extrañe, señora, si su marido no regresa a casa o si sus hijos se pierden en el trayecto –bueno, sus hijos no, porque de momento sólo buscan profesionales–, o si usted misma llega un día que no se encuentra muy bien y amanece en una nave rodeada de seres con luces en los lugares más insospechados. ¿Nos devolverán algún día nuestros taxis, nuestros médicos, nuestras enfermeras, nuestro cemento, nuestros camareros, nuestro tiempo, nuestras dependientas, nuestra mesa, nuestro…?

Y mientras, se aceleran las ventas de casas: no paran de venderse y cuál a más exagerado precio. ¿Extranjeros? Sí, pero no de los países que ustedes creen: no suecos o alemanes, aunque lo parezcan. Son seres de otro mundo mucho más lejano y Mallorca es su base en el Mediterráneo –en esto copian a Mussolini, que también la quería como tal– y haciendo de David Vincent me he fijado que hay mucho Porsche –cualquier modelo– por las carreteras del norte de la isla. Incluso caravanas de Porsches hay detenidas y esperando a otros más. ¿Tendrá algo que ver esa lujosa abundancia con una demostración del poderío extraterrestre? ¿Son los Porsche naves camufladas o los han escogido después de hacer un estudio por kilómetro cuadrado y creer que el Porsche es el coche habitual de todos los mallorquines y así camuflarse entre nosotros? Auxilio, que estamos perdidos.

Y para acabar la semana, llega Torra –no sé si en Porsche o en telesilla desde Montserrat– y pretende vampirizar lo que quede de esta Mallorca abducida opinando, como suele pasar, de lo que no conoce. En fin, que ya no sabe uno qué es lo peor.

PD: lectura de vacaciones, por si aún no sabe qué llevarse a la cesta o desea alegrar y civilizar su tiempo. Hace pocos meses se publicó en Siruela un gran libro sobre Roma escrito por un español, titulado Roma desordenada. ¿Su autor?: Juan Claudio de Ramón, diplomático que estuvo destinado en la ciudad santa durante varios años. Cuando pensamos en la Roma escrita, pensamos en Stendhal, Moratín, Gracq, James, Pasolini, Pla y tantos otros. En Terenci Moix y Enric González, pensamos incluso. El autor de esta Roma desordenada los ha leído a todos ellos porque es un hombre culto de los que saben enriquecer su propia vida y eso, el enriquecimiento del día a día, en su libro se nota mucho. Pero lo que quiero decir es que Roma desordenada no tiene nada que envidiar a ningún otro libro sobre Roma y que cualquier lector, además de regresar a Roma y aprender cosas que no conoce, se lo pasará estupendamente a través de la mirada de Juan Claudio de Ramón. Es un libro inteligente, culto, plagado de finezza y con toques de elegante sentido del humor. Se lo recomiendo vivamente y sólo con que se lo pasen la mitad de bien que yo lo he hecho leyéndolo, recordarán Roma desordenada como la gran lectura de estas vacaciones. Las últimas antes de que el mundo vuelva a cambiar no sabemos hacia dónde pero desde luego no a mejor. Si no nos abducen antes los extraterrestres.

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