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Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

El pecado de la carne

Para que un animal sea kosher debe tener las pezuñas partidas y ser rumiante. La Torá prohíbe cerdos, camellos y veintiuna especies de pájaros depredadores. También la ley islámica determina lo que es halal (lícito) y lo que es haram (prohibido). Pero ambos preceptos coinciden en la importancia, no solamente del tipo de animal, sino del alimento y cuidados que se le ofreció hasta el momento último en el que un matarife lo sacrifica aun con el propósito de causarle el menor sufrimiento posible. En el caso del Islam, el animal mirando hacia la Meca mientras se pronuncia el nombre de Alá. En el mundo hebreo, un shojet certificado revisará 18 puntos vitales indicativos de la salud plena del animal. Más tarde examinará sus órganos y aun así solo será kosher la parte del animal que va del cuello a la doceava costilla. Los restos los comerán los cristianos que no cuentan con más requerimientos cárnicos que el ayuno durante la Semana Santa. Obligatorio, pero no tanto porque se exime pagando una bula. Porque todos somos iguales ante los ojos de Dios y la justicia… pero la pela es la pela.

Y en esta España de españoles en misa y repicando, desoyendo a la Biblia y su ‘el que esté libre de pecado que tire la primera piedra’, raudos y veloces —estamos en campaña, pero ¿y cuándo no?—, unos fistros pecadores han apedreado al ministro Garzón. Algunos por lo que ha dicho; otros por lo que alguien ha dicho que ha dicho, pero de todos es sabido, cuentan lo mismito los votos de quien lee una noticia que de a quien le leen un titular. Y en este nuevo episodio de cuando un sabio señala a la luna, el necio mira el dedo, ¿a quién le importa la evidencia científica o que España sea el país con más infracciones ambientales abiertas por la Comisión Europea? ¿A quién le importa el coste ecológico y social, la salud pública, el bienestar animal o la desaparición del mundo rural sostenible y plural en manos de unos pocos explotadores?

También en India la carne ha servido de pretexto para iniciar una guerra, donde los conservadores del Bharatiya Janata Party (BJP) del primer ministro Narendra Modi han llevado bajo el nombre de la hindutva (o nacionalismo hindú) la demanda de penas de hasta cadena perpetua para los que maten o se alimenten de vacas. Animal sagrado hasta el punto de que en los últimos meses varios miembros del partido de Modi han promovido beber orina de vaca o comer sus excrementos como remedio para luchar contra el coronavirus; o han incluido como asignatura escolar la ‘ciencia de la vaca’, donde además de las sacras propiedades de orines y excrementos, el temario incluye que el sacrificio de una vaca causa terremotos.

Pero esta defensa de los valores sociorreligiosos de los hindúes tiene mucho de pugna anticristiana, antimusulmana y antipobres. A por todos aquellos que, por motivos culturales o económicos, se alimentan del animal. O se alimentaban, porque los autodenominados ‘vigilantes de las vacas’ crecidos en turbas han causado ya la muerte de decenas de personas señaladas por algún vecino de tener carne de vaca en casa. Poco importa que después se demostrara que no era cierto…

El fotógrafo Sujatro Ghosh abandonaba Nueva York para volver a su India natal cansado de las noticias intercaladas de los linchamientos a personas acusadas de comer vaca con las noticias de violaciones en grupo y asesinatos de mujeres. Y es que en el país que hasta hace nada fuera el mayor exportador del mundo de carne bovina —4 billones de dólares, por encima del té o el arroz basmati—, una mujer es violada cada 18 minutos. Sin embargo, este tipo de crimen no se persigue con la pasión que el de la vaca. Por eso, el ahora proscrito Sujatro Ghosh, volvió para fotografiar mujeres en cotidianas pero provocativas imágenes donde los rostros de las modelos están ocultas tras una máscara de vaca. Tratando que, si no sus ciudadanos, los del resto del mundo vieran el abandono de las mujeres en India, donde sobre el papel tienen los mismos derechos que los hombres, pero donde los políticos y sus políticas están más centrados en proteger a las vacas.

¿Un disparate? Puede ser… Pero miremos qué ocurre aquí. Quizá haría falta que las vacas hacinadas entre los purines de una macrogranja llevaran una máscara de mujer asesinada para que los negacionistas de la violencia machista y esos políticos de todos los colores mostraran un ápice de la indignación causada por las palabras de Garzón:

«La ganadería extensiva es un medio medioambientalmente sostenible y que tiene mucho peso en partes de España como Asturias, Castilla y León, Andalucía y Extremadura. Eso es sostenible; lo que no es sostenible en absoluto son esas llamadas macrogranjas… Encuentran un pueblo en un área despoblada de España y colocan allí a 1.000, 5.000 ó 10.000 cabezas de ganado. Contaminan la tierra, contaminan el agua y luego exportan esta carne de peor calidad de estos animales maltratados».

Pero, claro… ¿a quién coño le importa una vaca?

@otropostdata

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