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Pedro Coll

El contenido

Leo una entrevista hecha a un prestigioso fotógrafo en la que se le hace la consabida pregunta, ‘¿analógico o digital?’. Él responde con tono de quien está muy seguro de lo que dice: ‘analógico’, y deja caer el lamento, ‘con lo digital se está perdiendo la magia de la fotografía’.

Quizá, dentro de cincuenta años (puede que esté haciendo ciencia ficción), el proceso analógico se estudiará como arqueología, será como ahora el latín y el griego, lo digital estará siendo devorado por una tecnología nueva de la que aún no tenemos noticia y quienes en ese momento se resistan a la evolución se acogerán a análogos argumentos que sus antepasados negacionistas: ‘se está perdiendo la magia del proceso digital’, lamentarán.

¿Es éste un signo de muerte en vida?

Defender el mantenimiento de un proceso técnico, en aras a una personal filosofía creativa, es totalmente respetable. No discuto la preferencia por la técnica convencional, que puede tener su nicho y hasta reactivarse con puntual fuerza, pero me parece inaceptable que desde ese sector se pretenda ningunear otras vías en la evolución. La excitación que uno sentía encerrándose en un cuarto oscuro, utilizando químicos al amparo de aquella inspiradora luz roja, también se experimenta -aceptemos que de manera diferente- ante el monitor utilizando programas sofisticados, doy fe porque he vivido ambas experiencias de manera plena. Es indudable que la tecnología digital ha ampliado la proyección creativa. Mucha de la cirugía con bisturí está siendo desplazada por tecnologías laparoscópicas infinitamente más precisas, como el robot Da Vinci. ¿Podemos imaginar a un cirujano diciendo, ‘yo sigo con el bisturí porque me siento más cirujano’? Recordemos que estamos hablando de procesos técnicos creados para conseguir objetivos concretos, sean científicos o creativos. No confundamos el fin con el medio. El fin de la cirugía sabemos cual es. El fin de la técnica fotográfica, sea analógica o digital, sea la que sea, es el contenido creativo condensado en la imagen final. Es decir, el fin último es la imagen final, no el proceso para llegar a ella.

Me apunto a la lucidez de la mexicana Graciela Iturbide: ‘trabajo con película porque lo digital me pilló mayor, pero para mi es lo mismo una cosa que la otra’.

A los cincuenta años de la muerte física de aquella vaca sagrada que se lamentaba al principio de estas líneas, cuando alguien analice sus imágenes en un libro o en un museo, en lo último que pensará es en la técnica que utilizó. No habrá evidencia de ello a través de la simple observación de la obra. Serán los contenidos y su leguaje plástico lo que le mantendrá presente, como autor, en la historia. Y reto, a quien quiera, a una cata a ciegas en la que decida, de entre las seis imágenes que le proponga, cuales son las tres tomadas y procesadas digitalmente y cuales las tres trabajadas por medios analógicos. Por haberlo experimentado garantizo sorpresas.

Es agotador, siempre teniendo que dar explicaciones de todo menos de los contenidos. Parece que lo importante es el celofán y el lazo que los envuelve. Constantemente las conversaciones giran sobre si digital o analógico, que si papel baritado, que si es un ferrotipo, qué cámara o lente has usado, que si ha sido ampliado químicamente o tirado con plotter… hasta ¡que dónde lo enmarcaste! Cuanto ruido inútil y qué contaminante.

¿Por qué no disfrutamos de la imagen por sí misma en vez de analizarla física y químicamente como si fuéramos miembros del CSI? Después de darle muchas vueltas he llegado a la conclusión de que la técnica, por ser algo tangible, es más alcanzable a la mente común que el contenido, más subjetivo, interpretable, que transmite sensaciones, ideas, historias... ¿Datos frente a imaginación?

Necesito acudir a la contundencia de la archi-conocida anécdota atribuida al asesor económico de Bill Clinton, en las elecciones de 1992, teniendo en frente al republicano George Bush (padre), clamando una evidencia que le llevó a la presidencia del país: ‘la economía, ¡estúpido!’

Si, ¡el contenido! (me callo lo de estúpido). Siempre el contenido. Que no nos líen.

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