Este fin de semana no se ha disputado ningún partido de fútbol de la competición balear. 720 encuentros suspendidos, 1.440 equipos parados. Los árbitros han dicho basta, y al mundo que envuelve esta disciplina deportiva no le ha quedado otra que sumarse a su plante contra la violencia en los campos, un fenómeno que se ha normalizado. El presente nos brinda episodios tan vergonzosos como los sufridos antaño, reflejados en la tristemente mítica foto del poeta Damià Huguet de espectadores de Campos persiguiendo a un jugador del Murense, como una jauría de perros tras la presa. Luego fueron a por el retratista. Y ahí seguimos. El pasado octubre un aficionado del Rotler Molinar amenazó con un cuchillo al trío arbitral tras el encuentro con el Collerense Ca Na Paulina. En enero, un colegiado recibió en el cuello el impacto de una moneda lanzada desde la grada y sufrió insultos y humillaciones al finalizar el partido entre el Serverense y el Binissalem de Tercera. El pasado fin de semana el joven árbitro Joan Miquel Reus sufrió una rotura de tímpano por el puñetazo de un jugador del Son Ferrer expulsado en el partido contra el Xilvar de Selva. Fue la gota que colmó el vaso de los colegiados que no solo denuncian la violencia contra ellos sino una violencia atávica a la que se da rienda suelta con demasiada impunidad. Sus actas reflejan hechos intolerables como los insultos xenófobos que sufre el conjunto Balears Sin Fronteras integrado mayoritariamente por inmigrantes de América del Sur en muchas de sus visitas. La última, en Montuïri.

Algunos de esos comportamientos han sido merecedores de castigo, pero a nadie se le escapa la falta de firmeza en la erradicación de la violencia física y verbal de los campos de fútbol, que no se observa en otras disciplinas deportivas. La mayoría de encuentros, desde benjamines a profesionales, discurren con tranquilidad y se acepta con deportividad el resultado. Pero no es menos cierto que en muchos partidos, sin llegar a los extremos descritos, los indeseables habituales, perfectamente identificados por los clubes, caldean el ambiente con total impunidad. Personas ‘normales y corrientes’ se transforman con el pitido inicial en auténticos monstruos que vuelcan su ira y frustración en el césped, incluso contra criaturas. «Te pesa el culo», «pártele las piernas», «árbitro, hijo de p…» son algunas de las lamentables expresiones que han adquirido categoría de normalidad en el fútbol, que algunos pronuncian, otros ríen, muchos miran de perfil y otros tantos toleran avergonzados.

El cordón sanitario a los violentos debe calar en todos los estamentos de la competición, en la Federación, en los clubes, en las aficiones, en los jugadores, en la Administración. No se trata solo de salvaguardar la integridad de los árbitros, sino de poner coto a los energúmenos y a comportamientos indeseables en el fútbol y en la vida.